domingo, febrero 25, 2007

Dos enemigos, una sola arma


Está atardeciendo en un día más de mi vida. Comienza una semana nueva, muy diferente a cualquiera otra que haya vivido, a pesar de que durante ella voy a hacer más o menos lo mismo de siempre: atacar para vencer; amar; comprender y aprender todo lo posible. Enseñar lo poco que sé con la esperanza de que sea algo valioso para alguien más. Me queda cada vez menos tiempo para lograrlo. Cada momento es irremplazable y cuando se va lo hace para siempre.
Afortunadamente, mis enemigos están bien localizados y tengo las armas para vencerlos. Uno de ellos es mi sobrepeso, que en este mes pasado ha recibido golpes demoledores gracias a mi manía por la bicicleta; una verdadera locura que me gustaría poder contagiar al resto del mundo y así salvar al planeta de una destrucción segura. Ese -el calentamiento global- es el otro enemigo, menos tangible que mi barriga, pero igualmente letal.
No solamente he logrado hacer de la bici mi medio de transporte habitual, sino que aprovecho cualquier pretexto para subirme a ella y andar por toda la ciudad. El resultado: en poco más de un mes he pasado de 112 cm. a 104 cm. de cintura, y he bajado de 84 a 78 kilos de peso. Todo esto me sucede en un momento clave, cuando estoy acercándome a los cuarenta años de edad y mi cuerpo necesita mantenimiento urgente. Ya no soy un muchachito, y creo que estoy haciendo lo correcto si es que deseo estar listo cuando mi organismo me comience a pasar las facturas del pasado. Por otro lado, la tierra esta al borde de un cambio climático de proporciones catastróficas a causa de la incapacidad de la especie humana para controlar la codicia desmedida de unos cuantos de sus miembros mas inmorales. Cada vez queda más claro que la creación de fuentes alternas y ecológicas de energía sería para estos días una realidad de no ser por los esfuerzos en contrario de los magnates petroleros, determinados a perpetuar su negocio hasta agotar los yacimientos mundiales sin importarles en lo más mínimo el daño irreversible a un medio ambiente frágil en extremo. Lo mismo reza para aquellos países que, pudiendo explotar los recursos hidráulicos, eólicos y atómicos con los que cuentan en abundancia, se empeñan en obtener del carbón la mayor parte de su energía, como si su riqueza y supremacía fuese a salvarlos de la destrucción en un futuro cercano si las tendencias en el calentamiento global no son cambiadas por medidas de emergencia.
Solamente subido en mi bici puedo ver, como desde un mirador mágico, la forma irresponsable en la que el hombre, y concretamente el mexicano, destruye su medio ambiente y lo convierte en un lugar inhóspito. En Morelia, por ejemplo, no hay control de contaminantes para los autos particulares, lo que en el D.F. se conoce como verificación vehicular. No obstante, hago que el coche de la familia, que usualmente maneja mi esposa, se afine regularmente; pero por desgracia la ausencia de ese mecanismo de control ha provocado que por las calles de esta hermosa ciudad circulen unidades impresentables: viejas carcachas que arrojan humo al ambiente en cantidades industriales sin que nadie se les oponga. El año pasado, el gobernador presentó un proyecto para introducir la verificación en el estado, y la respuesta fue una violenta protesta dirigida por los mismo merolicos de siempre, o sea, los corruptos líderes del transporte público, quienes con el pretexto de que la verificación iba a provocar más corrupción, impidieron que la medida progresara. Nadie parece saber lo que en realidad está sucediendo. Pasa un poco como con los fumadores que siguen con su hábito autodestructivo porque en la ruleta rusa del cáncer siempre va a perder otro, y no ellos.
Cuando compré mi primer automóvil, hace casi siete años, la ocasión coincidió con mi contratación en una escuela muy lejos de mi casa. No pasó mucho tiempo antes de que, aburrido por el tráfico y harto de los embotellamientos, comenzara a dejar el coche en casa para usar el transporte público -como ahora la bicicleta- de manera habitual. No nací con el coche pegado a las posaderas, pienso. Aquí, sin embargo, en una ciudad mucho más pequeña, la gente usa el coche hasta para ir a la esquina; pero no se ven en la televisión -la única forma que de "educarse" tiene la mayoría de la población- spots que inciten a la gente a racionalizar el uso de automóvil, o a mantener a todo vehículo, principalmente los de carga, en buenas condiciones, como si de eso dependiera su vida. No los hay, o no por lo menos en cantidad suficiente.
"The mexican people is not that poor", me dijo una vez el profesor Thinmar, "it is just lazy and greedy". Tiene razón. Por eso mismo es difícil pedirles que hagan algo por ellos mismo que habitantes de países mucho más educados no están dispuestos a hacer, y me refiero a los Estados Unidos, cuyo gobierno se encamina, como el mexicano, al fascismo, y lo menos que les preocupa es lo que pueda suceder dentro de 15 0 20 años.
El peligro es real. El enemigo está a las puertas. ¡Salvemos al planeta! ¡Usen la bicicleta!

