viernes, septiembre 29, 2006

Número Equivocado

Por causas ajenas a El Gabinete de Doktor Faust, la entrega del lunes 2 de octubre se hace anticipadamente el día de hoy. Gracias por su comprensión.
Aquél miércoles de ceniza, el profesor Rodolfo Lerma despertó presa de una extraña zozobra. Se había soñado solo, bajo un cielo sin nubes, en una hermosa playa cuya extensión se perdía en el horizonte. Al parecer esperaba a alguien, pero el tiempo deshonesto de los sueños transcurría sin que nadie llegase a la cita: seguía solo frente al mar.

Lo que más le preocupaba era que en la tradición de la familia soñar con playas era siempre un presagio de largas ausencias. Su tía Irma, quien cantaba de contralto en un coro parroquial soñó que iba a la playa a nadar, y una semana después la contrataron para una sorpresiva gira por Europa de la que ya no regresó. Se quedó a vivir en Suiza como parte de una pequeña compañía de ópera de Basilea, y se olvidó de México mucho muy pronto. Algo parecido le pasó a su primo Blasco, quien decidió irse a buscar trabajo a Los Ángeles poco tiempo después de soñar que tomaba el sol frente al mar -sin sentir su brisa-, y murió de sed en un paraje cerca de la frontera, abandonado a su suerte por el pollero que lo había pasado al otro lado. Empero, la más extraña de las anécdotas se refería a su abuela materna -cantante también- llamada Lucía, quien soñó que se hundía poco a poco en las arenas blancas de una playa muy lejana, sin poder respirar por más que tratara de apartar la arena de su rostro. De ella se cuenta que despertó enferma de un género de asma tan extraño que ningún doctor pudo curarla, y murió apenas una semana después, maldiciendo la hora en que había tenido ese sueño absurdo.

A Clara, su esposa, le pareció muy extraño que Lerma se reportara enfermo al trabajo sin estarlo, por lo menos en apariencia. Cuando le preguntó si se sentía mal, o si quería que llamara al médico, él solamente contestó que había amanecido un poco cansado, y deseaba pasar a ver a su madre para llevarla, de ser posible, a tomar la ceniza a San Hipólito.

“He pensado mucho en ella desde el fin de semana” dijo, preparándose para salir.

En los días que siguieron, Clara se preguntó si acaso había presentido algo esa mañana. No obstante ella, que presumía de tener un sexto sentido especialmente desarrollado y que podía mirar a los ojos a perfectos desconocidos y adivinar su pensamiento, no encontró motivo de alerta en la inusual ruptura en la rutina de su marido, quien jamás faltaba a la facultad a no ser que estuviera tan enfermo como para no poder levantarse de la cama.

El profesor salió como a las diez y no llegó a comer, faltando a su costumbre de nuevo. Clara se sintió tentada a llamar a casa de su suegra para asegurarse de que Lerma había comido ahí, pero decidió no hacerlo por temor a interrumpir un momento de intimidad: su esposo visitaba poco a su madre, y cuando lo hacía era común que su conversación tocara lugares lejanos de la memoria, recuperando los años que Lerma no había vivido en el mundo reconstruidos por su madre, con devoción para con los hombres que ya no estaban presentes. Palabras importantes. Esas cosas que sólo se pueden hablar con una persona en el mundo; conversaciones que la muerte destruye para siempre.

Clara se sentó a leer en el sillón de su recamara y se quedó dormida. Cuando el teléfono la despertó era ya de noche, y recordaba perfectamente haber visto la hora en el reloj de la cómoda al ir a contestar. Eran las ocho. Volvió a sorprenderse una vez más, pues había dormido 4 horas y ella dormía poco o nada durante el día. Al otro lado de la línea escuchó la voz del profesor Rodolfo Lerma y lo notó nervioso y algo agitado, como si acabara de subir unos tres pisos por las escaleras. Decía sentirse confuso: estaba en una colonia desconocida y no podía encontrar el camino a casa. ¡Ni siquiera podía llegar a la calle en donde había dejado estacionado el coche!

Clara pensó que aquella voz era la de Lerma; de eso no había duda; pero lo que decía no tenía sentido en absoluto. Trató de calmarlo, le dijo que buscara algo que le ayudara a ubicarse, como un edificio, o el nombre de una calle; pero el profesor parecía demasiado turbado como para hacerlo, y esto -aun más que el mero hecho de que su esposo se hubiese perdido– angustió a Clara como nunca antes en su vida de casada. Iba a preguntarle si había estado con su madre, si la había llevado a misa y habían comido juntos, cuando de manera inesperada la comunicación se cortó.


En ocasiones, Dios se da el lujo de tomarnos en serio por un momento, y entonces nos regala esa vida dentro de la vida misma que recordaremos luego con infinita nostalgia. El teléfono sonó de nuevo una hora después. Clara esperaba que fuese el Prof. Lerma de nuevo, llamando para decir que había encontrado el camino de regreso y pronto estaría en casa. La voz –sin embargo- era la de su padre: tranquila, amorosa, inusual. Clara supo que algo andaba terriblemente mal cuando le dijo: “Clarita, hija; debo hablar contigo. ¿Has estado bien?”
“No mucho”, contestó sin tratar de disimular su alarma, “estoy preocupada; Rodolfo llamó hace un rato diciendo que estaba perdido en un lugar extraño, y que no hallaba el modo de regresar a la casa. Tengo miedo de que haya tenido un accidente y se haya golpeado en la cabeza, o algo así. Nunca le había pasado algo como eso… ¿Papa? ¿Estas ahí?”.

