domingo, mayo 27, 2007

Los Puentes en la Noche

Maestro, levántate y ve a la cabina del conductor. No tienes ganas de leer, y si te quedas dormido, cuando llegues al pueblo no vas a tener fuerzas suficientes para irte caminando hasta la casa. Y vas a tener que caminar, maestro, porque en las dos tocadas te quedaron mal: en una te dijeron que te iban a pagar tanto, y te dieron nomás la mitad (perdóname, pero oíste mal, Las Casas, yo no dije "te pago DOS mil, sino de pago LOS mil; los mil de siempre, pues"), y en la otra te imaginaste que por haber viajado tanto te iban a dar un poco más; o sea, lo mismo que tú hubieras hecho de haber organizado la tocada, de haber invitado a un cuate que la mueve, que lee las piezas nuevas como si las hubiera tocado toda la vida y que por eso lo mandas a traer desde ese pueblucho sin nombre en el que se fue a refundir por orgulloso. Pero el que organizó no se parece a ti, y te pagó lo de siempre, o menos, que de eso ya ni te acuerdas porque así eres tú. Te conviene más andar imaginando las cosas que acordarte de ellas, y por eso vas a tener que caminar todo el trecho desde la Terminal, porque no tienes para pagar un taxi.

Las Casas se levantó trabajosamente, luchando contra los movimientos del autobús que lo lanzaban de un lado al otro de la cabina con fuerza que su propia debilidad multiplicaba. "Malditas carreteras", pensó mientras avanzaba lentamente hacia la parte de adelante, "uno las paga tan caras con las cuotas y los impuestos; y todo para que los políticos igualmente malditos las entreguen a los malditos empresarios quienes por no gastar las dejan que se pudran. ¡Malditos ricos; malditos todos!"
Le costó trabajo controlar su ira, desatada por ese pensamiento, lo suficiente como para suavizar su voz y pedir permiso para sentarse junto al conductor. "Me gusta ir viendo la carretera" explicó "además de que si me quedo dormido, luego me va a dar más flojera caminar hasta mi jacalito".

No mames, maestro, ¿jacalito? ¿Qué manera de hablar es esa? No seas racista tratando de hablarle al conductor como según tú hablan los de su clase. Esa es una bajeza. Háblale normal, como hablas tú con tus pares, o los que tú consideras tales, pero que te desprecian lo mismo que tú a este hombre, y eso nada más porque crees que, de dos trabajos muy jodidos, tú tienes el menos peor. Eso habría que verlo. Además, ¿qué tienes que andar dando explicaciones? Se pide el permiso y ya. Siéntate y deja de hacer idioteces. Recuerda a lo que vas.

El operador debía de estar necesitado de conversación, porque accedió de inmediato a la petición de Las Casas, quien se sentó en silencio, batallando como pocas veces por acallar las voces que había estado escuchando en su mente en el último año, cada vez con mayor intensidad y sin poder evitarlo. Eran voces distintas cada vez, pues había logrado diferenciar unas cuatro de ellas, aunque siempre le hablaban de lo mismo y en el mismo tono, como si se tratara de la misma persona que cambiara de voz como se cambia de ropa. Eran regaños casi siempre, reconvenciones y crudos reproches llenos de terribles verdades que lo sobresaltaban, temeroso de que alguien más que él, Las Casas, pudiera escucharlas. Pero no. Nadie las escuchaba sino él mismo, y sin saber si tal cosa era un consuelo o un motivo de mayor alarma dejó que las voces le siguiesen hablando, sin decirle a nadie nada sobre el asunto.
"Vamos rápido", dijo el conductor en un intento por comenzar la conversación, "mire ese carro; ese, el que va adelante. Debe de ser el 107". Las Casas aguzó la vista, pero hasta momentos después consiguió confirmar que el conductor tenía razón en cuanto al número del otro autobús. "Pues ese carro salió de diez y media, y nosotros que vamos de las once ya lo alcanzamos. Debía de estar en Morelia para las tantas, pero apenas va por aquí. Va a Lázaro Cárdenas. Va a llegar muy tarde".
El operador siguió llamando a cada autobús por su nombre otro buen rato, informando al maestro de su destino y hora esperada de llegada al mismo, pero Las Casas no lo escuchaba. Se había quedado viendo al general Cárdenas, quien apareció frente a él justo en el momento en el que el operador mencionó su nombre. Sin temor le había preguntado si estaba bien, si no se le ofrecía nada, pero el ex-presidente lo miraba con ojos acuosos sin decir palabra, perfectamente uniformado y sentado enmedio de la exuberante y deliciosa vegetación de la Quinta Eréndira, finca que Las Casas había visitado un par de veces.
"¿A usted nunca lo han espantado?" Preguntó el músico apartando la vista del espectro de Cárdenas, sintiendo sin embargo su presencia con el rabillo del ojo, como si su campo de visión se partiera en dos y frente a él estuviera la cabina y el conductor, con la aparición que lo miraba todavía y la luz abundante de la Eréndira entrando por el parabrisas.
El conductor guardó silencio, inseguro de haber entendido bien lo que se le preguntaba. Al final dijo que no. "Algunos compañeros dicen cosas, pero la verdad a mí no me ha pasado nada. Hay rutas, pues, en las que es más común. Pero por aquí no. Solamente se ven los puentes en la noche".
El general se había ido. En ese momento sonó el celular del conductor. Éste lo miró sin decir nada, y lo puso de nuevo en la ventanilla.
Las Casas había ido, como la voz le había dicho, para comprobar que pese a todo había trabajos peores que el suyo, y no deseaba irse sin ese placer.
"Ser conductor de autobuses...