martes, febrero 20, 2007

Regresar

Escribo en la casa de mi hermano Arturo, en Azcapotzalco, ciudad de México. Es la misma casa en la que viví hasta que a los 24 años puse mi primer departamento de soltero, acto cuyo simbolismo incluía el de comenzar a vivir -en el instante de abandonar la casa materna- la etapa mítica conocida como el resto de mi vida. Ignoraba entonces que iba a sentirme así o mejor en otras ocasiones, como cuando me casé con mi amada Litzia, o cuando nacieron mis gemelos y luego mi hijo menor (feliz cumpleaños, Miluzc, eres el amor de mi corazón, aunque como ayer te hayas perdido por un rato poniendo a tu mamá como loca de angustia); o cuando por fin abandoné el DF para vivir en la bella Morelia.
El caso es que estar aquí me da siempre la oportunidad de ver mi vida en perspectiva; de reflexionar sobre el mucho tiempo y energías perdidos en el pasado y la desmedida importancia que le di a cosas que ahora me parecen triviales, por decir lo menos. No obstante, me parece que es un defecto que no puedo superar. Por ejemplo: ahora me parece muy importante que mi cuñada esté en la cocina haciendo tortillas. Jamás pensé que alguien pudiera tomarse en estos tiempos tan agitados la molestia de hacer tortillas de harina para la comida, cuando las tales pueden comprarse ya hechas ahorrándose todo el problema por el que Cinthya pasa en este momento, con la masa que se le pega a las manos con viciosa insistencia. Ese tipo de cosas -como el hecho de que Arturo me haya llevado al super a escoger lo que se me antojaba comer- son las que me conmueven, aunque al resto de la gente le pasen desapercibidas. Hacen de la comida en familia una convivencia única, y ayudan a que me sienta agradecido de estar aquí, a pesar de extrañar poderosamente a mi familia, a Morelia y a mi bici.
....
Ayer saludé a mi viejo amigo Gustavo en una actuación que tuvimos juntos en la Condesa, y me preguntó si ya había visitado el centro cultural Bella Época. De inmediato pensé que podría ser una buena idea hacerlo antes de irme a la Basílica de Guadalupe (cuyo pomposo título de "Insigne y Nacional" no deja de llamarme la atención) a tocar el órgano monumental; aunque de inmediato me sentí atrapado enmedio de sentimientos encontrados.
Es que se trata de una costumbre que he perdido: visitar las grandes librerías. Me entristece confesarlo, pero los libros se han vuelto como un artículo de lujo en mi vida. Hace dos o tres años Gustavo me decía que, si pudiera ahorrar todo lo que gastaba en libros, tendría al final de mes una buena cantidad de dinero, pero ahora no sé en qué más puedo ahorrar para poder comprar por lo menos un libro de los muchos que se me antoja leer, y solamente me queda esperar a que sea momento de "vivir mejor", como el usurpador prometió a los incautos. En fin; a pesar de esa situación decidí pasar a visitar el centro cultural del que hablaba, sede de la muy decente y atractiva Librería Rosario Castellanos.
De entrada, me quedé una media hora en la mesa de las novedades, lugar en que encontré lectura apasionante para varios días. De hecho, extraviado por las cuentas alegres e irreales (como las que dicen que no ha habido inflación, ¡qué poca madre la de los banqueros, de veras!) hechas en mi mente perturbada por la cercanía de los libros, comencé a amontonar en mis brazos un tomo tras otro con ansiedad de adicto en abstinencia. Primero tomé el libro de Carlos Tello sobre el dos de julio, aunque pienso que en ese caso no habría genuino interés sino solamente morbo, después de que su autor fuera exhibido como embustero y mentiroso por personalidades como José María Pérez Gay y Federico Arreola. Lo que en verdad provocó que se me hiciera agua la boca fue la monumental obra de Adolfo Bioy C. llamada simplemente "Borges". Es un libro que se antoja delicioso, lleno de anécdotas personales vividas por el autor al lado del gran poeta argentino y que