Del otro lado de la línea hubo un momento de silencio.

“Hija; tu marido tuvo un problema. Un problema de salud… algo grave. Parece que sufrió un ataque al corazón. Lo llevaron a un hospital y lo atendieron rápido…”

“¡Santo Dios! ¿En dónde está? ¿Cómo sigue? ¡Ay, papá! La manera en la que dices las cosas espanta a cualquiera…”

“¡Clara! No es todo…” y repitió más bajo “no es todo. A Rodolfo lo atendieron rápido, pero los médicos no pudieron hacer nada. Dicen que el ataque lo… pues... no sufrió; fue muy rápido; dicen que murió sin darse cuenta. Pero murió. Escucha: ahorita voy para allá. En este momento salgo rumbo a tu casa. Trata de serenarte y espérame ahí…”

Clara había dejado de escuchar. Ni siquiera sintió el impulso natural de hacerse repetir la mala noticia, quizás porque los augurios habían sido muy claros. Sentada sobre la cama empezó a desgranar un llanto paulatino que le supo bien, porque pensó que si podía seguir llorando así tardaría mucho más tiempo en volverse loca de dolor. Sobre la cama vio extendida la pijama de su esposo; limpia y lista para que el profesor se la pusiera al llegar a casa. Clara la tomó en sus manos con cuidado, casi con cariño; y la puso en el cajón de la cómoda que cerró de nuevo tratando de no hacer ruido.


Se mostró fuerte durante los funerales. Su alma, no obstante la aparente calma, era un lodazal. Como suele suceder en estos casos las palabras que más odiaba escuchar eran las que le repetían con más insistencia: todos parecían estar de acuerdo en que el profesor era muy joven para morir, que algo debió de haberse descuidado gravemente en su salud para que sucediera lo que sucedió; que ella aun estaba joven y que ella debería ser fuerte y rehacer su vida, pues eso era lo que el Prof. hubiera querido; y así una y otra vez. Oía todo sin escuchar y asentía con los ojos cerrados a los pésames de los muchos alumnos del profesor, casi todos perfectos desconocidos, hasta que su suegra se acercó a ella para decirle algo que la despertó de plano: “me hubiera gustado poder hablar por última vez con él.”

“¿Cómo?” Clara sintió frió bajo su ropa “al salir me dijo que iba a verla a Ud.”

“Sí. Pero no alcanzó a llegar; me fueron a llamar de la farmacia por que parece que ahí se sintió mal. Cuando pude verlo ya se había desmayado. La ambulancia no se tardó ni…

“¿Qué hora era?”

“¿Cómo?”

“¿Qué hora era cuando se lo llevaron?”

“Serian las once… te digo que iba llegando”

Clara palideció. Sintió que estaba apunto de desmayarse y solamente haciendo un esfuerzo tremendo por no perder el control de sí misma fue que logró disculparse con su suegra y sentarse en el sillón que estaba junto al ataúd.

Lloró de nuevo. Sintió una infinita pena por Rodolfo Lerma. La había llamado al anochecer, horas después de morir, y hasta ahora comprendía su voz desamparada, su extraña actitud de niño perdido, su desconcierto que era como si de repente se hubiera quedado ciego en medio del desierto. No se esforzó por hallar coincidencias entre el lugar que el profesor le había descrito y las ideas que sobre el sitio al que van los muertos le habían enseñado en la iglesia, pues eso no tenía importancia. Lo que más preocupaba era que Rodolfo pudiera estar sufriendo; que a pesar de estar muerto sintiera frió, dolor, hambre o miedo a no encontrar el camino de regreso. A nadie le dijo nada acerca de la llamada. Era su manera de mantener a salvo lo sagrado.


Ya en casa, después del entierro, su papá la acompañó un rato mientras tomaban café, y platicaban. No estaban cansados a pesar de la desvelada y hablaron del profesor; de su gusto por los libros y de su amor por su Clara, de su malogrado deseo de tener hijos y verlos crecer.

Mientras hablaban, sonó el teléfono.

Su padre contestó. “Es para ti, Clara” -no había reconocido la voz de Rodolfo Lerma.

Clara contestó. El profesor le dijo que seguía perdido; tenia la impresión de que debía tomar el tren; un tren que esperaba en la estación cercana, próximo a salir. No quería tomarlo: él quería ir a su casa.

Clara, enmedio del torrente de lágrimas invisibles que la rodeaba, tuvo un gesto de misericordia.

“Es número equivocado,” dijo, y colgó.


