domingo, diciembre 31, 2006

Oaxaca, mi abuelita y el año nuevo


Estoy sentado en mi casa de Oaxaca, mi tierra amada, que últimamente se ha visto tan castigada por la maldad, la estupidez y la rapacidad de una clase política corrupta como pocas en nuestra historia. Las cosas que he visto en las pocas horas que llevo aquí han bastado para despertar mi rabia asesina, pero al mismo tiempo entiendo que el arma en la que debo ejercitarme es la pluma, y con ella habremos de derribar -como un primer pequeño paso- a la mierda humana que ocupa el cargo que alguna vez fuera de Juárez, para luego comenzar a reconstruir nuestra hermosa ciudad. Enfrente de mí está sentada mi maravillosa abuelita Justina. Mi abuelita nació en los territorios de la hacienda de Monjas, en Miahuatlán, Oaxaca, en el año de 1915; el mismo en el que Porfirio Díaz murió en Francia, y me estremece pensar en la cantidad de cosas que han pasado por sus ojos. Visto de esa manera, la historia de mi patria como nación independiente podría traducirse en la vida de dos personas, con un faltante de apenas 20 años: Don Porfirio nació en 1830, precisamente un 15 de septiembre; y mi abuela, que nació cuando Don Porfirio todavía respiraba, si bien con trabajos ya, sigue viva y esperando el siguiente aniversario patrio. Cuando ella tenía la edad que yo tengo ahora era apenas el año de 1951. Mi abuelita, durante el sexenio de Miguel Alemán, vivía ya en Oaxaca con su segundo marido y construía poco a poco la casa que todavía nos da cobijo frente al panteón del Marquesado; una casa que ocupaba en principio un enorme terreno que poco a poco se fue perdiendo hasta solamente quedar una franja en la que caben todas nuestras vidas, varios cuartos en armonioso desorden y un bello jardín de arboles frutales. Hace apenas unos meses taparon la vieja letrina del fondo, detrás del primer cuarto, semilla original a partir de la que el resto de la casa creció. Una más de las paulatinas transformaciones que van destruyendo la historia o, mejor dicho, la producen y convierten en documento y legado al dejar de ser la realidad que conocimos.
Como decía, mi abuelita Justina llegó a Oaxaca más o menos cuando tenía 26 años, y ya para entonces era viuda de un honesto panadero llamado Austreberto Alcántara, mi abuelo; quien se murió al salir de los amasijos, con el cuerpo caliente, al frío de la madrugada, pescando una pulmonía fulminante. Mi tío Toño, hermano de mi mamá, había muerto ese mismo día de problemas estomacales sin que mi abuelo lo supiese todavía, y mi pobre abuelita tenía que dividir su tiempo entre la capilla ardiente de su hijo mayor y el lecho en el que su esposo agonizaba. Cuando le llevaron a mi mamá en brazos para que se despidiera, le dijeron a don Austreberto que no podían llevarle a su niño porque "estaba enfermo", pero mi abuelo contestó -sin saber, repito, que mi tío ya había muerto- "no importa, porque Toñito se va, y Rebeca se queda".Mi abuela era joven, muy guapa, y no tardó en casarse de nuevo con un agente de seguros llamado don Salustio, y cuando éste murió también (dejándole por lo menos la casa) se llevó a mi mamá a la ciudad de México y comenzó a trabajar como ayuda doméstica en algunas casas de las Lomas, rentando al mismo tiempo un departamento en la colonia del Valle. A esa circunstancia se debe que yo haya nacido, porque en la calle de Eugenia vivía mi papá, en la casa de mi abuelo el general. Mi mamá vivía en Providencia, y poco después ambos se conocieron en la peluquería de la esquina, que ya no existe, y en la que padecí mis primeros cortes de pelo.