seguramente ofrece insospechados detalles sobre su manera de pensar y de trabajar. Además, no se trata de una biografía concebida como tal, sino que la obra se construyó a partir de los diarios de Bioy, quien era él mismo un escritor de respeto, y arreglada en su forma definitiva poco antes de su muerte. Siempre he sentido una especial veneración por los escritores de diarios; y no hablo de las ficciones literarias escritas en la forma de tales, con las que muchos buscan disfrazar la mediocridad de sus ideas al expresarlas de esa forma, sino de aquellos que encuentran tiempo, día tras día, para sincerarse con sus "cuadernos de escribir la vida", como los llama Isabel Allende. Me parece que los diarios de Bioy son de esa naturaleza, y por ello sería maravilloso pasar horas en silencio frente a ellos, con la luz de las velas iluminando sus páginas, o quizá no en silencio, sino pronunciando en voz baja su lectura para poder saborear las palabras a plenitud. Lo mismo vale para el libro que tomé a continuación: la sexta entrega, cuyo título escapa a mi memoria en estos momentos, de la saga del capitán Alatriste, personaje de Arturo Pérez-Reverte que me ha regalado más de una intensa emoción y muchísimas frases de tan extraordinaria belleza y sabor antiguo, que encuentro una profunda satisfacción al detener la acción de la novela para pronunciarlas, y así disfrutarlas una y otra vez. Lo único malo que tienen las novelas del capitán Alatriste es que no me duran nada. El gozo de vivir sus aventuras por vez primera es efímero y apenas terminado cada volumen ya se desea tener el siguiente entre las manos. A veces debo resistir inclusive la tentación de releer los que ya tengo por temor a gastarlos, a quedarme sin el vital alimento de su frescura.
El resto de la librería me gustó mucho. Es un espacio solemne y al mismo tiempo moderno y disfrutable; hay una sección infantil con variedad en los títulos y algunos -demasiado pocos, para mi gusto- divanes y colchonetas en los que los padres pueden recostarse con sus niños para enviciarlos o enviciarse juntos con la lectura. Hay un estante especial para las obras de Rosario Castellanos en ediciones diversas y algunos estantes con libros en otros idiomas. Mi queja a ese respecto es que hay una marcada preferencia por los libros en francés. No entiendo el por qué. No son más baratos y Francia no tiene más escritores importantes que los países angloparlantes, o que Italia y Alemania, para el caso. No obstante, hay tres estantes de libros en francés y solamente uno de libros en Italiano y en Inglés, respectivamente. No hay un solo libro alemán a la venta.
No hablo francés, por cierto.
Tomé, pues, los poemas de Pavese en una edición integral y las novelas tempranas de Henry James en la lujosa edición de pasta negra auspiciada por el gobierno de los Estados Unidos. Como ya era tarde comencé a caminar rumbo a la caja, pero a medio camino me detuve y, gracias al cielo, comencé a pensar con claridad en lo tocante al poco dinero que llevaba en la bolsa.
Uno a uno fui devolviendo cada libro al lugar del que lo había tomado. Del que más trabajo me costó desprenderme fue el "Borges", porque a pesar de ser invaluable solamente cuesta unos $300 pesos; pero al final hube de reconocer que, o leía ese libro, o regresaba a Morelia, y lo último me pareció una urgencia más inmediata que lo primero. Salí de la librería con las manos vacías, pero contento de comprobar que no es la defunción de mi espíritu o la falta de curiosidad lo que me ha separado de la actualidad literaria; y que bien vale la pena seguir desenmarañando la rebuscada sintaxis alemana del "Hitler" de Joachim Fest, cuya difícil lectura me he impuesto como un deber, si como premio voy a poder tener -merced a un posible aunque improbable aumento en mis ingresos- la oportunidad de gozar de los caramelos literarios que ese día conocí.
¿Regresaré pronto a la librería?