México, 1999-2003

domingo, septiembre 24, 2006

El teatro habla de sí mismo

He aprendido mucho durante los últimos meses, trabajando en la cercanía de Luis de Tavira en la preparación de una ópera en la que lamentablemente no voy a poder tocar, pues las funciones serán con orquesta. Eso no tiene la menor importancia. Se trata de una de esas ocasiones en las que la preparación de un espectáculo deja más emoción e intensidad en tu espíritu que todos los aplausos con los que el público desee recompensarlo. Uno de esos rarísimos casos en los que el trabajo no es tal, o mejor dicho, pierde todas las connotaciones negativas asociadas a esa palabra para convertirse en la verdadera expresión de la libertad, de los deseos más profundos del corazón; aquello que en la juventud nos hizo dedicar la vida entera al arte y no a otra cosa, y que hoy nos mantiene agradecidos por no haber seguido el camino trillado de lo convencional. Pocas cosas en la vida son dignas de atesorarse como los momentos que pasé caminando por los suaves pastos de la Quinta Eréndira, comiendo el fruto de un peral cercano, meditando sobre las voces, los movimientos, las palabras y los nuevos conocimientos; poseedor de nuevo de la curiosidad y el asombro.
Más que una ópera, el espectáculo en cuestión es una ficción teatral del mismo Luis de Tavira, basada en los cuatro números musicales y la excelsa, aunque desproporcionadamente grande obertura que Mozart escribió sobre textos de quien también sería libretista de "El Rapto en el Serrallo", Stephanie el joven, y que se conoce como Der Schauspieldirektor KV 486; traducida comúnmente al español como "El Empresario". En esta ocasión, sin embargo, el dramaturgo le da el título más apropiado de "El Director de Teatro", lo que ubica a la figura central de la historia mucho más cerca del aspecto creativo del arte escénico, si bien el personaje, a lo largo de la obra, se enfrenta lo mismo a problemas artísticos que financieros.
Las funciones de esta "Comedia con música" -como se le subtitula en la mayoría de las ediciones- se efectuarán los próximos días 28, 29, 30 de septiembre, y el primero de octubre de 2006, en el Teatro de las Artes, del Centro Nacional de las Artes de la Ciudad de México (consultar horarios en cartelera); y es el resultado de la intensa cooperación entre el Centro Dramático (CEDRAM) de Michoacán y el Conservatorio de las Rosas de Morelia, con el apoyo del CNA. Luis de Tavira es el director de escena, la Maestra Thusnelda Nieto Jara -asistida por su servidor- se encuentra a cargo de la dirección musical en su carácter de titular del Taller de Ópera del Conservatorio, y como concertador actuará el maestro Fernando Lozano.
La producción no se parece en nada a todo lo que anteriormente se ha presentado bajo el nombre de "El Empresario", si bien la dramaturgia de De Tavira se ciñe a los lineamientos de la comedia original. El hilo conductor de toda la obra es la pregunta que el protagonista se hace en un instante de derrota: "¿Hacemos teatro, o ya no?" Partiendo de ella para explorar las cada vez más asfixiantes limitaciones a las que se enfrentan los creadores que desean hacer verdadero arte y verdadero teatro. Los directivos -honestos unos, cínicos otros hasta la parodia- batallan para concertar un elenco en el que puedan ensamblarse los talentos y exigencias de los diversos actores, quienes invocan el espíritu de los héroes de las óperas mozartianas para hacerse oír por el director. El dilema se profundiza escena tras escena, mientras los enemigos y defensores del teatro (antagonistas que a veces conviven en una sola persona) desfilan ante nuestros ojos en toda su dramática y actual realidad.

*****

Lo más satisfactorio de haber sido parte de este proyecto fue ver a los alumnos del Taller de Ópera del Conservatorio de las Rosas crecer día con día en el plano actoral, guiados firmemente por el director de escena y sus talentosos asistentes. Es un espectáculo digno de verse en un país que produce maravillosos cantantes, los cuales no lucen en la escena por ser pésimos actores. Las instalaciones del CEDRAM -que ocupan la maravillosamente bella Quinta Eréndira, en Pátzcuaro, hogar en otros tiempos del Gral. Lázaro Cárdenas- se convirtió para estos esforzados estudiantes en un monasterio de arte escénico en el que, a lo largo de muchos meses, han recibido clases maestras de actuación de uno de los mejores directores del mundo, y han tenido la oportunidad de compartir el escenario con los actores profesionales del CEDRAM con el compromiso de ponerse a su altura, sin escatimar tiempo y esfuerzo.
Es el deseo de esta columna que todos puedan igualmente tomarse el tiempo y hacer el esfuerzo para asistir al CNA, y así contemplar al teatro escenificando su propia miseria, así como su propia redención de la mano de Mozart, su eterno enamorado, y bajo el influjo de su música, siempre elocuente al iluminar los verdaderos dramas de la vida.

domingo, septiembre 17, 2006

¿Por qué escribir?