Quieres decirle 'camionero', ¿verdad? Dile 'camionero', no seas hipócrita, merece saber que lo desprecias

...es un trabajo duro ¿verdad? Se la pasan manejando; no ven a la familia y casi no duermen..."
Pero entonces sonó de nuevo el celular, y esta ocasión el conductor hizo una mueca de desagrado. Sin embargo, comenzó una larga y detallada explicación que a Las Casas le pareció decepcionante, no solamente porque fue todavía más adormecedora que lo que pensaba leer en su asiento, sino también porque el hombre le dio a entender que no era tan malo como lo parecía, y que incluso trabajaba menos que el mismo Las Casas, porque tenía tres días completos libres a la semana, en tanto que él mismo no tenía ni uno solo, porque si el fin de semana se lo pasaba viajando a las tocadas, entre semana enseñaba matemáticas en la primaria. ¡Matemáticas! Las enseñaba lo mismo que lo haría con la historia o la geografía si pudiera. Por pura necesidad.

Pero querías tus montañas, tu aire puro; tu silencio. Eso vale más, según tú; pero ahora no puedes ni siquiera visitar a tu madre; tan lejos te fuiste.

"Mi madre está enferma". Dijo Las Casas. Había vuelto a fijar la mirada hacia adelante, en la carretera que pasaba interminablemente debajo de ellos. El conductor no contestó de inmediato, como si no hubiera escuchado la pregunta, y luego dijo: ‘‘¿qué le pasa? ¿Está grave?" "Supongo que sí" dijo Las Casas "porque nadie me quiso decir qué es lo que le pasa. Nada más me dijeron que se había enfermado, y que no podía hablar conmigo. Eso fue ayer".
El músico miraba, sobre todo, los puentes. Los puentes para el cruce seguro de la carretera que pasaban lentamente sobre de ellos de cuando en cuando. De ellos colgaban hombres desconocidos, y algunos animales, vacas sobre todo, triponas y pálidas. Todas muertas. Las Casas sabía que no estaban ahí, que nadie más las veía, y que tampoco eran espantos. No creía en los fantasmas. Justo en ese instante sonó de nuevo el celular del conductor, pero en esta ocasión éste se volvió hacia Las Casas y le dijo:
"Ya van cuatro veces que me llega el mismo mensaje al celular, dice: 'si quieres dinero, ve al panteón a las tres.' No dice quién lo manda; ni siquiera el teléfono. Le escribí de vuelta para preguntarle quién es, pero nada más contestó 'alguien a quien le debes mucho', y ya".
Sin saber por qué, Las Casas sufrió un escalofrío que lo recorrió de arriba a abajo.
"Pero yo le debo a todo el mundo," continuó el conductor; "el dinero no me alcanza para nada. Debo todo lo que tengo, y a cada rato me andan cobrando. Usted ha de viajar mucho, pero por lo menos regresa con dinero. A mí, mi vieja me cobra las quincenas. Imagínese".
"Alguien a quien le debe mucho," murmuró Las Casas. "Podría ser cualquiera. A veces hay muchachos bromistas, sinquehacer, que hacen bromitas como esa para asustar, o ver si pueden sacar provecho. Por mi parte, yo simplemente no creo en esas cosas. Si lo hiciera -y al decir esto, el músico bajó la voz- si lo hiciera estaría muy nervioso ahorita, porque llegando al pueblo tengo que pasar caminando enfrente del panteón. Es la ruta más corta para llegar adonde vivo. Ojala y me hubieran mandado a mí el mensaje, y que fuera cierto. Nada me cuesta detenerme un rato camino a casa".

Sí. Los supersticiosos son siempre los otros ¿verdad? ¿Por qué tiemblas, entonces? La superstición ajena es contagiosa. No temes creer los fantasmas de los demás, pero estás seguro de que nadie va a creerte si les dices que ves gente colgando de los puentes. Me sorprende que creas que lo que enseñas en la escuela es verdad. No crees en nada.

"Nada es verdad" dijo Las Casas en voz alta, y el conductor se volvió, intrigado de que esa fuera la primera frase que el maestro pronunciara después de tan largo silencio.