domingo, febrero 11, 2007

La Vida del Alma


En una que otra de las semanas que vienen, publicaré en El Gabinete algunas de las piezas más raras salidas de mi pluma: mis sermones; reliquias de mis años como ministro religioso. Pido disculpas a aquellos lectores que gustan del tono laico y hasta irreverente de mi blog, y les suplico sean indulgentes con esta parte de mi personalidad que de vez en cuando sale a la luz. Además, dentro de esos sermones próximos a ser publicados hay uno que fue censurado y no pudo ser leído, por lo que será interesante predicarlo a través de la internet. El correspondiente a esta semana fue predicado en la capilla de Coyoacán el quinto domingo de agosto de 2004.

Queridos hermanos:

Agradezco al obispado la oportunidad, que para mí es una bendición, de poder dirigirme a ustedes una vez más. Tomo la palabra con humildad, sabiendo que no soy sino el peor de los siervos del Señor, y aún así, espero que mi mensaje sea de valor para todos ustedes.
El tema que me ha sido asignado me hace muy feliz, pues creo que es aquél del que más me gusta hablar, y es la música. Hace unos meses di un discurso en Benemérito que trata sobre lo mismo, y que se llama "Arte, Religión y Sociedad" y me sentí tentado por un momento a leer dicho discurso hoy, pues lo considero sumamente importante para motivar a los padres y a los maestros a tomar la difícil decisión de apoyar la vocación artística de los jóvenes talentosos. No obstante, tuve después la impresión de que debía hablar de la música desde un punto de vista más personal y menos académico, enfocándome en el impacto que el arte ha tenido en mi vida; y es eso lo que deseo hacer hoy.
En muchas ocasiones, las personas que me escuchan tocar me preguntan qué fue lo que hizo que yo empezara a estudiar el piano a la relativamente temprana edad de 9 años. Ellos esperan una respuesta como "es una tradición familiar" o "desde niño tuve inclinaciones artísticas" o algo parecido; y se sorprenden al oírme decir que si yo estudio música desde niño es porque mi mamá quería evitar que me juntara con los niños de la cuadra, quienes ya me habían llevado a cometer varias travesuras de cierta importancia, entre las que se destacaba la de robar un frasco de mermelada en la Conasupo. Así, cuando entré a la Escuela de Música, mis tardes las pasaba ocupadas aprendiendo algo que me gustaba, y cuando llegaba a tener una tarde libre estaba demasiado cansado como para salir a jugar con los muchachos de costumbres dudosas. De este modo, mi mamá evitó sin violencia que las malas influencias me llevaran por caminos que muy probablemente me hubiesen conducido a la delincuencia, y sin proponérselo me cambió la vida. Pienso que ese fue el primer gran servicio que hizo la música por mí. El primero de muchos.
Continuamente escuchamos a nuestras autoridades hablarnos de la importancia de cultivar nuestros talentos y de estudiar y prepararnos. La razón de ello es muy simple, y es que después de la muerte los espíritus vamos a ser iguales en cuanto a las riquezas, porque el dinero allá no existe, pero conservaremos las diferencias en lo que respecta a nuestros conocimientos, y tal diferencia va a ser muy importante, determinante.
Sin embargo, aparte de esta razón hay otra que se relaciona con nuestra familia como unidad formadora de personas íntegras y espirituales, y es que la presencia de la música en el hogar es capaz de realizar milagros en la vida de los que la forman.
Miguel de Cervantes escribió que "donde hay música no puede haber cosa mala"; y supongo que no es necesario que aclare la clase de música de la que estamos hablando. Cuando cerramos la puerta a los sonidos estridentes y a las canciones obscenas que se transmiten por la TV y la radio comercial y en su lugar ponemos los sonidos suaves de la música sagrada o de la buena música en general, entonces damos el primer paso hacia una nueva concepción del mundo, pues el mundo como lo conocemos llega a nosotros a través de los sentidos, muy particularmente la vista y el oído, y al mismo tiempo hacia la posibilidad de escuchar la voz secreta que desde nuestro interior nos habla de las cosas del Señor. Ustedes saben que esa voz es muy suave y a veces es difícil escucharla, pero la música de la que hablo no sólo no la estorba, sino que a veces ayuda a que se escuche mejor.