Hoy me sucedió algo que es común para todos aquellos que alguna vez han tomado una pluma sin mediar para ello otra cosa que el simple deseo de hacerlo. Y lo que me pasó es que me quedé sentado y con la vista fija en la máquina de escribir durante más tiempo que el necesario para pensar en lo que deseaba que dijera El Gabinete. En realidad no estaba pensando en eso en absoluto, sino que me estaba preguntando, cansado y triste, por qué iba a sentarme de nuevo a trabajar en una columna que casi nadie lee, probablemente con razón.
No es que quiera ponerme a llorar aquí, mientras hablo de todas las formas en las que la vida que llevo me provoca sufrimiento, sino que deseo simplemente explicar el por qué me detuve hoy, frente a la máquina de escribir, antes de comenzar con el agradable trabajo del Gabinete, y me pregunté lo que ya dije. Pregunta retórica por necesidad, dada la penosa circunstancia de que, frente a ella, lo único que se me ocurrió fue comenzar a escribir algo, sin duda no lo primero ni lo mejor, sobre ella.
Desde que inauguré El Gabinete de Doktor Faust, tomé la decisión de que fuese una columna semanal con textos estrictamente originales, a diferencia de la mayoría de los murales electrónicos (blogs) que presentan citas de otros autores para compartir con ello una emoción, un descubrimiento entrañable o un buen momento de lectura; para hacer gala de erudición -lo cual no tiene nada de malo y me resulta edificante-; para efectuar una declaración, o fundamentar el camino que se ha tomado, y para muchas otras cosas.
La existencia del Gabinete obedece, en cambio, a dos razones únicamente.
La primera de ellas, es que yo no escribo por gusto, sino por una urgente necesidad de hacerlo. No están ustedes para saberlo, aunque creo que mis dos o tres lectores lo saben ya de todos modos, pero desde la infancia no he podido dejar de rayonear cuaderno tras cuaderno con las cosas que me pasaban todos los días, a falta de mejor materia, hasta que me atreví a poner en hojas de papel la vida de algunos personajes de cartón, personajes que por parecerse tanto a mí tuve que poner en un portafolios de cuero para no recordarlos nunca más.
Esa experiencia me demostró que -ésta es la razón segunda- no era suficiente escribir para aliviar mi profunda urgencia, sino que era indispensable hacerlo bien o, por lo menos, sentir que cada día lo hacía un poco mejor que el anterior. La única manera de aprender a escribir es escribiendo. Pero no de vez en cuando, sino de manera constante y buscando siempre hacer cosas más difíciles o, por decirlo de un modo más de acuerdo con el oficio, más literarias cada vez. El Gabinete es, pues, en esencia, un pretexto para sujetar a la disciplina una parte de mi taller literario personal que desde siempre ha tendido hacia el desorden.
No obstante, y después de algunas palabras, me encuentro aun sin avanzar en lo tocante a la pregunta inicial. ¿Por qué escribir? Para aprender a hacerlo. ¿Y para qué aprender? Para poder escribir. Y así, hasta el infinito. Es lo que sucede cuando la literatura es una urgencia irracional; una compulsión, más que un acto de razón, o una decisión.
En realidad, lo más difícil es dejar de escribir acerca de uno mismo para darse cuenta de que alrededor pasa una infinita cantidad de cosas sobre las que se podría escribir si uno supiera cómo hacerlo. Ahí es en donde comienza el verdadero desafío, si saben a lo que me refiero. Cada persona que pasa frente a mí, o que camina a mi alrededor o que veo a lo lejos, cada una de ellas es una historia diferente merecedora de una pluma que la cuente; y cada una de dichas historias, asimismo, tiene un grado de dificultad para el potencial narrador. Porque una vez que se mete uno en esto resulta evidente que unas vidas, convertidas en personajes, son más difíciles de llevar a la palabra que otras, y la mirada al mundo en busca de vidas que se entrecruzan para enseñarnos algo tiene como resultado una intimidante avalancha de fuerza, poder, felicidad, intensidad, ternura, gozo, miseria, locura, fantasía y dolor infinitamente superior a mis poderes apenas educados.
Por ejemplo: hoy por la mañana, cuando comía unos tacos placeros cuyos ingredientes (tortilla, chicharrón, queso, salsa y cilantro) tuve que recolectar por todas partes en un ambiente de patria resaca general, vi en las noticias locales un caso que traigo en la cabeza desde el momento en el que se dieron los detalles.