En el pueblo, Las Casas se bajó del camión y lentamente comenzó su camino. A pesar de haber resistido despierto hasta el final del viaje, el músico sentía que todo su cuerpo era una masa pesada y sin fuerzas, a la que cada paso costaba el trabajo de una vida. Solamente el deseo de poder llamar a su madre pudo sacarlo de su insoportable sopor. Iba maldiciendo la oscuridad que lo rodeaba. “¡Maldito gobierno! -mascullaba- Tan caros que cobran todos los servicios en el maldito municipio, y las luces nunca sirven, nunca hay nadie vigilando. Uno está a merced de cualquier cosa por culpa de los que no piensan en enriquecerse. En lugar de servir, ¡robar! Y encima de eso hablan del honor y la dignidad. ¡Malditos ladrones! ¡Mil veces malditos!
Todo era extraño en esa noche, nuevo y desagradable. A su alrededor desaparecieron las imágenes; las voces que lo torturaban callaron repentinamente sin responder a sus quejas, y navegando como en una suave pesadilla llegó hasta el panteón del pueblo.
Frente a la puerta se detuvo. Estaba seguro de que alguien lo miraba. Sintió la pesadez de una mirada como si repentinamente le cayera encima una tonelada de agua que no lo mojara, ni lo asfixiara, sino que solamente le pesara, oprimiéndole por todas partes, fijándolo en su sitio. No como la mirada de sus apariciones, vana y perpleja; sino aguda y ansiosa. Tampoco la voz que lo llamó en ese momento era como las demás voces que solamente él podía escuchar. Ésta venía de afuera.
Era la voz de su madre.
Las Casas volvió la cabeza lentamente hacia el lugar de donde la voz provenía: la polvorienta avenida central del cementerio. Justo ahí, caminando lentamente hacia él, estaba su madre. Estaba muy delgada, con el semblante carcomido por las fiebres y los ojos tristes de los que ya no viven.
"Perdóname, mamá", gritó Las Casas con voz cansada, lo más fuerte que pudo, pues se le figuraba que de otro modo no alcanzaría a escucharse hasta el lugar lejano desde el que su mamá lo contemplaba. "Iba camino de la casa, para llamarte. Nadie me dijo... no sabía". Después de años de enfrentarse con espectros que sabía imaginarios, ahora el maestro tenía miedo.
"Ahora no importa." Le contestó la madre. "No importa, porque nos vamos juntos. De cualquier modo, este mundo nunca te ha gustado; ni en la ciudad, ni en este pueblito tan lindo. Vámonos.”
Las Casas tardó un par de segundos en comprender; los suficientes para que el conductor del autobús del que se había bajado hace poco lo sujetara por la espalda y lo degollara con un certero tajo de machete.
"El dinero ESTABA en el panteón a la hora que el mensaje me dijo." Murmuró el conductor mientras registraba a Las Casas, tomando de la bolsa del sacó el sobre con los pocos billetes ganados ese día. Los dos trabajos habían pagado mal después de todo, y por eso había tenido que caminar. "Solamente había que entender el mensaje bien."
Y es así como, en su último instante de consciencia; Las Casas se dio cuenta de que, de los dos viajeros nocturnos ahora él era el único que creía en fantasmas. Plenamente.

AS

27 de mayo de 2007

domingo, mayo 20, 2007

An Essay on Female Subconscious Miswriting Theory Manifestations

Hace un par de días, mientras revisaba mis documentos, me encontré con un ensayo que Doktor Faust escribió hace dos años, a propósito de una carta que el perverso Georg (que aparece como "Jorge" en el texto) recibió de una amiga suya. Esta amiga, cuyo nombre ha sido cambiado por razones de privacidad, siempre ha sido un enigma para nosotros (El trío: El perverso Georg, el Prof. Thinmar y yo), y por lo tanto la mandamos a Doktor Faust para que nos hiciera el favor de analizarla. Él, por supuesto, lo tomó a broma, y nos devolvió la carta con la pieza que aparece a continuación en su idioma original y con nombres supuestos. La carta de Tina hace referencia a otra persona, que recibió de un millonario una beca, y desea sus datos para ponerse en contacto con ella y tratar de obtener el mismo beneficio. El Prof. Thinmar aparece en el texto como "Gustavo" y "Sam", como es de esperarse, soy yo mismo. Espero que lo disfruten.