Mi mamá era secretaria en los laboratorios Waltz y Abbat, que ya tampoco existen por supuesto; los primeros que produjeron y envasaron -en México y sin que ya nadie lo mencione- el Isodine. Tenía que cumplir con turnos larguísimos, y por eso mi abuelita nos cuido a ambos, mi hermano Arturo y yo, de tiempo completo. El lazo entre nosotros es, pues, muy semejante al que existe entre madre e hijo, y en la solución de todas mis emergencias prehistóricas se encuentra ella, muy estricta pero amorosa y ágil, y no falta quien sugiera que mi gusto por las canciones viejitas, por la historia y mi carácter agrio y taciturno se deben a el hecho de haber sido criado por mi abuela. Bien vale la pena, en ese caso.
Ahora, sin embargo, mi abuela (siempre digo en la mente la versión zapoteca de la palabra: Xagüela) ya no es ágil, ni mucho menos. Cuando llegué anoche a la vieja casa frente al panteón, y entré a su recámara, me asustó terriblemente la inaudita, insólita presencia de un bastón colgando de la piesera de su cama. "¿Mi abuela (símbolo de longevidad, fortaleza y resistencia) usa bastón ya?" Dije. "¡No lo puedo creer!" Y entonces escuché sus tres risas roncas, pues me escuchaba aparentando dormir. Una vez más me asuste, porque la vi mucho, mucho muy viejita, como una momia -apenas un poquito de carne pegada a los huesos- embalsamada en un festivo sarape rojo. La cabeza me dio vueltas y no recuperé la serenidad hasta hoy, cuando vagabundeó con nosotros toda la mañana sin cansarse y sin usar el bastón que tanto me inquietó sino de vez en cuando.
Debo irme. Debo prepararme para cruzar con mi abuelita el mismo lugar en el cosmos que todos cruzamos cada 31 de diciembre, o casi el mismo, si se toma en cuenta el desplazamiento del sol alrededor del corazón de la galaxia. Ella lo ha cruzado más de noventa veces, desde que Carranza era Primer Jefe y la guerra moderna desgarraba por primera vez a Europa. Hitler era un cabo cuya función era transmitir órdenes de trinchera en trinchera y Don Porfirio entregaba su estafeta decimonónica a un siglo que se terminó hace ya casi siete años. Un siglo del que me tocaron nada más los últimos treinta años. Debo aceptar la destrucción, el cambio -odio hacerlo, pero así debe de ser- aceptar la muerte de mi abuelita, la de mis padres y la mía propia como si ya hubieran sucedido, pues las miro acercarse sin cesar, y sin que pueda volver la vista hacia otra parte. Encima de eso, tengo que alegrarme en la cena de año nuevo y desear, como se acostumbra en estos casos, un año nuevo feliz a los lectores de El Gabinete de Doktor Faust. Deseando sinceramente que mis temores les demuestren lo absurdo que resulta preocuparse por cualquier cosa, y vivan así cada momento de sus vidas intensa y felizmente, cada minuto del año que comienza.