Cuando una familia se reúne bajo la influencia de la música, el ambiente es propicio para la expresión de los mejores sentimientos, y la influencia del maligno se ve seriamente disminuida. Cuando yo tenía unos 13 años, llevaron a la casa una vieja y destartalada pianola, la cual fue el único instrumento musical que he poseído si se exceptúa mi armónica; pero como no me servía para estudiar por el mal estado en el que se encontraba tuvimos que venderla al poco tiempo. En esa vieja pianola aprendí a tocar mis primeros himnos de Sión, en una versión simplificada que una hermana que trabajaba en las oficinas de la Iglesia había conseguido para mí. Ahora recuerdo muy claramente el efecto que la práctica de dichas obras tenía en el ambiente de continua tensión que se vivía en la casa; a causa sobre todo de las diferencias que iban a provocar en poco tiempo el divorcio de mis padres. Siempre que tomaba el libro de los himnos para estudiar, algo pasaba en la maltratada familia: mamá se acercaba para escuchar, y luego quería empezar a cantar, pero yo le decía que no estaba listo, que todavía no se pusiera a cantar porque me equivocaba. Mamá, para molestarme, llamaba a mis hermanos y hasta a mi papá, y de repente estábamos todos cantando himnos que a mi me salían muy más o menos; aunque, por supuesto, esto era lo menos importante de todo. Nos hallábamos juntos haciendo algo agradable, y no peleando o discutiendo.
No obstante, para mi familia era ya muy tarde, y ni siquiera la música tuvo el poder de salvarla. Para otros, es probable que la presencia de la música en el hogar pueda ser una influencia para despertar en aquellos que la forman los sentimientos mejores. No es necesario tener un músico en la casa para disfrutar de dicha influencia, basta con abrir la puerta a la música que ama el Señor y tratar de disminuir un poco el consumo de la basura de los medios masivos de comunicación. Satanás, en su infinita sabiduría y maldad, ha encontrado la manera de pervertir esa maravillosa creación del ser humano, para convertirla en vehículo de ideas y palabras inicuas, y para despojarla de su belleza, poder e interés cultural.
Al igual que tenemos cuidado con lo que comemos, debemos de tenerlo con las cosas que vemos y con las que escuchamos; pues si con aquellas podemos poner en peligro la vida de nuestro cuerpo, con éstas últimas ponemos en peligro la vida del alma, que es eterna y muy delicada.
Es tiempo de enriquecer nuestras vidas de una manera real y perdurable, es tiempo de superar el tipo de vida que consiste solamente en procurar alimento y consumirlo. Hay más cosas en la vida que lo que puede verse en la televisión, y son esas las que son más agradables a los ojos de Nuestro Padre Celestial. Para él hay pocas cosas mejores que ver a una familia que se reúne para entonar himnos o para escucharlos, y está agradecido con los padres que se interesan en descubrir y cultivar los talentos de sus pequeños hijos, alejándolos al mismo tiempo de las tentaciones y las malas compañías que los rodean y los amenazan todo el tiempo y por todas partes. No es fácil. Más de uno de ustedes ha de estar pensando que la vida es muy dura, que no queda tiempo para otra cosa que para estudiar y ganar lo necesario para vivir, y que comprar un instrumento y aprender a tocarlo, e inclusive lograr que la familia se junte a cantar por puro gusto es un lujo que nadie se puede permitir. No hay manera de que yo pueda rebatir ese argumento, pero puedo