First, I have to apologize because of my taking so long in writing this much announced essay. There's of course a reason for this, but it's a little hard to explain the right way. Let's say I was on a research trip that took me to a nice looking place called Ciudad Universitaria, in Mexico City. I was looking for a very specific girl type that can only be found in the aforementioned environment and, by all means, I was not disappointed, because in my first day in the field I ran into a superb specimen ready to be studied. The problem was that at the end of the investigation I realized that my research notes were lost. This of course is a hell of a setback, because I rely totally on those notes in the writing of my second PhD. dissertation, and I am therefore eager to retrieve them. And I will in due time, I mean... because I've got to find out what happened to my wallet, my watch and my gold-monogrammed pajamas first.
Anyway. Before we go on I have to make three very important statements:
First; I am not a Freudian analyst, even though the old goat-bearded Jew motherfucker was right almost all the time. I don't know, I guess the poor Austrian bastard cramps my style a little or something, you know. Second; I'm not actually an analyst, but a philosopher in the tradition of Aristotle. This, as you can imagine, sometimes gets me in trouble, as when I wrote the paper demonstrating that Lucerito is still a virgin even when she is pregnant of her second baby. And third; being a philosopher is a lot better than being an analyst simply because you don't work in a damn couch, but in a bed instead, which is a lot more comfortable when coming to deep research.
In the second letter written by Tina, we find examples of what I call Female Subconscious Miswriting, so named after Dr. Freud's famous theory of "creative wrong utterances". This last theory is a very simple one, and it is based on the idea that, in daily life, even the tiniest mistake of pronunciation can be traced down to the innermost layers of the unconscious mind.
For instance, a few days ago frau Ute Rosenkranz came to see me. She told me that on his younger son's Bar Mistvah's dinner, she was telling the story of "The little Prince"; and all of a sudden, when she came to the part in which the Prince meets the fox, frau Rosenkranz said "Fuss" (foot) when she meant "Fuchs" (fox). Without knowing why, after the innocent mistake frau Rosenkranz began to feel more and more upset, she blushed, sweated profusely and, finally, wept bitterly while those around her watched in astonishment.
Even for a layman, it is clear that the words Fuss and Fuchs are painfully related inside frau Rosenkraz' mind, but, to be honest, I was too tired at the moment to go into it. I charged the old dirty Jew bitch a hundred marks just for listening to her creepy tale, and send her home.
Something very much alike occurs when a passionate woman types in a computer or a typewriter keyboard, and due to the second plane operations of the unconscious strikes a "wrong" key. Of course it is not a wrong key at all, but the manifestations of a troubled mind that is fighting for its expression, even against the iron hard oppression of the Self. There are occasions when the key wrongly stroked is the one next to the desired key, and in those cases the probability of a real accident is greater; however, we'll try to select examples in which keys standing very well apart from each other are involved.
I will bypass things already discussed, as the possessive tones in which Tina’s letters are written and her confidence in Jorge's capacity to arrange concerts dates at her will. The first sentence in which we see an apparently mistake is "Gustavo es un chismosos" and could be translated into "Gustavo are a liar". Why is she talking as if there were more than one person in relation to a single noun? It's simple: she is trying to imply (without knowing it! Please, be noted the unwillingness of all these actions) that there’s more than one liar; and it's because she is thinking in the third member of the trío: Sam. In her deep distress, her intimate life being threatened or -in other words- spied upon by one member of the trío, she sets herself up to smear the honor and good name of the rest of them: “Gustavo AND SAM, are a fucking couple of dirty peeping Toms and liars.”
Then, she writes: Mucho me ayudaría que me pongas ne comntacto con la chava usw. ("usw" is the way we Germans say etcétera, it means "und so weiter"). Well, at this point things get a lot rougher, and a very smart analyst is needed to reach the true meaning of the underlying relations. Unfortunately, there's none at hand, and so I'll give you my opinion.
Tina wants to be put in touch with a person that was capable to juice a millionaire for a scholarship (she writes "scholarshipd" , word that bears close resemblance to "Scholar shipped" or a "maestro (en) barco". Deep inside herself, Tina wants to get a degree without studying) but writes "ne" instead of "en" and "comn" instead of "con". "Ne" seems to be "ni", and that, in turn, seems to be "sí". On the other hand, "comn" seems to be "cómo no"; and so we see that, in the middle of the whole text, Tina expresses her doubts about the "millionaire that gives a scholarship just like that" story, and says "sí, cómo no", implying that the unnamed girl actually got the money having sexual intercourse with the millionaire, who -by the way- it's a known sexual pervert. The thing is, Tina doesn't seem bothered at all, and even wants to try her luck. Who know what a woman wants?
The last example is an invitation. She writes: "Hablame si quieres..." when she meant "hablame, si quieres." The use of dots and the omission of the comma gives to the sentence the value of an invitation to have something that is known, but cannot be said. That something could be having tea together, or could be something more sharp and audacious. I will contact with the other member of the trío to obtain further information.
Remember: in dealing with women never, NEVER take something for granted.

