domingo, diciembre 03, 2006

Las cosas que uno como padre tiene que decir

El poli trató de incorporarse, pero al hacerlo sintió que la cabeza se le vaciaba de sangre, y decidió recostar la espalda contra la pared unos minutos más. El revólver ya sin tiros estaba a un lado, todavía caliente, cercano al charco entre rojo y negruzco que comenzaba a crecer muy lentamente.
No tenía sentido moverse, pensó luego. Estaba en su vieja casa, ahora abandonada y a punto de ser demolida. No había otro lugar al que pudiera ir, de todos modos. Nadie a quien pedir ayuda, pues nada más levantar la bocina del teléfono iba a ser una señal para que lo fueran a rematar. Se iban a enterar de inmediato; ellos, quienes los habían emboscado, tenían sus maneras de hacerlo.
"¡Julio!", llamó; pero el periodista permaneció inmóvil; recostado en el piso sobre uno de sus costados. Se diría que estaba dormido, de no ser por la infame multitud de enormes boquetes que por todos lados atravesaban su cuerpo ensangrentado. A él si que lo habían acribillado; como si la cosa fuera en su contra, como si la idea no hubiera sido siempre la de escarmentarlo a él, al poli, y de paso mandarle un aviso a todos los que sintieran ganas de ser héroes y llamar la atención a costa de estorbar el trabajo honesto del prójimo. Al poli nada más le habían alcanzado a dar dos balazos, pero uno de ellos era de muerte. No se necesitaba ser un médico para saber que por el color de la sangre, por el lugar en el que estaban los agujeros y por lo mucho que dolía, una parte del hígado se había ido al carajo. Aparte, y esto era mucho más importante, al carajo se habían ido también las pocas ganas que tenía el poli de seguir viviendo.

El honor es la posesión más valiosa del ser humano. Es delicado como el cristal, y una vez que se rompe, una vez que se pierde, es imposible recuperarlo del todo. No existe tal cosa como "salvar el honor”, así como también es falsa la idea de que otra persona te lo puede arrebatar haciendo cosas tan estúpidas como fornicar con tu esposa, o decir en público mentiras que destruyen tu reputación. Nunca debes de confundir el honor con la fama, o con la impresión que de ti tengan los demás. En todo caso, quien realmente se deshonra es quien de esa forma te ataca, y no importa si los demás descubren su mentira, o su perfidia. Entre tú y Dios, la verdad mantendrá tu honor a flote. No. El único que puede manchar tu honra eres tú mismo: mintiendo, abusando de los demás, perdiendo el control de tus emociones, robando, calumniando a otros buscando ocupar su lugar, o apoderarte de sus bienes. Lo más importante, lo que nunca debes olvidar, es que por ningún motivo debes ponerle precio a tu honor. ¡No lo olvides nunca!

Y no lo había olvidado. Aunque nunca supo para qué había servido no solamente recordar esas palabras, sino traerlas como grabadas en el alma y en la mente a base de escucharlas una y otra vez de boca de su padre, en las más diversas circunstancias durante su infancia. Sobre todo tomando en cuenta que si alguna vez su padre había dicho todo eso, ahora era como si no lo recordara. No le habían servido de mucho, y en cambio lo habían convertido en un hombre inadecuadamente soberbio y gandalla consigo mismo, para quien hasta la más inocente mentira era motivo de remordimiento.

"Así es mejor", murmuraba por momentos, enmedio de relámpagos de dolor. "No podía ser de otra manera en este país de mierda".
El Poli. Predestinado para la destrucción, para el fracaso. Así lo había pensado siempre, y se convenció de ello cuando encontró la droga en la cajuela de esos agentes, tan pedos que ni siquiera se resistieron al arresto, y uno de ellos abrió la maleta llena de dinero y se la ofreció a cambio de dejarlos irse en santa paz. Aquellos, en su media lengua, le dijeron que eran cuatrocientos cincuenta mil pesos, aunque seguramente había mucho más que eso.

