domingo, febrero 25, 2007

Dos enemigos, una sola arma


Está atardeciendo en un día más de mi vida. Comienza una semana nueva, muy diferente a cualquiera otra que haya vivido, a pesar de que durante ella voy a hacer más o menos lo mismo de siempre: atacar para vencer; amar; comprender y aprender todo lo posible. Enseñar lo poco que sé con la esperanza de que sea algo valioso para alguien más. Me queda cada vez menos tiempo para lograrlo. Cada momento es irremplazable y cuando se va lo hace para siempre.
Afortunadamente, mis enemigos están bien localizados y tengo las armas para vencerlos. Uno de ellos es mi sobrepeso, que en este mes pasado ha recibido golpes demoledores gracias a mi manía por la bicicleta; una verdadera locura que me gustaría poder contagiar al resto del mundo y así salvar al planeta de una destrucción segura. Ese -el calentamiento global- es el otro enemigo, menos tangible que mi barriga, pero igualmente letal.
No solamente he logrado hacer de la bici mi medio de transporte habitual, sino que aprovecho cualquier pretexto para subirme a ella y andar por toda la ciudad. El resultado: en poco más de un mes he pasado de 112 cm. a 104 cm. de cintura, y he bajado de 84 a 78 kilos de peso. Todo esto me sucede en un momento clave, cuando estoy acercándome a los cuarenta años de edad y mi cuerpo necesita mantenimiento urgente. Ya no soy un muchachito, y creo que estoy haciendo lo correcto si es que deseo estar listo cuando mi organismo me comience a pasar las facturas del pasado. Por otro lado, la tierra esta al borde de un cambio climático de proporciones catastróficas a causa de la incapacidad de la especie humana para controlar la codicia desmedida de unos cuantos de sus miembros mas inmorales. Cada vez queda más claro que la creación de fuentes alternas y ecológicas de energía sería para estos días una realidad de no ser por los esfuerzos en contrario de los magnates petroleros, determinados a perpetuar su negocio hasta agotar los yacimientos mundiales sin importarles en lo más mínimo el daño irreversible a un medio ambiente frágil en extremo. Lo mismo reza para aquellos países que, pudiendo explotar los recursos hidráulicos, eólicos y atómicos con los que cuentan en abundancia, se empeñan en obtener del carbón la mayor parte de su energía, como si su riqueza y supremacía fuese a salvarlos de la destrucción en un futuro cercano si las tendencias en el calentamiento global no son cambiadas por medidas de emergencia.
Solamente subido en mi bici puedo ver, como desde un mirador mágico, la forma irresponsable en la que el hombre, y concretamente el mexicano, destruye su medio ambiente y lo convierte en un lugar inhóspito. En Morelia, por ejemplo, no hay control de contaminantes para los autos particulares, lo que en el D.F. se conoce como verificación vehicular. No obstante, hago que el coche de la familia, que usualmente maneja mi esposa, se afine regularmente; pero por desgracia la ausencia de ese mecanismo de control ha provocado que por las calles de esta hermosa ciudad circulen unidades impresentables: viejas carcachas que arrojan humo al ambiente en cantidades industriales sin que nadie se les oponga. El año pasado, el gobernador presentó un proyecto para introducir la verificación en el estado, y la respuesta fue una violenta protesta dirigida por los mismo merolicos de siempre, o sea, los corruptos líderes del transporte público, quienes con el pretexto de que la verificación iba a provocar más corrupción, impidieron que la medida progresara. Nadie parece saber lo que en realidad está sucediendo. Pasa un poco como con los fumadores que siguen con su hábito autodestructivo porque en la ruleta rusa del cáncer siempre va a perder otro, y no ellos.
Cuando compré mi primer automóvil, hace casi siete años, la ocasión coincidió con mi contratación en una escuela muy lejos de mi casa. No pasó mucho tiempo antes de que, aburrido por el tráfico y harto de los embotellamientos, comenzara a dejar el coche en casa para usar el transporte público -como ahora la bicicleta- de manera habitual. No nací con el coche pegado a las posaderas, pienso. Aquí, sin embargo, en una ciudad mucho más pequeña, la gente usa el coche hasta para ir a la esquina; pero no se ven en la televisión -la única forma que de "educarse" tiene la mayoría de la población- spots que inciten a la gente a racionalizar el uso de automóvil, o a mantener a todo vehículo, principalmente los de carga, en buenas condiciones, como si de eso dependiera su vida. No los hay, o no por lo menos en cantidad suficiente.
"The mexican people is not that poor", me dijo una vez el profesor Thinmar, "it is just lazy and greedy". Tiene razón. Por eso mismo es difícil pedirles que hagan algo por ellos mismo que habitantes de países mucho más educados no están dispuestos a hacer, y me refiero a los Estados Unidos, cuyo gobierno se encamina, como el mexicano, al fascismo, y lo menos que les preocupa es lo que pueda suceder dentro de 15 0 20 años.
El peligro es real. El enemigo está a las puertas. ¡Salvemos al planeta! ¡Usen la bicicleta!

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Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.