decir con toda seguridad que, si no hacemos algo por cambiar las condiciones en las que nuestra alma vive, las preocupaciones de las generaciones por venir seguirán siendo las mismas; porque la vida del alma no se reduce a los tiempos simples de una generación, sino que su poder y el de sus conocimientos se prolonga más allá de la vida del cuerpo, para influir en las generaciones futuras. Solamente con un gran esfuerzo y con un cambio de actitud con respecto a la cultura, a las artes y al conocimiento seremos capaces de enseñar con verdad a nuestra descendencia que lo más hermoso de la vida no es lo que conforta al cuerpo solamente, sino lo que alimenta al alma y enriquece su vida eterna.
Deseo terminar con unas palabras sobre el cuidado que debemos tener con el piano de nuestra capilla y sobre la manera en la que cantamos los himnos en nuestra congregación.
Un instrumento musical como el que tenemos en nuestro salón de reuniones es sumamente costoso en términos monetarios, tanto, que yo pude comprar un automóvil, pero no he podido comprarme un piano. No obstante, dicho costo en dinero no es nada comparado con el valor espiritual que le otorga ser un instrumento de adoración. Cuidar un piano no es sencillo, se necesita de técnicos especializados para el mantenimiento de su maquinaria, y de constante limpieza del mueble; aun así, la parte más importante del cuidado es la de no permitir que nuestros hijos se acerquen a él y lo traten como si fuera un juguete. Ningún niño va a aprender música o va a sentirse atraído por algo que se puede jugar. Por otra parte, tampoco debemos permitir maltrato por parte de otros adultos, y con valor debemos amonestarlos para que respeten la Casa del Señor. Nuestro piano se deteriora por maltrato semana con semana, y me siento impotente al no saber como protegerlo. No quiero ver ese bonito instrumento envilecido con una cerradura que hable de nosotros como una congregación de bárbaros incivilizados. Nada me haría sentir peor que eso.
En lo que respecta a los himnos, quiero contar lo que me pasó un día en el que me invitaron a tocar con el coro de una congregación de cristianos Presbiterianos. La invitación consistía en tocar con dicho coro al final de su servicio dominical, y estos hermanos me citaron temprano para que pudiera asistir a su servicio. En su centro de reunión tienen un hermoso órgano de dos manuales que debe de haberles costado una fortuna, y sin embargo no había ninguno entre ellos que supiera tocarlo. El pastor se acercó a mí poco antes de comenzar y me pidió que los acompañara en los himnos del servicio, a lo cual accedí de inmediato, como es natural. Preparé el instrumento y esperé. El servicio no era nada de llamar mi atención, hasta que llegó el momento del primer himno; una pieza brillante al estilo de "El Espíritu de Dios". Yo pensé que el sonido de un órgano tan grande iba a borrar las voces de una congregación relativamente reducida, pero cuando esos hermanos comenzaron a cantar puestos de pie no podía dar crédito a lo que oía: sus voces eran tan potentes y su canto tan lleno de entusiasmo, que me vi obligado a darle al órgano toda su potencia, de modo que me oyera un poco entre tan poderoso cantar. En ese momento entendí por qué al Señor le gustan tanto los himnos cantados por una congregación, y desde entonces, siempre que tengo la bendición de dirigir un himno le recuerdo a los hermanos que deben cantar con entusiasmo, que deben dejar la vida a la hora de cantar y que deben disfrutarlo, pues en ello radica el gusto de Dios al escucharnos. Si a nosotros nos da flojera cantar, tengan la seguridad de que al Señor le va a dar flojera oírnos, y no lo culpo.
Espero que podamos ser diligentes en buscar las cosas verdaderamente hermosas que la vida puede ofrecernos, y que todos los días podamos agradecer al Señor sus dones mediante una canción de amor en compañía de nuestras familias.