domingo, diciembre 24, 2006

Feliz Navidad a Nuestros Lectores


Del lado izquierdo de la máquina de escribir está la cerveza; del lado derecho la botana de queso, y muy cerca mi hijo Emilio juega creando historias que, aunque son indescifrables para mí, a él lo entretienen enormemente. En ese sentido se me parece, pues aunque yo tenía hermanos era mi costumbre jugar solo, moviendo los brazos y hablando en voz alta conmigo mismo de fantasías tan vívidas que a los demás les resultaban aterradoras, como si se tratara de casos de posesión diabólica.El spaghetti está listo, y en el horno se cocina lentamente el pollo a la naranja. Mi mujer y dos de mis hijos están en el super, haciendo compras de último minuto motivadas por el anuncio repentino de que cuatro misioneros van a cenar con nosotros.Los párrafos anteriores implican muchas cosas que suceden y que escribo por primera vez, todas ellas muy importantes en el marco de mi historia personal. La primera de ellas es la frase "compras de último minuto". Como todos saben bien, la víspera de Navidad es cuando la mayoría de las personas se prepara para la cena, para dar regalos y todo eso. No es necesario que lo recuerde. Lo relevante del asunto es que, por primera vez desde 1994 , puedo hablar de "compras" durante la Navidad, pues hasta ahora todas nuestras celebraciones decembrinas habían estado ensombrecidas por la escasez. También es la primera vez que como familia celebramos la Navidad en nuestra casa, pues siempre habíamos sido invitados en casa de algún familiar, y aunque es algo muy agradable la mayoría de las veces, siempre queda la ilusión de ser uno mismo el anfitrión. Afortunadamente, los misioneros no tienen un lugar en el cual cenar y pasar la Navidad, y por ello tendrán su lugar en la historia de la familia al ser nuestros primeros invitados a una cena de navidad en el hogar de los Santoyo.No obstante, quizá lo más importante sea que por fin, después de contemplar distorsiones sin fin del significado de la navidad a nuestro alrededor, vamos a poder imprimirle a la celebración un sello personal, basado exclusivamente en el nacimiento de Jesucristo, dejando a un lado cualquier otra intención. Recuerdo una penosa Navidad en el restaurante en el que trabajaba hace algunos años, y en el que tenía que tocar aun en la nochebuena, en el que los miles de invitados "celebraron" la Navidad con una borrachera, con silbatos, gorros, serpentinas, globos y matracas, vistiendo ropas costosas y haciéndose mutuamente ostentosos regalos; bailando como si se tratara de un quince de septiembre o un año nuevo. Creo que desde entonces, cada Navidad, lucho en contra de ese recuerdo que me hizo sentir avergonzado.Ahora, la vida me ha regalado la oportunidad de pasar la Navidad en casa, sin que nada nos falte y sin que tenga que tocar el piano para gente que no me escucha en la nochebuena. Con regalos honestos debajo del arbolito. Es por eso que me confieso humildemente agradecido, y ruego al cielo que todos los lectores de El Gabinete de Doktor Faust gocen de una hermosa Navidad, al lado de personas amadas, con salud y llenos del espíritu de Cristo, cuyo corazón nos abraza a todos por igual, tanto creyentes como no creyentes.

lunes, diciembre 18, 2006

El Gabinete y la vida de todos los días


Ha llegado el domingo sin que haya podido encontrar, entre los quehaceres cotidianos, momentos para dedicarle al gratificante hábito de escribir. Me ocupé, sobre todo, de preparar a mis alumnos para sus examenes de fin de semestre, los cuales han enfrentado con desigual fortuna hasta el momento. Mañana toca a mis alumnos de piano -mi disciplina insignia- presentarse en público a las cinco, y espero que su recital termine a tiempo para recorrer antes de las seis y media la cuadra que me separa del Teatro Ocampo, en donde a las ocho me presentaré con los Niños Cantores de Morelia. Con esa misma agrupación habré de actuar también el miércoles, en Cuitzeo; y con eso daré por terminado mi año a falta de algún contrato fuera de temporada. No todo mi tiempo se ocupó en el conservatorio, por supuesto, y debo admitir que disfruté una vez más, después de mucho tiempo, del dulce placer de dejarme atrapar por un libro; un libro que pude leer durante horas sin sentir otra cosa que curiosidad y la íntima satisfacción que produce aprender cosas nuevas. Se trató de la deliciosa y apasionante biografía de Pancho Villa escrita por Taibo II, uno de mis escritores favoritos. Siempre espero mucho de sus libros, y siempre me da más de lo que espero. Mucho más. Por ello estoy muy agradecido.
Hasta aquí mi pequeña disculpa por no tener lista una entrega del gabinete para esta semana.
El miércoles, pues, se terminan mis encargos del Conservatorio correspondientes al 2006. Será entonces el momento de sentarme a escribir en mi diario personal una de esas meditaciones, siempre llenas de esperanza y con saldo en contra, con las que me gusta llenar página tras páginas de unos cuadernos que probablemente nadie lea nunca más. También quiero poner al día mis proyectos, relegados a causa de la preponderancia del arte musical en mis preocupaciones. Está pendiente la publicación, en el Gabinete, de una serie de relatos dedicados a la vida y las aventuras de mi abuelo el general, así como la muy anunciada entrega de mis memorias de viaje; un libro que ha crecido un poco más de lo esperado, pero que deberá estar listo a principios del siguiente año.
Debo irme por ahora. No se pueden cambiar en lo que queda del año los lamentables caminos por los que transita nuestra patria, y solamente nos queda disfrutar en lo posible del tiempo libre que nos da la temporada. Disfrutarlo en el trabajo, con la familia, y los pequeños placeres que proporcionan el amor y y la paz.

