viernes, julio 28, 2006

Atesorar la Memoria (primera parte).

Lo primero que vi al entrar anoche al gabinete fue la figura espigada del prof. Thinmar, quien por entre las cortinas de una de las ventanas contemplaba el golpear de las gotas sobre el cristal. Llovía ya cuando me preparaba para salir, y me hubiera quedado en casa de no ser por la intensa curiosidad que sentía por conocer a la escritora que Doktor Faust había invitado para la velada. Era una velada especial, porque por primera vez en la historia del gabinete había recibido autorización de los habituales para publicar sus dichos.
“Bueno. A ti que tanto te gusta escribir pendejadas, ahí tienes varias”. Fue la respuesta textual a mis ruegos -expresada en un español acentuado y titubeante- que me dio el viejo sabio en días pasados, al tiempo que señalaba hacia el círculo en el que Gianetta hacía reír al Prof. Thinmar, al padre Julián y al perverso Georg, quien más que reír dibujaba en su rostro una mueca siniestra mientras se quejaba guturalmente repetidas veces.
Aparte lo que pensaran los asistentes, yo siempre he creído que en ese lugar suceden cosas importantes, y es por eso mi deseo de compartirlas con quienquiera que esté escuchando allá afuera, aparte de que, como dijo Faust, me gusta tanto escribir que mi madre me dijo: “escribes más que San Agustín”. Aunque tal cosa no es cierta, y lo más probable es que ella debió de leer esa anécdota en algún libro sagrado, y se quería escuchar citando a alguien importante, aunque fuera a la madre de Giovanni Papini. Así es mamá.
En fin. Al entrar me quité de inmediato la gabardina empapada y colgué mi sombrero en un lugar en el que pudiera escurrir sin mucho escándalo, o sea sobre la gabardina de Thinmar, quien sin advertir mi travesura y sin volverse tampoco, me preguntó en inglés sobre las noticias de México.
You tell me” le respondí. “Los pleitos se ven mejor desde afuera del ring, y no me extrañaría que hasta un republicano como usted tuviera mejor perspectiva de los hechos que yo, que trato de leer tanto el Reforma como La Jornada, en un esfuerzo por escuchar ambas versiones de una misma controversia y así mantenerme, por decirlo de algún modo, en el centro de la misma”.
“No. That’s impossible. Imposible en política mantenerse en el centro de nada, pues aunque usted dice tratar de escuchar a tanto a los Pejistas como a los Calderonistas, yo sé que tiene una oreja más grande que la otra, y por eso finge no saber de qué lado mascar la iguana, as you Mexicans say”.
Doktor Faust estaba al otro extremo del gabinete, con la cabeza sepultada en un enorme montón de manuscritos como es su costumbre, correspondiendo a mi saludo con un simple movimiento de su mano izquierda. A su derecha, de pie, una hermosa jovencita de cabello rubio y de largo hasta los hombros, vestida con un ligero suéter verde exploraba lentamente, asombrada, los innumerables tomos de la biblioteca. Supuse que era la invitada de esa noche, e iba a acercarme para hablarle y besar su mano, pero me lo impidió lo reconcentrado de su mirada, que parecía leer el titulo de cada libro como si quisiera grabarlo para siempre en su memoria. Todo en ella era intenso y pleno. Pude sentir debajo de sus ademanes serenos la tempestad rugiente de su alma y la voracidad insaciable de su curiosidad, aunque de repente se volvió para mirarme, y en sus ojos estaba la poesía. El poder mágico que transforma las imágenes en palabras y que constituye la magia de los contadores de historias desde lo más remoto de la antigüedad. Gianetta la miraba con recelo, como espantada de tener frente a sí a esa fuerza viva de la naturaleza, y buscaba ocultarse en la conversación con Furbacz. Miluzc Furbazc (se pronuncia Miluch Forbach) es –o fue, debería decir, porque es otro de los contertulios muertos- un espía que actuó como doble agente durante la última gran guerra; triple, si se considera al comunismo como una fuerza aparte de los aliados. Gianetta hablaba y hablaba, tratando de ignorar a la visita y fastidiando a Miluzc, cuya caballerosidad era a toda prueba y no daba muestras de impaciencia. No me extrañaba el rechazo de la italiana. “Gli americani sono tutti corrotti”, se le escuchaba decir a menudo, algo que a Thinmar le parecía divertido pese a todo.
En ese momento llegaron el padre Julián y el perverso Georg, a quienes se les ve siempre juntos como a discípulo y confesor, a pesar de que de los hechos de Georg se puede escribir mejor una novela negra que una vida de santo. Estaban empapados, y en su esfuerzo por no mojar la alfombra el perverso Georg se tropezó con el perchero y tiró por el suelo gabardinas y sombreros. En el fondo, muy en el fondo, el perverso Georg es una buena persona, y levantó apenado su tiradero murmurando excusas inintelegibles.
Ajeno al alboroto, el Prof. Thinmar, a cargo de quien estaba la velada, decidió que estábamos listos para comenzar, y tomando del brazo a la invitada, la presentó a los circunstantes.