Dos primos, Julio y Mateo, ambos de unos diez y nueve, o veinte años, estaban ayer por la mañana jugando básquetbol, cerca de su casa en Indeco. De repente, como si de la nada, a Mateo se le ocurrió que podían hacer algo para conseguir algo de dinero rápido. La novia de Mateo está embarazada, y él, como no trabaja, no tiene Seguro Social ni mucho menos dinero para pagar el parto en un hospital privado. Julio, sin embargo, tiene una pistola de juguete con un aspecto lo suficientemente real como para convencer a una persona cualquiera de que es verdadera, y entonces deciden que con robar un coche y venderlo bastará para reunir lo que Mateo necesita. Será su primer y único crimen, del cual están seguros de salir airosos dado que no conocen a nadie que haya robado un coche y haya sido atrapado.
De inmediato, y sin planeación ninguna, ponen manos a la obra. Se apostan en un crucero de su propia colonia sin siquiera embozarse o disimular sus rostros, conocidos ahí por casi todos. Se acercan a un vehículo -no se menciona el modelo en la nota periodística- que se ha detenido en la luz roja, amagan al conductor con el arma de juguete y lo hacen bajar del coche, el cual abordan para salir intempestivamente, estando a punto de chocar a un par de metros con otro auto que pasa desprevenido por enfrente.
Nadie los sigue, y los dos primos están seguros de haber burlado la ley. Ahora, comienza la discusión de lo que han de hacer con el coche robado, y las cosas comienzan a salir mal, porque ambos se dan cuenta, incomprensiblemente tarde, de que no conocen a nadie que compre coches robados, y sin documentación no podrán venderlo en otra parte. Justo en ese momento pasan junto a una gasolinera en la que cargan combustible tres patrullas, las cuales acaban de recibir el reporte del robo y por pura mala suerte ven las placas del auto robado en el instante en el que sus cifras truenan en el altavoz del radio. Se inicia una persecución en la que los dos primos se ven muy mal parados, mitad por su inexperiencia en el manejo de emergencia, y mitad porque jamás pensaron que las cosas llegarían a ponerse de ese tamaño. No desean ni están en condiciones de enfrentarse con los representantes de la ley, y en ese momento de extrema alarma, Mateo descubre un callejón por el que pueden huir sin que sus perseguidores se den cuenta, dado que apenas se ve desde la calle por la que estos se acercan. De este modo, y sintiéndose salvados, los primos entran con el auto robado en el callejón que para su mala suerte resulta no ser tal, sino la angosta entrada trasera de un estacionamiento: el de la Procuraduría General de Justicia del estado de Michoacán. Ahí termina, por lo pronto, la corta carrera delictiva de los dos primos, la cual duró menos de un día, y tiene consecuencias graves. La primera de ellas: Mateo no solamente va a ser incapaz de pagar el parto de su novia y su hijo, sino que no los verá en mucho tiempo, y su primo lo acompañará, victima de momentáneo mal juicio, en su condena.
Para el escritor resulta imposible describir con fidelidad las emociones que se asoman al rostro de ambos -ahora- robacoches, al ser presentados ante las cámaras de los medios de comunicación, que son atraídos por este perfecto e inocente fiasco delictivo, que sucede en un estado en el que se pueden andar arrojando cabezas humanas impunemente y por doquier, por dar un parámetro.
Para el escritor es imposible comunicar de forma irrefutable la terrible paradoja que surge de la razón y la consecuencia de un robo o de muchos, ya sea de un auto, o de millones de pesos.
Para el escritor es imposible servirse de la palabra para absolver a los ladrones, pero es imposible también condenarlos con esa misma arma.
Lo único que resta al escritor es dar una imperfecta imagen de lo que él cree que sucedió, de lo que él cree que fueron sentimientos, hechos, palabras. Pero no puede ignorar el hecho de que para que la labor del que escribe se complete es necesario que alguien más lea, y piense, o crea una verdad sin adornos, sin intereses mundanos, sin ambiciones de poder y riqueza, y por alguna razón las tales acaban por ser las menos atractivas, y el acto de escribir queda eternamente incompleto. Si esto es así; entonces, ¿por qué escribir?