domingo, diciembre 10, 2006

Una semana de pesadilla

No ha pasado ni siquiera una semana desde el trámite sucesorio, cuando ya los poderes coloniales y oligárquicos que gobiernan México a través del gabinete calderonista asestaron un golpe demoledor a sus enemigas más odiadas y temidas: las instituciones culturales adscritas al Estado y las universidades públicas.
Como si no fuera suficiente el nombramiento de un dilettante como titular del CNCA para pulsar la actitud de desprecio del grupo gobernante para con la cultura, se viene ahora el mazazo de un brutal recorte presupuestal en contra de las ya de por sí depauperadas CNCA, INAH, IMCINE e INBA. Por otra parte, todo parece indicar que el dinero recortado, unos dos mil millones de pesos, irá a parar a las arcas del ejército en forma de aumento salarial para los miembros de las fuerzas armadas.
El mensaje no puede estar más claro. El gobierno, aquejado de la endémica debilidad que deriva de su ilegitimidad, se apoya en la fuerza real del ejército y los cuerpos de seguridad para defenderse de una sedición inexistente pero posible; reacción violenta a la ola de violaciones a las libertades políticas (el arresto a traición de líderes de la APPO que se encontraban en el DF para negociar con el gobierno) y la libertad de expresión, cual sucede con el director de Grupo Monitor, José Gutiérrez Vivó, quien ha sido amenazado por emisarios del poder con el retiro de propaganda oficial -importante fuente de ingresos- si no se "porta bien". En todo caso, no se trata sino de la continuación de las prácticas del foxismo en lo tocante a la aplicación de la ley del embudo, el adelgazamiento de las responsabilidades sociales del estado y la conversión del mexicano en una fuerza de trabajo dócil e inculta, de aspiraciones meramente económicas en el mejor de los casos.
Eso significa que toda opinión o manifestación contraria a los intereses del gobierno será castigada con órdenes de aprehensión basadas en leyes de corte diazordacista como "rebelión", o "sedición"; y que la cobertura de las actividades de candidatos rivales al oficial, como la otorgada por Monitor a Andres Manuel López Obrador, tendrá consecuencias que afectarán la supervivencia del medio que "se porte mal". Ya en los últimos estertores del anterior sexenio, la pareja presidencial se embarcó en una persecución del semanario Proceso, y este gobierno solamente continúa la práctica sin interrupción alguna.
Las universidades públicas son también objeto del odio de los Poderes Reales del Estado, quienes decretan que la educación de calidad debe ser solamente para quienes pueden pagarla. Otro recorte presupuestal, disfrazado por el gobierno como un supuesto "incremento" dizque del 4%, consiste en casi mil millones de pesos menos para las universidades del país. Los rectores de las mismas protestaron de inmediato la medida, y podrán seguir protestando durante todo el sexenio, a juzgar por lo que se ve, sin que nada cambie. Solamente los ilusos que se beben la propaganda oficial como si fuera agua de mayo creyeron la mentira dicha por el candidato panista cuando dijo, con sin igual descaro, que aumentaría la cobertura universitaria en un 35%.
Mis carcajadas deben sonar todavía en los oídos de mis amigos anti-AMLO, quienes se desvivían por hacerme votar por Calderón. Todavía la noche anterior a las elecciones conversaba con ellos, artistas todos, como el que escribe. El posible resultado de las elecciones era, como se sabe, tan incierto como lo es ahora, y aunque mi voto estaba seguro para el tabasqueño mis amigos me tomaban por uno de los indecisos al los que había que persuadir para "salvar" al país del “peligro” que se avecinaba de ganar aquél las elecciones. Angustiado, un violinista me puso al tanto de los rumores, los cuales afirmaban que los empresarios hacían maletas para salir del país dado el caso de una victoria perredista, y yo le pregunté a este amigo si acaso él era un acaudalado empresario. Al responderme que no, le pregunté entonces por qué se preocupaba. "Tu eres un productor de cultura", le dije, "tú produces conocimiento y cultura, y lo primero que van a hacer esos empresarios y banqueros por los que tanto te afanas será evitar que seas productivo. La mayoría de ellos lo harán porque no les importas en absoluto; ni tú ni tu cultura y otros, la minoría más astuta, porque te consideran su enemigo. En todo caso" dije, "nunca faltarán bancos que salvar con ese dinero". Dicho y hecho. Si fuera un poco más sinvergüenza sería analista político. Creo que toca ahora agradecerles a esos cuates que el dinero que se destinaría a una función, digamos, de ópera (con elenco estrictamente formado por extranjeros, recuérdese que Vela está a cargo) se usará ahora para comprar toletes y escudos; que en lugar de instrumentos musicales y libros vamos a tener más putas tanquetas; y que en lugar de aulas universitarias se construirán más celdas para luchadores sociales o sus semejantes, pues los banqueros ladrones, los empresarios delincuentes y sus comparsas del gobierno; ellos, pues, no van a pisar la cárcel. Ellos son el poder.
Y es que es muy fácil decir, siguiéndole la tonada a los noticiarios, que los APPOs son delincuentes también; que agredieron propiedad pública y privada y la incendiaron, que no dejaban vender a las tienditas y que "secuestraron" a una hermosa ciudad (a la que de otro modo nadie haría caso en lo que toca a sus problemas), y que por eso se merecen estar en el penal. Okay; si me esfuerzo en ignorar la historia política de mi país, la de mi estado natal y la del conflicto en sí mismo hasta yo puedo pensar eso. Lo difícil es pensar en lo que NO SE DICE en los mismos noticiarios; o sea, que mientras se detiene a quienes producen daños por algunos miles de pesos, se deja ir tan campantes a quienes saquean las arcas públicas inmoral y constantemente, llevándose impunemente botines de miles de millones de pesos. Ese es el peligro real por el que se votó el pasado abril.
Esta terrible semana cerró peor de lo que se esperaba. Con las sandeces dichas por el diputadete panista a cargo de la comisión de presupuesto (la UNAM en el banquillo de los acusados por el pecado de ser una de las mejores) y la muerte del asesino Pinochet sin haber sido nunca castigado por sus muchos crímenes.