Doktor Faust, 2004.

lunes, mayo 14, 2007

Diario de La Habana (cuarta y última parte)

Las Playas del Este y los Temibles Desarmadores de la Muerte

Probablemente mis poderes narrativos se empeñen en vano al hablar de lo sucedido el domingo 8 de abril. Sin embargo, en un diario de viaje honesto y sin tapaderas como el que he presentado a los lectores de El Gabinete de Doktor Faust en esta serie, no puedo dejar de hablar sobre la manera tan espantosa en la que para mí terminó un día que tan bellamente había comenzado.
A las ocho de la mañana salimos todos rumbo a las Playas del Este, el mejor lugar para nadar en las cercanías de La Habana, concretamente la playa llamada de Santa María. La idea había sido, en un principio, ir a visitar el célebre complejo turístico de Varadero, cuya belleza no se nos dejó de ponderar antes y durante la gira; pero tuvimos que renunciar a ese privilegio dado que no solamente teníamos que pagarle una buena cantidad de dinero a la agencia de autobuses para que nos llevara, sino que la entrada misma a las playas causaba un cargo cuyo importe ni siquiera me molesté en preguntar, con el desinterés propio de quien no tiene ni para pagarle a Caronte el paso al infierno. En fin. Las Playas del Este. De cualquier manera, yo estaba seguro que cualquier playa cubana me iba a gustar, y no me equivocaba en absoluto.
En una de mis novelas escribí que las playas tienen voz; una voz distinta para cada una, que dice en ocasiones las mismas cosas que las demás playas, pero de manera totalmente diferente. En ese sentido, las playas pueden ser como las mujeres, y una vez que te enamoras de una, nunca te sientes en casa escuchando la voz de alguna otra, sin importar cuantas visites en la vida. Siempre extrañas los secretos de la playa que amas, porque sin ser la más hermosa (la mujer que amas nunca es la más hermosa, sino simplemente la única), siempre te dice las cosas que te hacen feliz, siempre de la manera que te hace feliz.
La hermosa Santa María del Mar. Ella, entre miles, tiene una voz semejante a la playa que amo. Es un mar muy diferente; y sin embargo logró hacerme desear sumergirme en ella. Se confesó mi cómplice desde un principio. Me abrió los brazos de par en par y yo, hambriento de mar como estaba, correspondí de inmediato.
Comencé haciéndole una foto; y creo que se trata de una de las mejores fotos que he tomado. Estaba nublado y con fuerte viento del norte, como lo estuvo casi toda la mañana, y ese detalle contribuyo a la sensación de nostalgia y latente misterio que las sillas vacías y las arenas desiertas le dieron a ese momento.
Las muchachas, por supuesto, comenzaron a quejarse desde luego a causa de que el sol se seguía escondiendo neciamente detrás de las nubes todavía a las diez y media de la mañana, pero yo sabía que en unos momentos más íbamos a tener más sol del que podíamos manejar; y de nuevo no me equivocaba.