domingo, septiembre 10, 2006

La guerra lejana y la presidencia fabricada

El perverso Georg atrapó la atención de todos los que estábamos en el gabinete cuando por fin, después de mucha insistencia de nuestra parte, accedió a revelar algunas de sus estrategias para conquistar a las hermosas y brillantes mujeres con las que a menudo lo vemos acompañado. La nuestra es una curiosidad sincera. A primera vista, la siniestra catadura de Georg no inspiraría ni siquiera confianza en la mujer más endurecida por las inclemencias de un vivir desafortunado, ya no digamos un sentimiento de compasión o de alegría, o -menos aun- amor.
No obstante, siempre que Georg abandona la no menos ominosa compañía del padre Julián, lo hace para acudir a su cita con una de las seis novias que nosotros le conocemos. Todas ellas jovencitas muy guapas e inteligentes, que aparte parecieran disfrutar amablemente cada segundo que pasan con ese hombre de cuerpo macizo como la piedra y rostro cruzado por cicatrices que hablan de largos y violentos años en el mundo del crimen.
"Las mujeres" -dijo el perverso personaje- "no se sienten atraídas a mí por compasión, como muchos de ustedes creen. Eso podría ser si yo me sintiera triste o me avergonzara por lo que soy, pero no es así. Más bien resulta ser lo contrario, o sea, que pocas veces encuentran a personas con semejante seguridad en sí mismos, con una aceptación de sus defectos tan absoluta como la que yo tengo, aunque esté mal que yo lo diga, claro. Sobre todo, pienso, se trata simplemente de despertar su curiosidad, de infundirles el deseo de aprender más sobre uno, de develar una especie de misterio, un secreto; un poco como lo hago con ustedes, pues, ¿de qué otra manera podría encontrar aceptación entre personas tan diferentes a mí, sino poniendo frente a ustedes a este animal raro que de manera tan intensa despierta su interés? En fin. Otra cosa muy importante es cuidar el olor."
¿"El olor?" preguntó Milucz Furbazc, quien acababa de llegar poco antes y no acertaba a dilucidar el tema de la conversación.
"Así es, mis amigos; el olor. Los hombres olemos mal por naturaleza, y eso no es necesariamente malo, por lo menos no en todos los casos. Entre los olores malos van los olores del amor escondidos, y si uno se atasca los sobacos y el pecho de desodorantes el resultado será la anulación de la personalidad sexual. Por otra parte, si no hacemos nada por detener el sudor, el hedor resultante será insoportable hasta para nosotros mismos. La solución yace, como en todo, en el equilibrio, la parte más notoria de mi personalidad. Con equilibrio en el uso de desodorantes, es posible ocultar los malos olores lo suficiente como para no ofender a las mujeres, permitiendo que ellas perciban apenas el necesario para sentirse estimuladas. Por eso, no deben confundir el equilibrio con la paz o la tranquilidad. Si digo que las mujeres se sienten atraídas a mí por ser un hombre equilibrado, quiero decir que lo que buscan es entender de qué forma pasiones tan violentas, opuestas y enloquecidas pueden coexistir en mí sin destruirme".
El perverso Georg. No en balde apreciamos tanto sus palabras, aunque no siempre hablen de cosas como el equilibrio y las mujeres. No sé; tiene una manera de narrar tal, que hasta en la ocasión en la que nos narró la muerte de uno de sus viejos enemigos, Cassio el viejo, con lujo de detalles sangrientos, no faltó oportunidad de sonreír. De su fealdad el perverso Georg nunca habla, no porque le moleste hacerlo, sino porque la considera simplemente irrelevante. A su modo de ver, es fácil para un niño bonito llevarse el cuerpo de una mujer a la cama, pero tomar su alma y cautivarla son hazañas que solamente los verdaderos hombres son capaces de lograr, a un nivel en el que la belleza es más un estorbo que una ayuda.
A pesar de todo, podía sentirse entre todos nosotros una extraña tensión. Era un poco como si la profunda descomposición del gobierno mexicano hubiera permeado nuestro círculo, pues tal era el tema que preocupaba a algunos y a otros los tenía con ganas de decir, como Giannetta de hecho lo hizo, desatando la controversia en el Gabinete: ¿"ya ven? Les dije que Calderón había ganado la elección. Los jueces mexicanos ya fallaron, y dijeron muy claro lo que yo ya sabía: que los rijosos no son otra cosa que unos malos perdedores. A ver, ¿quién va a saber más de lo que realmente pasó? ¿Los jueces que tienen los documentos en la mano, o AMLO que lleva meses haciéndose el mártir en una pobre tienda de campaña? Lo que más me sorprende es que, después de que nombraron a Don Felipe presidente electo, nadie ha hecho nada para remover a los tres