domingo, diciembre 03, 2006

Las cosas que uno como padre tiene que decir

El poli trató de incorporarse, pero al hacerlo sintió que la cabeza se le vaciaba de sangre, y decidió recostar la espalda contra la pared unos minutos más. El revólver ya sin tiros estaba a un lado, todavía caliente, cercano al charco entre rojo y negruzco que comenzaba a crecer muy lentamente.
No tenía sentido moverse, pensó luego. Estaba en su vieja casa, ahora abandonada y a punto de ser demolida. No había otro lugar al que pudiera ir, de todos modos. Nadie a quien pedir ayuda, pues nada más levantar la bocina del teléfono iba a ser una señal para que lo fueran a rematar. Se iban a enterar de inmediato; ellos, quienes los habían emboscado, tenían sus maneras de hacerlo.
"¡Julio!", llamó; pero el periodista permaneció inmóvil; recostado en el piso sobre uno de sus costados. Se diría que estaba dormido, de no ser por la infame multitud de enormes boquetes que por todos lados atravesaban su cuerpo ensangrentado. A él si que lo habían acribillado; como si la cosa fuera en su contra, como si la idea no hubiera sido siempre la de escarmentarlo a él, al poli, y de paso mandarle un aviso a todos los que sintieran ganas de ser héroes y llamar la atención a costa de estorbar el trabajo honesto del prójimo. Al poli nada más le habían alcanzado a dar dos balazos, pero uno de ellos era de muerte. No se necesitaba ser un médico para saber que por el color de la sangre, por el lugar en el que estaban los agujeros y por lo mucho que dolía, una parte del hígado se había ido al carajo. Aparte, y esto era mucho más importante, al carajo se habían ido también las pocas ganas que tenía el poli de seguir viviendo.