Cometí el error, sin embargo, de asumir que mi experiencia seduciendo playas incluía vencer los poderes del sol; y me dediqué a nadar y disfrutar de los amigos tomando solamente la insuficiente precaución de ponerme un poco de bronceador en la espalda, sin ni siquiera una playera encima. Al momento de escribir estás líneas, resiento aun las consecuencias de ese imperdonable exceso de confianza.
Fue como a esta hora, al medio día, que José -el novio de Nuri- nos presentó un regalo que para él había resultado costoso sin duda: una botella de Vodka y un litro de jugo de naranja; "no del normal que se toma aquí -nos explicó- sino del mexicano. Del bueno". Eran los ingredientes del coctél llamado "desarmador'', uno de mis favoritos, y aunque se trataba de un vodka de teporocho fabricado en EE.UU. con maíz, acepté con alegría el primer trago, el siguiente y todos los demás.
En realidad me la pasé muy bien durante un rato, y hasta cuando se terminaron las botellas fui caminando a una tiendita cercana a comprar más con los últimos pesos que me quedaban. El hecho de que el litro de vodka costaba apenas un poco más que el litro de jugo de naranja comenzó a inquietarme; aunque unos momentos después seguía tomando esos tragos que -por economía- José me servía criminalmente cargados. Ya para entonces sabía que José no era el novio, sino el esposo de Nuri, y que el apuesto jovencito frente al que todas las niñas del coro se paseaban ilusionadas era el hijo de ambos. Grabamos unos videos para saludar a Litzia, en los que concentré toda la nostalgia padecida en los últimos días, y medio cantamos algunas canciones bajo el ahora inclemente sol.
A las dos de la tarde, una hora después de que deberíamos de habernos ido, J. aun no daba la orden de partir a pesar del enojo del conductor, quien mandaba mensajes sin cesar. Yo estaba simplemente demolido por la fuerza de ese destilado barato del que tomé tanto de manera tan insensata, e inclusive los continuos viajes al mar para desahogar mi vejiga cuando ya la presión era insoportable se hacían cada vez más pesados y titubeantes. El mar recibió mis angustias tan pacientemente como todo lo que de mí recibe, y aunque me hubiera gustado quedarme más tiempo, en mi estado las olas eran ya un grave peligro.
Finalmente se dio la orden de partir. En la bolsa en la que llevé mis cosas de playa guardé unos cuantos kilos de arena de ese hermoso mar para Litzia, quien la usa en sus clases de la escuela, y en ese momento me di cuenta de que mi cámara y otras cosas ya no estaban en donde las había dejado.
Cuetes como estábamos J. y yo, fue fácil comenzar a discutir con la gente de las sillas y las palapitas y lo que es peor, a culparlos por la desaparición de la valiosa cámara. Las cosas se calentaron de inmediato, y en unos segundos teníamos a nuestro alrededor una bolita de personas deseosas de sacar el mayor beneficio de una posible trifulca. Hasta un policía cubano, que hasta entonces se había mantenido quieto en las cercanías, se aproximó lentamente con la mano en la pistola.
Fuimos salvados de esa embarazosa situación por una de las mamás del coro, quien nos dijo, un poco tarde a nuestro parecer, que José había tomado de mi silla algunas cosas y se las había llevado al autobús.
Me inclino a pensar que no tenía malas intenciones, sino al contrario; que tomó las cosas de mi silla porque se dio cuenta de que otra persona lo iba a hacer al encontrarme yo comprometido en la orilla del mar. No sé. Uno se vuelve una persona muy desconfiada después de que un hombre de edad madura y aspecto respetable te roba la cartera en el metro, o después de que por poco te estafan a media calle. José nos dijo que los turistas están muy cuidados todo el tiempo, y que aquellos cubanos que se atreven a molestarlos se arriesgan a ser descubiertos por policías sin uniforme, y a pasarla realmente mal con la vertical justicia de la isla. "Yo podría ser un policía"; había dicho José poco antes, a manera de ejemplo.
El camino al hotel Cohly fue angustioso. En el momento en el que el autobús dejó la playa, empecé a sufrir por el sólo hecho de estar vivo, al grado que los recuerdos se tornan confusos y difíciles de seguir. Para empezar, las ganas de ir al baño de nuevo eran insoportables apenas a medio camino del hotel, y fue cuando estaba a punto de enloquecer de ansiedad que se me ocurrió buscar un baño en el autobús; ocurrencia cuya obviedad se me escapó a causa de mi estado, y que me salvo de sufrir un accidente vergonzoso enfrente del coro.
Cuando llegué al cuarto del hotel, mi intoxicación se había vuelto algo sumamente molesto, y me derrumbé sobré mi cama después de encender el clima artificial al máximo, aunque comenzaba a temblar de forma incontrolable a pesar del calor.
Dormí hasta las siete de la noche sin dejar de temblar; pensando que algún veneno debería de haber tenido lo que nos bebimos, porque nunca antes había padecido semejante turbación después de las copas de medio día. Me bañé con la mente clara, pero con el cuerpo indescriptiblemente abatido. Pensé que todo era cuestión de satisfacer el hambre aguda que de repente me dio, pero eso resultó ser un error, porque seguía temblando en el comedor, mientras me tragaba un regaño de las mamás del coro junto con el enorme plato de moros con cristianos y carne de puerco que -lo entendería hasta después- fue el golpe de gracia que rompió el balance precario de mi organismo.
Durante la noche no pude dormir sino unos minutos y de forma intermitente, porque lo mismo me levantaba a defecar una diarrea pardusca, que a vomitar mis entrañas, atormentado por furiosos espasmos que me arqueaban violentamente, como si la mano enorme de un gigante me exprimiera sin piedad hasta el último rastro de mi cena, la cual salió disparada de mi boca una y otra vez con una violencia nunca antes vista. Pensé en Sancho cuando, en la Venta, "se desaguaba por entrambas canales" después de beber el bálsamo infernal preparado por Don Quijote.
Pobres de mis compañeros de cuarto, pensaba yo siempre cada vez que me acostaba, esperando en vano no tener que levantarme de nuevo al baño.




Epílogo

El temblor se me quitó hasta pocos minutos antes de subir al avión, en el aeropuerto internacional José Martí; lugar cuyo nombre aventaja en lo monumental -y por mucho- a sus instalaciones. Me hubiera gustado llevar un libro del gran hombre a México, pero esa y otras muchas cosas me habían tomado definitivamente por sorpresa, y me concentré durante el viaje a buscar respuestas a preguntas que habían perdido significado, sin distinguir lo realmente valioso que el país podía ofrecerme. Era evidente que, aunque mis intenciones eran las de estudiar a Cuba, en realidad yo había sido manipulado y sacudido por aquello que deseaba estudiar y comprender. Eso pensaba, mientras una espectacular y nunca antes vista del Citlaltépetl -el Pico de Orizaba- me daba la bienvenida oficial de regreso a mi patria. Y es que hay una constante en mis viajes a lo largo de mi vida: sin importar lo bien que la pase en un viaje, regresar a México siempre me causa una singular felicidad y eso, creo yo, es también por lo que se viaja.