Sylvia” dijo con una solemnidad que no le acababa de quedar del todo bien “
is a very talented young lady who, nevertheless, has graciously granted my humble request to come here and illustrate us in the sublime art of poetry”.
“So, she is a poet”
Dijo Gianetta en tono burlón y con afectada pronunciación.
“It is not important what I am, but the fact that I try to be true to myself in everything I say, which is what this nice gathering is about, as far as I have been informed”.
“Oh, certainly it is, Miss Plath”.
Dijo el Prof. Thinmar, obsequioso.
“May I remind you, sir, that I am a married woman?”
“With all due respect, madam, that is a fact I try unsuccessfully to remember”.
“Then try harder, sir”.
Thinmar, entonces, se acercó a mí con insinuada sonrisa y me presentó.
“I want to introduce Mr. Antonio Santoyo who, starting this very night, will keep record of our proceedings.”
I am your most dutiful reader and admirer,” dije al estrechar su manita helada entre las mías, lleno mi corazón de espanto, piedad y gozo al mismo tiempo. Uno nunca se acostumbra, sin importar que pasen muchos años, a estrechar la mano de los muertos. Por mucho que uno los ame, los admire o desee tocarlos más que otra cosa en el mundo.
No obstante, la controversia se centró, para mi espanto, en mi labor como cronista más que en la poesía.
“É appunto questo che io non capisco. Che bisogno abbiamo di una cronaca? Non é abbastanza cattivo il fatto di sentirci a vicenda? Perché vuoi che altri sappiano che siamo tutti pazzi? Dijo Gianetta.
Luego que el Prof. Thinmar hubo traducido, Sylvia dijo:
“A record, or a journal, constitutes the only real treasure that a human being can leave behind. In fact, if you allow me to do so, I strongly recommend everybody to write a personal diary, and for me it is a very good idea to keep record of your words said here. I suppose it’s not a stenographic translation of the Cabinets conversations what Mr. Santoyo has in mind, but a more or lees accurate transcription based on his personal remembrances. How different this world would be if only the inhabitants thereof could have the way to look into themselves, to see their souls clearly reflected on their own writing.
“Ciertamente", dijo en ese momento Miluzc Furbazc. "El mundo sería distinto si las personas llevaran un registro de sus actos o de sus pensamientos, y pudieran leerse a sí mismo de vez en cuando. De hecho, en el caso de nuestra invitada, su diario personal constituye una obra literaria tan hermosa e importante como sus poemas, o su tremenda novela, The Bell Jar”. El astuto espía sabía de lo que hablaba. Yo mismo había leído la novela, la cual provoca la emoción de estar leyendo un diario desgarrador, narrado en primera persona. Georg parecía divertido, y en el momentáneo silencio que siguió a las palabras de Sylvia dijo:
“¿De qué podría escribir yo? Mi vida es no más que muerte y desgracia. Estoy lleno de maldita porquería. ¿A quién le pueden interesar semejantes cosas?” Georg es muy feo, tiene una cabeza enorme de toro, ojos entreabiertos y enrojecidos y una siniestra cicatriz que le marca la boca, y sin embargo tenía un encanto irresistible con las mujeres, quienes por una razón desconocida veían en el monstruo un acertijo que debían descifrar con urgencia, y luego una fiera herida de la que había que apiadarse. El prof. Thinmar dijo entonces:
“Nadie que escriba un diario, puede imaginarse, can imagine, el impacto que tendrán sus palabras pasados los años; como el diarista anónimo que, de 1409 a 1443 dio interesantísimos detalles de la vida en París, o Samuel Pepys, el inglés recordado solamente por su ingeniosa manera de cifrar sus diarios. Seguro, hay otros quienes escribieron conscientes de la trascendencia histórica de sus registros; ahí está el Conde las Cases, con su magistral retrato de Napoleón en el destierro que recoge en sus Diarios de Santa Elena, o los reveladores registros del Zar Nicolás. Por otra parte, tenemos también a aquellos escritores como Federico Gamboa –mexicano él-, Leopardi, D’Annunzio y Amiel, quienes usaron la forma literaria del diario como pretexto para elaborar sus ideas. Mi querido Georg, nadie como tú para contar tus notorias y sangrientas aventuras. Debes recordar que, más de una vez, nos has tenido durante horas al borde de nuestros asientos, el vino entibiándose entre nuestras manos, esperando el desenlace de tu narración”.
"¿Quién era el encargado de traer el alcohol para esta noche?" Interrumpió el padre Julián.
(continuará)

miércoles, julio 19, 2006

¡Hoy se inaugura El Gabinete!


Para todos mis amigos, los curiosos y aquellos seres benditos de la creación que pueden darse tiempo para cruzar a vela el mar (de las ideas) se ha creado el Gabinete de Doktor Faust. Entra sin miedo. Lo peor que te puede pasar es que alguien pregunte algo que no te deje dormir. No te preocupes. Nos ha pasado a todos.
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.