Si no eres rico, es porque nunca me hiciste caso. No eres ningún pendejo. Si fueras un pendejo te hubiera dejado en paz porque cada uno tiene su limite; su tara, como los contenedores de un tren que no les cabe sino tanto grano, tanta arena. Pero aun así hay muchísimos pendejos que son más abusados que tú; que aún sin haber estudiado se gastan en un fin de semana lo que tu no ganas en un año. ¡Chingá! ¡Y todo por no hacerme caso! Te dije: estudia eso, que ahí está el pan. Tú dijiste que querías ser actor, o cantante, o no sé qué; pero para mí esas no son carreras, sino vicios de marica. Luego te dio por ser contador. Eso estaba bien. Lo malo fue cuando te diste cuenta de que para encumbrarte en eso tenías que comprometer tu honor. Hijo, no mames. -Son tus palabras, papá-, me dijiste, y pues sí; pero no hay que ser exagerados. La lana no viene sola, hay que abrirle paso para que acabe de llegar.

Pero el daño ya estaba hecho, y hasta el cuete se les bajó a los judas cuando el Poli les dijo que hicieran rollito su dinero y se lo clavaran por el fundillo, que ellos iban a amanecer en los separos. A su compañero se le hizo chiquititito, pero aguantó vara. No en balde llevaba escuchando al Poli seis meses hablar de lo mismo, o sea, del honor, de la integridad, de que este país sería uno muy diferente si cada uno de los que viven en él simplemente hicieran bien lo que dicen que van a hacer, sin flojear y sin arrugarse. El habla del padre, pues, las palabras con las que en otros tiempos se llenaba la boca enfrente de la esposa y los hijos, y que el Poli por vergüenza solamente repetía con quien estaba seguro que comprendería.
Su compañero no solamente había comprendido, sino que hasta se sintió convertido a la imagen sin matices que de la justicia tenía el Poli, pero no por eso dejó de sugerir ese día de mala suerte una salida que mediara entre lo justo y lo razonable: "oiga, compa" -le susurró al oído, la espalda contra los indiciados que sabían lo que decía como si lo estuvieran escuchando-, "yo digo que los dejemos en paz. Con no aceptar su dinero la honra queda más que servida".
Pero el Poli hizo como que no lo había escuchado, y desarmó a los agentes, con facilidad en virtud su estado, enmedio de palabrotas y amenazas de muerte que los otros le arrojaban como furiosas pedradas.

Hijo, no digas esas cosas en la calle, a cualquiera. Es más, no las digas, punto. La gente no piensa: "ese hombre es muy honrado. Tiene integridad". Más bien piensan: "oye a ese menso. Nació ayer".

No pecaba de ingenuidad, empero; y de inmediato buscó el cobijo que da la publicidad.
Meses atrás, durante el robo a un banco, había capturado la atención de un reportero que trabajaba para un diario nacional, quien encontró al Poli custodiando un regadero de paquetes, cada uno con cien billetes de a mil pesos, que habían salido despedidos de un costalete que los asaltantes dejaron caer en su escape. Lo observó de lejos, y se sorprendió de que a pesar de que nadie lo estaba observando -pues la atención estaba en la puerta del banco, en donde otro ladrón había caído muerto- nunca hizo el menor intento de agacharse a tocar nada, y en cambió se le puso enfrente a un mando de la bancaria que ya se arrodillaba sobre el dinero con el pretexto de "reunir evidencia", no sin antes cerciorarse que nadie más que el Poli lo veía. El reportero lo salvó del arresto apareciendo en ese instante con su fotógrafo, y desde entonces se saludaron un par de veces en otras tantas trifulcas, asegurándose mutuamente la buena disposición de cooperar.