gatos que todavía enmugran el paseo de la reforma con su campamento. Yo recuerdo lo bonita que se veía esa avenida; uno de los pocos lugares en esa ciudad tan fea dignos de verse, no solamente porque es muy amplia, y tiene árboles y bellos edificios, sino también porque -fuera de los limosneros y tragafuegos a los que también hay que quitar de las esquinas- no se ve gente mugrosa o andrajosa sino muy de vez en cuando. Nada más gente bien, todos de traje, de corbata, faldita, bien vestidos, pues. Muchos extranjeros, como yo, que aquí en México los extranjeros somos -según los propios mexicanos- como adornos en las calles, pues ellos serían felices si en lugar de ser prietos y chaparros, fueran altos y blancos como nosotros. Bueno, eso ya no se ve. Neza conquistó Reforma. Yo no sé por qué mandaron arreglar la columna de la Independencia si el gobierno de la ciudad no nos quiere dar un lugar desde el que podamos admirarla. ¡Ya! Que acepten que el PAN ganó limpiamente, y que se larguen".
Un silencio de panteón fue lo que siguió a las palabras de la italiana. Instintivamente todos volteamos a ver a la bella Leopoldina, quien dormía habitualmente en una de las tiendas del plantón sin que le hubieran ofrecido una casa, un préstamo o las placas de un taxi; pero ella estaba tranquila para fortuna de Giannetta, pues en otro momento no se hubiera ido sin un par de horrendos arañazos. Algo debió detener a la morena impetuosa, porque nada más dijo:
"Si, pendeja; Calderón ganó limpiamente, la guerra en Irak es un éxito porque hace de este mundo un lugar más seguro y, sobre todo, México es una nación independiente. A huevo".
"Según recuerdo, en la última reunión decidimos que ya no íbamos a hablar de política." Dijo el prof. Thinmar en tono conciliador. Era cierto. Evidentemente nos estaba afectando, y a fin de cuentas tenemos muchas otras cosas de qué hablar. Como para cerrar el tema dijimos que todo lo que estaba pasando en México y en Estados Unidos no era el resultado de fuerzas políticas oponiéndose las unas a las otras, sino de una profunda crisis de valores, y a eso se refirió entonces Miluzc Furbazc cuando dijo, apenas el profesor hubo hablado:
"No es de política de lo que se trata, ¿o sí? Hasta donde sabemos, solamente se trata de personas que están dispuestas a mentir, robar y asesinar con tal de lograr lo que se proponen, y lo que se proponen usualmente es acumular más poder y más dinero por más tiempo. En nuestro mundo la política es ya algo secundario, algo utilitario en el mejor de los casos. Ya ven: ahora se dice que en México se vive un clima de golpe de estado, y hasta comparan nuestra elección con aquella en la que se le regaló a Bush un segundo periodo. Diciendo que debemos a ello reaccionar como los gringos (perdón, Prof., quiero decir, como los estadounidenses) que no protestaron, sino que nada más aceptaron una derrota fabricada y se fueron a sus casas a seguir padeciendo ese gobierno corrupto como el que más, y comprometido con una guerra de saqueo en beneficio de unos cuantos privilegiados. En México se supone que deben hacer lo mismo: aceptar una presidencia fabricada a conveniencia de la Casa Blanca, los empresarios y el capital golondrino. Perfecto instrumento de control regional que evite la unión de las naciones sudamericanas en una verdadera alianza en contrapeso de Norteamérica. Todo (dijera don Porfirio) por salvaguardar la paz y por seguir viviendo la ilusión de la democracia. ¿Quién fue el primer golpista: AMLO, o el gobierno al servicio de la oligarquía? ¿Quién violenta la paz: el que roba, o el que no permite que le roben? ¿Quién es el que pone el engaño sobre la mesa: el que se mete sin permiso a manosear los paquetes electorales, o el que levanta la voz ante tanta porquería?"
"No te exaltes, hijo" dijo el padre Julián, "no todo es maldad en este mundo. Recuerda que a veces el gobierno debe de actuar como un padre, y por ello debe hacer por el pueblo lo que cree mejor para él, aunque no siempre le guste. En todo caso, aquí no puede hablarse de buenos y malos, de robones y robados, ni siquiera de pobres y ricos. Todos somos hermanos, y debemos amarnos y perdonarnos para vivir en concordia durante el siguiente sexenio. Lo de la guerra en Irak, pues, ese sí que es otro tema; pero de eso lo único que me importa es la cantidad de herejes muertos. Al fin y al cabo son como animales porque no tienen alma, o la tienen condenada, y por otro lado tienen petróleo, que ese sí, la verdad, nos hace falta. No veo la injusticia en todo eso.""El equilibrio -dijo el perverso Georg- es lo único que nos queda cuando la justicia se ha perdido. ¿Cuánto durará aquél?"