domingo, febrero 04, 2007

¿Por qué elegí la bici como medio de transporte?

You know what´s wrong with this town? Too many bikes!
(Bill Otersen)
1.- Por mí

Creo que mi relación con las bicicletas es más importante y estrecha de lo que yo pensaba. Andar en bici me da no solamente movilidad, sino también una intensa sensación de libertad y de poder. Me gusta mucho hacerlo; no por competir ni nada de eso, sino por el simple placer de pasear; lo haría durante muchas horas si eso fuese físicamente posible. Quizá lo sea algún día.

2.- Por mi salud

Cuando era un jovencito hacía mucho ejercicio. Nadaba, andaba en la bicicleta (una vieja Windsor) y corría. Tenía buena salud y podía caminar durante todo el día sin cansarme. Después adquirí muchos malos hábitos: comencé a comer y a beber en exceso y dejé de ejercitarme de manera regular. Paulatinamente subí de peso, y perdí la capacidad para correr sin lastimarme las pantorrillas y las rodillas. Hace poco comencé a tener problemas para respirar, para subir las escaleras y hasta para caminar largas distancias. Eso era el colmo, y decidí que algo debía de hacerse al respecto, aunque no tenía ni tiempo ni dinero disponibles para una rutina de ejercicio. Me sorprende haber tardado tanto en llegar a una solución tan obvia y excelente.

3.- Por mi familia

Creo que los beneficios físicos y emocionales del ejercicio, y la paciencia fruto del uso de un medio de transporte más lento que el automóvil, convertirán mi carácter amargo y ausente en una presencia más agradable dentro del hogar. Una compañía más cálida y amable para mis hijos y mi esposa. Por añadidura, el ritmo y constancia del pedaleo serán útiles después de que me haya bajado de la bici y haya entrado a mi recámara.

4.- Porque puedo

Si viviera en la ciudad de México sería imposible, a pesar de mis esfuerzos, usar la bici como medio rutinario de transporte sin arriesgar mi integridad física. Además, las distancias que se manejan en esa metrópoli y sus volúmenes de tráfico hacen inoperable en lo general un vehículo de pacífico y corto alcance. Morelia, en cambio, tiene remedio todavía en ese sentido, y creo que un coche menos en sus calles todavía implica una, si bien pequeña, diferencia.

5.- Por mi ciudad y el medio ambiente

La ceguera de los gobiernos de los países desarrollados en lo que se refiere al calentamiento global me hace pensar en que puedo aprovechar mis nuevos hábitos para manifestarme activamente en favor del uso de medios de transporte ecológicos. A pesar de que el uso del automóvil se relaciona poderosamente a los conceptos de superioridad, riqueza, poder y placer, tiene lógica todavía propagar el ideal contrario, que define al coche como un artefacto contaminante y que le quita, a quien lo usa hasta para ir a la tienda de la esquina, la voluntad de ejercitarse, minando su fuerza y su salud. La idea de una ciudad en la que la mayoría de la población use transporte no contaminante depende de la educación del individuo, pero también en buena medida del ejemplo de otros. Si esperamos a que los políticos o los medios de comunicación -los verdaderos educadores de la población- trabajen activamente con ese fin, entonces esperaremos eternamente.

6.- Por estilo

No se trata nada más de andar en bicicleta, sino de andar en la bicicleta correcta. Pienso que últimamente han estado diseñando bicicletas muy feas, y que lo ideal es regresar a los conceptos originales, los emanados de la necesidad y la utilidad, y dado que la moda "retro" es lo de hoy, deduzco que mi Eastman deluxe ha de llamar la atención en la calle lo mismo que un auto clásico. De hecho lo hace, y ello me llena de satisfacción. No puedo llegar a un centro comercial sin que varios transeúntes se arremolinen alrededor de la bici para admirar su copioso y antediluviano equipo, junto con sus toscos detalles, sobre todo ahora que la pinté (para tapar las horrendas calcomanías con las que me la vendieron) del reglamentario color negro mate, recuerdo del apoyo al esfuerzo bélico que prestó ese fiel modelo en los dos conflictos mayores del siglo pasado, y en muchos otros. Lo mejor: Mi gusto por vestir los pantalones muy por encima de la cintura, con tirantes y corbata, provoca que la gente comente por el camino: ¡mira, ahí viene una bici de hace 50 años... con un señor de hace 50 años manejándola!

¡Fibra, muchachos!
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.