AS

Tarímbaro, Michoacán; mayo 13 de 2007.






domingo, mayo 06, 2007

Diario de La Habana (tercera de cuatro partes)





Viernes 6 de abril

Hay algo que me llama la atención desde que llegué a la isla y es que, por dondequiera que voy, es como si trajese un letrero en la frente que dijera que soy mexicano. Aun cuando voy caminando lejos del grupo, y mantengo la boca cerrada, los limosneros (esperaba que la revolución hubiera acabado con ellos) y los vendedores apellidan: "¡México, una limosnita!" O, "¡México, lleva esto y aquello!" Es algo divertido, sobre todo si se toma en cuenta la sugerencia de un amigo mío de entrar gratis a los museos haciéndome pasar por un cubano; aunque no lo será tanto cuando hable de Ángelo, el estafador.
Hay desorden en el festival. Hoy es el concierto de clausura de los cursos, pero nadie sabe a qué hora es el ensayo en la sala para mi grupo. Supuestamente no hay clases, y por la misma razón no sabemos a quien acudir para informarnos, pero la maestra Orraca soluciona el problema diciendo por el altavoz del palacio que nos espera a todos en el salón. El caos persiste en el resto de los talleres, y con todo logramos hacer nuestro ensayo apenas veinte minutos después de la hora planeada.
Nos fuimos al hotel a comer a toda prisa, y realmente es un milagro que hayamos regresado a las dos de la tarde, la hora a la que comenzaba el festival, tomando en cuenta la lentitud de los niños a la hora de la comida. Ayudó en parte que el menú siguió siendo el mismo durante toda la gira, y entre cerdo y pescado (a veces alguien alcanzaba carne de res) no había razón para pasar mucho rato escogiendo.
El concierto de los talleres batió todos los records, y es sin duda -lo dice alguien que vivió los eternos festivales corales del INBA, en el viejo Auditorio Nacional- el más largo al que haya asistido. Aun cuando se hizo sin ninguna pausa o intermedio. Comenzó a las dos de la tarde, y terminó pasadas las siete y media de la noche. ¡Y después de eso querían que fuese al concierto de gala!
Miren; yo sé que los muchachos de Vocal Sampling son lo máximo. He escuchado sus discos, sé de lo que son capaces y escucharlos en vivo debe de ser -como de hecho lo fue, de acuerdo a lo que se comentó en los días siguientes- una experiencia única. No obstante, el oído humano tiene sus límites, y nadie puede culparme si después de cinco horas de escuchar coros decidí quedarme a descansar en el hotel en lugar de irme con todos los demás al auditorio Karl Marx para el concierto de gala. Simplemente no podía más, y la debilidad de mi atención me llevó a apagar mi cerebro viendo por televisión un muy buen partido de la final cubana de beisbol. La Habana vs. Santiago. A ver si después de leer sobre lo que hice en lugar de ir a ver a ese electrizante grupo, recibo por fin un comentario, así sea negativo, acerca de mi no tan literario Diario de La Habana.