¿Ahora vas a ser policía? Si fueras otra persona diría que no es mala idea. Eres listo, o solías serlo, y en esa profesión la gente de cerebro llega lejos, enmedio de tanta patarrajada que reclutan para matarla de hambre. Pero no es el caso, hijo, no es el caso. La policía no es lugar para alguien con ideas como las tuyas, y más te hubiera valido no echar a perder tu carrera de contador repitiendo las cosas que uno como padre tiene que decir. Cuando uno es joven dan ganas de realizar en otros, en tus hijos, lo que uno mismo no pudo ser; pero eso cambia con el tiempo, y entonces uno piensa en qué puede ser lo mejor para ustedes, sin tanto discurso y rasgadura de ropajes. Escúchame, hijo... hazme caso; y no digas que estás en esto precisamente por hacerme caso, porque esa disculpa tuya me hace encabronar. No te engañes, que la cosa es muy seria, y hasta yo puedo acabar pagando tus cuentas; o tal vez otros.

La entrevista en la que el poli narraba el incidente con los agentes alcanzó a salir en la edición del medio día, en páginas interiores, pero se hizo noticia de primera plana cuando un importante comandante de la Procuraduría de Justicia salió a hablar con los medios, indignado y exigiendo la libertad de "sus" hombres, aun después de que éstos habían sido fotografiados bien crudos, con la droga y con el dinero que el Poli rechazó, y cuyo origen no podían explicar. De inmediato se le encargó al reportero otra entrevista. El poli y su compañero estaban escondidos, y sin duda él era el único que podría contactarlos.

El poli se deslizó suavemente hasta quedar acostado en el piso, de costado como el periodista, sin quitar la mano de la herida que no dejaba de sangrar, pero que ya no dolía tanto. Con la cabeza reposando sobre la alfombra buscó ingenuamente las huellas de sus pies de niño, para encontrar solamente los destrozos del tiempo en un espacio que ya no le pertenecía. Comenzó a faltarle el aire, y deseó no haber tenido que disparar todas las balas de su revólver. Si le quedase por lo menos una, de seguro le daría buen uso ahora. Estaba seguro de haberse llevado por delante a por lo menos un par de sus asesinos. No podía ya recordar que la sorpresa, la rabia y el dolor de sus heridas habían provocado que la mayoría de sus disparos dieran en el piso, o en las paredes, y que por lo tanto su derrota era total. Porque a los agentes que detuvo los soltaron apenas tres días después de que su comandante los defendiera por televisión. Se llevaron la droga, les devolvieron el dinero y poco faltó que les pidieran disculpas.
El poli supo que lo andaban buscando, y por eso no quiso aceptar en un principio la entrevista que el periodista le solicitaba. El mismo Poli le advertía que, de publicar una entrevista, sus perseguidores no iban a detenerse hasta no sacarle, por buenas o malas, la forma de localizarlo. Solamente aceptó porque sabía que de todos modos iba a morir, y la conciencia le decía que esa era la única forma de que alguien más supiera sus razones. Que supiera que no todo era en vano, aunque él comenzara a creer lo contrario.

Ahora sufro como nunca, hijo mío. Mientras dejo caer puñitos de tierra sobre tu tumba fresca recuerdo los días en los que eras apenas un niño y tenías el corazón limpio. Cuando me amabas tanto que jurabas que siempre me ibas a obedecer, que siempre harías lo que yo te mandara, aunque fuera darme tu sangre para que yo siguiera viviendo. Fuiste a morir en la casa en la que durante tanto tiempo fuimos felices, en la que a nadie se le hubiera ocurrido buscarte. Ahora es tarde, hasta para mí, hasta para que yo me arrepienta.
Si tan sólo me hubieses hecho caso cuando era verdaderamente importante que lo hicieras.

El mundo a su alrededor se convirtió en un desolado desierto helado. Sabía que tenía los ojos abiertos, pero no podía ver nada. Para él ya se había hecho de noche para siempre. Su último pensamiento fue una pregunta triste: ¿Lo sabrán?












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Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.