domingo, septiembre 03, 2006

Oaxaca (segunda parte)


"En realidad", dije, "la situación actual, si bien implica la torpeza y rapacidad del gobernador de Oaxaca, es la reacción final a una historia de muchos siglos de atraso y opresión. El profundo desprecio de la clase gobernante ante las necesidades de la población no es algo nuevo para los oaxaqueños, de ninguna manera, y me llevaría horas mencionar las muchas formas en las que los esquemas de explotación que operan en México -como país- se aplican en Oaxaca con una fuerza todavía más terrible y descarada. Lo peor de todo es que, tanto a nivel regional como en el nacional, las personas se han acostumbrado a tal grado al abuso que lo ven como algo normal, y como sucede con el caso de las protestas de la coalición, se molestan cuando alguien deja las buenas maneras de lado para hacer cosas que de veras llamen la atención y provoquen conflicto, enfrentándose con ello a la enorme mayoría de los habitantes de esta república esclavizada, quienes no creen o ignoran que hay algo mejor que la simple pastura que constituye toda la recompensa a su trabajo; quienes desean que siempre haya comida en los comederos y bebida en el abrevadero, aunque a cambio de esa estabilidad de ignorancia y muerte deban entregar su derecho a saber la verdad o las muchas verdades que conforman su realidad."
"De esa manera y no de otra es como se les quita suavemente la voluntad de pelear a los pueblos, y lo sabes bien", observó Furbazc. “Thomas Friedman, en su libro “The Lexus and the Olive Tree”, enuncia una interesante teoría, a la que llama “The Golden Arches Theory of Conflict Prevention”, y su enunciado, traducido, dice: “Dos países que tienen en su territorio un McDonalds no han estado en guerra entre ellos desde que los tienen”. ¿Cuales son los países considerados -por el imperio- un riesgo a la seguridad mundial? Irán, Siria e Irak. ¿Cuales son los países del medio oriente que no tienen un McDonalds? Irán, Siria e Irak. Tal cosa busca implicar, entre otras cosas, que la población de un país, con la estructura económica adecuada para mantener una clase media lo suficientemente grande como para sostener una cadena de McDonalds, pierde el deseo de pelearse, pues solamente quiere formarse para comer hamburguesas. La teoría está siendo puesta a prueba con el conflicto entre Israel y Líbano, pues ambos países tienen McDonalds en su territorio, pero se sostiene si se toma en cuenta que Hezbolla no es Líbano, sino que más bien representa los intereses de Irán y Siria. Con todo, el mensaje es claro, y sus alcances tanto domésticos como internacionales. La mansedumbre es el precio de la globalización, en la que la estabilidad, y el trabajo son los valores a conservar a toda costa (lo cual sería ideal si el trabajo beneficiara al que lo hace, y no a los dueños del dinero). En la economía global se reconoce el derecho de 8 potencias para explotar -en su lenguaje dicen 'invertir en'- al resto, sin respetar, ni mucho menos, las tradiciones y la individualidad de cada uno, y despilfarrando sus recursos naturales como si les pertenecieran, como si no existieran consecuencias catastróficas de tan irresponsable actitud. Lo demás es vil propaganda que aprovecha la omnipresencia de la televisión en las casas en las que los libros, o no existen, o son adornos. ¿Es el trabajador un hombre explotado? Sí. ¿Lo es el oficinista, el ejecutivo de una trasnacional? Por supuesto que sí; porque a fin de cuentas solamente reciben dinero (la mayoría de las veces en proporción ridícula con respecto a lo que realmente producen) y no la oportunidad de hacer crecer a su nación hacia el siguiente nivel, un nivel que no existe, en el que un pueblo no necesita ser explotado ni necesita explotar a otro para vivir bien y ordenadamente. Ya sea porque no necesita mantener fortunas escandalosas, o porque sus habitantes no padecen la ambición desmedida que las provoca, o porque el mayor deseo de todos es el de comprender su mundo sin destruirlo, comprender a los demás pueblos sin destruirlos; porque han tenido buenos maestros, y son sabios".
La bella Leopoldina, una mujer culta, en efecto muy hermosa y de disparejo carácter, se rió cuando el espía estaba terminando de hablar. Se levantó luego de su asiento y fue a abrazar por la espalda, ardientemente, a Miluzc Furbazc, quien debió de haber sentido un imposible escalofrío en su cuerpo difunto, pues cerró los ojos y dio por terminado su breve discurso en un intento por gozar la inusitada experiencia. Acercando la boca su oído, le dijo suavemente: "eres un hombre imposible de predecir, Miluzc Furbazc. Comienzas hablando Oaxaca, y terminas tratando acerca de los conflictos en el Medio Oriente y predicando un nuevo orden mundial basado en el amor y en el conocimiento. Si no te conociera bien, pensaría que tantos años es cuchándonos te han dejado completamente tocado; pero el caso es que siempre has sido así. Por eso hiciste lo que hiciste, y por eso dejaste que te mataran sin que tu muerte sirviera para un carajo, sin que nadie se molestara en decirte siquiera 'vete al diablo', o algo así. No obstante, y por lo mucho que te quiero debo decirte que no entiendes nada. Ni tu, ni Santoyo, ni los que dicen que las cosas que están sucediendo están mal y pueden cambiar, y hasta dicen las cosas que deben hacerse para cambiar, sin que vea que alguno de ustedes se levanta a hacer algo de lo que hablan. Para eso son muy buenos, o sea, para decir quién oprime a quién, para llamar marranos a los que decidieron que no iban a vivir como otros tantos pendejos, en la pobreza o la medianía que da el respeto a la ley y a los principios; pero ya los quisiera ver en algo más que una tertulia dominical en los campos Michoacanos, o en el gabinete de Doktor Faust; quisiera que anduvieran aunque fuera en una de esas megamarchitas que para nada sirven, pero que por lo menos se ven tan bonitas, pero ni eso. Nadie va a impedirme que venda mi conciencia a cambio de seguridad a largo plazo, por mucho que ésta sea idiotizante y vana; ese sería, en todo caso, mi derecho como mujer libre”.
“Si algún día quieres vender algo aparte de tu conciencia -dijo el más guarro de los asistentes, el padre Julián- tengo algo en mente por lo que ofrecería una buena suma, y una copa”. El perverso Georg asintió, emocionado.
“Lo único que usted puede tener en su mente, padre, es basura. Le suplico que no me interrumpa. Si alguna vez necesito saber lo que piensa una mente torcida, acudiré a su confesionario, aunque estoy seguro que será tiempo perdido. No es posible llevar a una persona de la línea de la pobreza a la clase media con consejos y consignas, o sermones, para el caso. El cambio verdadero comienza en los hogares, con la enseñanza incondicional del amor y del respeto. Respetar a los demás, sí, y también hacer respetar lo propio; pero no cuando ya es demasiado tarde, cuando la corrupción es tan generalizada que nadie puede confiar en su vecino. Es en ese sentido en el que México ha llegado demasiado lejos. Todos desconfiamos de todos, hasta aquellos como yo que no tomaría un peso de la bóveda de un banco si me la dejaran abierta y descuidada, y eso que para mí los banqueros son unos ladrones, los peores ladrones y saqueadores de nuestro país. Quisiera enseñar a mis hijos el amor, la confianza, el respeto y la honestidad a toda prueba. Eso es la verdadera cultura de un pueblo. ¿Hay alguna manera de que la palabra HONOR recupere su valor original, su fuerza y su poder? Si hay alguna manera la voy a encontrar, y la voy a poner en práctica, pues estoy segura de que la solución para ello no involucrará a otra persona que yo misma”.
Todos estuvimos de acuerdo. En ese momento la carne asada estuvo lista, y todos nos fuimos a comer. Por cierto, no crean lo que dice El Imparcial de Oaxaca. Cuiden lo que leen.
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.