Sábado 7 de abril

Anoche todos llegaron muy tarde, porque como es ya usual aquí el concierto de gala terminó a deshoras, con los muchachos de Vocal Sampling cantando sin parar hasta en el vestíbulo del auditorio, ante la manifiesta impaciencia de los empleados, quienes lo único que deseaban era irse a descansar. Aunque los niños que duermen en mi habitación dicen que tocaron a la puerta, el caso es que no los escuché, a lo mejor porque después de ver la tele me puse a escribir y hasta terminé un libro en el que llevaba un año trabajando, lo cual me alegró mucho; o quizá porque tocaron muy quedo, no sé. Lo que pasó es que de repente escuché muchas voces afuera y, cuando abrí, estaba ahí el personal de vigilancia, las maestras que acompañan el coro y varios niños curiosos. Tal vez pensaban que me había ido de parranda o algo así, y todo ese alboroto era nada más para abrir la puerta.
Afortunadamente para todos, el gran concierto de clausura es hasta las once de la mañana, y podemos quedarnos otro rato más durmiendo. De todos modos yo no tenía ya demasiadas ganas de escuchar a los coros de ese día, y al llegar al teatro Amadeo Roldán no entré a la clausura, sino que preferí irme a caminar un rato por el malecón, distante solamente un par de cuadras de ahí, seguro de que, sin importar cuanto me tardara, al regresar iba a alcanzar una buena dosis de coros.
La visita al malecón fue deliciosa mientras duró. Había viento del norte, y las olas rompían tan fuerte que los chorros de agua saltaban a la calle estruendosamente formando charcos enormes por los que luego pasaban los automóviles que circulaban por la avenida, la mayoría de ellos verdaderas reliquias del periodo anterior a la revolución. Me hubiera gustado quedarme ahí otro rato, y caminar quizá un poco hacia una plaza cercana que se alcanzaba a ver desde ahí, pero mientras me preparaba para tomar una fotografía (tomé varias, pero buscaba un mejor ángulo a mitad de la calle) se me acercó un cubano de manera aparentemente casual; "¡Eres de México -me dijo emocionado- si no eres de México que me parta un rayo!" Se trataba de Ángelo (pronunciarlo "Anyelo"), el estafador.
Me dijo que una hermana suya vivía en Cancún, que deseaba ayudarme por ser mexicano, porque deseaba emigrar también él; que era maestro de Salsa (se trataba de un hombre joven y atlético) y que deseaba llevarme al festival de salsa en la plaza no sé qué. Hablaba hasta por las orejas. Para ahorrarme su largo discurso, durante el cual me repetía que no iba armado y no era peligroso, diré que su plan era ayudarme a comprar pesos convertibles -que los cubanos llaman "chavitos"- mucho más baratos, con lo que a él le darían una comisión en forma de comida, pues el canje se llevaría a cabo en un llamado Mercado Popular, y según eso era completamente legal.
Por supuesto que no, pensé yo. El gobierno jamás autorizaría algo así, pues los "chavitos" eran precisamente el negocio del Banco de Cuba; por lo que de seguro se trataba de moneda falsa o peor, del señuelo para una emboscada. Además, cuando Ángelo me hizo ir por una calle que según eso llevaba al Mercado Popular, lo sorprendí haciéndole señas a otra persona que no alcancé a ver, y a partir de ese momento no hice otra cosa que buscar librarme de él de forma pacífica, sin confrontación, pero lo más rápido posible. No fue fácil en absoluto. Lo logré cuando persuadí a Ángelo de que no llevaba dinero (Llevaba quinientos pesos que me urgía cambiar por "chavitos", pero de los reales) y de que de ningún modo me daba tiempo de ir al hotel para sacar de la caja de seguridad. Al final, me dijo que tomara su teléfono para que, si necesitaba conseguir mujeres "guapas y no profesionales" o cualquier otro servicio, lo llamara. "Que no te hagan tonto", dijo. Saqué papel y pluma para tomar su teléfono, pero él señaló mi teléfono, el cual había sacado momentos antes para contestar una llamada de mi amigo Heini Wanzke, y me dijo que lo anotara ahí. Miré a mi alrededor, y no vi nadie que me ayudara en caso de un robo de celular. "En el papel está bien", dije.
Cuando por fin me libre de Ángelo, me di cuenta de que estaba perdido y no sabía cómo regresar al teatro. Encontré mi camino, a fin de cuentas, y gracias al incidente tuve la oportunidad de visitar un mercado en donde los cubanos van al mandado, algo difícil de hallar para un turista, y una farmacia. Así, pude constatar la terrible situación del ciudadano cubano común en lo que toca a la comida; pude ver que no hay nada que comprar en los puestos, que hay silencio en donde debería haber gritería de vendedores, que todo está carísimo aun en moneda nacional, que todo está oscuro y que no se puede elegir nada. Solamente lo que hay: el refresco de una sola marca y dos sabores (uno a la vez) y la cerveza de la única marca que hay: Bucanero.
En la sala, regresé justo a tiempo para escuchar el coro Noruego, el mejor del festival; pero la música no significaba lo mismo para mí. Solamente podía pensar en el revelador paseo que acababa de hacer, y en la ansiedad que la idea de no poder elegir me provocaba.
Hubo una "fiesta" después de la clausura, la cual duró solamente un par de horas. Me la pasé afuera del salón, platicando con Nuri de lo que me había pasado. Al principio no quiso decir nada, salvo su plática de guía de turistas, pero le dije que yo lo que deseaba era entender, y no juzgar. "Todos amamos a nuestro país, pero lo cierto es que..." comenzó diciendo Nuri, y entonces comenzó la parte interesante de nuestra conversación, la que me ayudó a comprender las razones del patriotismo, de la necesidad y del valor.
Para quien lo quisiera entender así, estaba visitando una plaza sitiada. En un sitio, los defensores carecen de todo. Se puede entregar la plaza, pero entonces se compromete el honor. Los jefes se esmeran en forzar la resistencia, porque los pocos suministros que metemos los turistas y los cubanos en el exilio acaban en su mesa a fin de cuentas. La disciplina es clave, ya que las indiscreciones a este respecto y las deserciones desmoralizan poderosamente a los que combaten, y los castigos son en consecuencia ejemplares. En el fondo, todos quieren resistir más; en el fondo también, todos desean rendirse. Algo es seguro: el enemigo -como llaman a los Estados Unidos- no tiene buenas intenciones. No quiere libertarlos, sino (como en el caso de Irak) sustituir una tiranía local con otra operada por la Casa Blanca. Hay que concederle eso a la propaganda oficial.
Pasé meditando, en completo silencio, el resto de la tarde y la noche.
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.