El honor es la posesión más valiosa del ser humano. Es delicado como el cristal, y una vez que se rompe, una vez que se pierde, es imposible recuperarlo del todo. No existe tal cosa como "salvar el honor”, así como también es falsa la idea de que otra persona te lo puede arrebatar haciendo cosas tan estúpidas como fornicar con tu esposa, o decir en público mentiras que destruyen tu reputación. Nunca debes de confundir el honor con la fama, o con la impresión que de ti tengan los demás. En todo caso, quien realmente se deshonra es quien de esa forma te ataca, y no importa si los demás descubren su mentira, o su perfidia. Entre tú y Dios, la verdad mantendrá tu honor a flote. No. El único que puede manchar tu honra eres tú mismo: mintiendo, abusando de los demás, perdiendo el control de tus emociones, robando, calumniando a otros buscando ocupar su lugar, o apoderarte de sus bienes. Lo más importante, lo que nunca debes olvidar, es que por ningún motivo debes ponerle precio a tu honor. ¡No lo olvides nunca!

Y no lo había olvidado. Aunque nunca supo para qué había servido no solamente recordar esas palabras, sino traerlas como grabadas en el alma y en la mente a base de escucharlas una y otra vez de boca de su padre, en las más diversas circunstancias durante su infancia. Sobre todo tomando en cuenta que si alguna vez su padre había dicho todo eso, ahora era como si no lo recordara. No le habían servido de mucho, y en cambio lo habían convertido en un hombre inadecuadamente soberbio y gandalla consigo mismo, para quien hasta la más inocente mentira era motivo de remordimiento.

"Así es mejor", murmuraba por momentos, enmedio de relámpagos de dolor. "No podía ser de otra manera en este país de mierda".
El Poli. Predestinado para la destrucción, para el fracaso. Así lo había pensado siempre, y se convenció de ello cuando encontró la droga en la cajuela de esos agentes, tan pedos que ni siquiera se resistieron al arresto, y uno de ellos abrió la maleta llena de dinero y se la ofreció a cambio de dejarlos irse en santa paz. Aquellos, en su media lengua, le dijeron que eran cuatrocientos cincuenta mil pesos, aunque seguramente había mucho más que eso.

Si no eres rico, es porque nunca me hiciste caso. No eres ningún pendejo. Si fueras un pendejo te hubiera dejado en paz porque cada uno tiene su limite; su tara, como los contenedores de un tren que no les cabe sino tanto grano, tanta arena. Pero aun así hay muchísimos pendejos que son más abusados que tú; que aún sin haber estudiado se gastan en un fin de semana lo que tu no ganas en un año. ¡Chingá! ¡Y todo por no hacerme caso! Te dije: estudia eso, que ahí está el pan. Tú dijiste que querías ser actor, o cantante, o no sé qué; pero para mí esas no son carreras, sino vicios de marica. Luego te dio por ser contador. Eso estaba bien. Lo malo fue cuando te diste cuenta de que para encumbrarte en eso tenías que comprometer tu honor. Hijo, no mames. -Son tus palabras, papá-, me dijiste, y pues sí; pero no hay que ser exagerados. La lana no viene sola, hay que abrirle paso para que acabe de llegar.

Pero el daño ya estaba hecho, y hasta el cuete se les bajó a los judas cuando el Poli les dijo que hicieran rollito su dinero y se lo clavaran por el fundillo, que ellos iban a amanecer en los separos. A su compañero se le hizo chiquititito, pero aguantó vara. No en balde llevaba escuchando al Poli seis meses hablar de lo mismo, o sea, del honor, de la integridad, de que este país sería uno muy diferente si cada uno de los que viven en él simplemente hicieran bien lo que dicen que van a hacer, sin flojear y sin arrugarse. El habla del padre, pues, las palabras con las que en otros tiempos se llenaba la boca enfrente de la esposa y los hijos, y que el Poli por vergüenza solamente repetía con quien estaba seguro que comprendería.
Su compañero no solamente había comprendido, sino que hasta se sintió convertido a la imagen sin matices que de la justicia tenía el Poli, pero no por eso dejó de sugerir ese día de mala suerte una salida que mediara entre lo justo y lo razonable: "oiga, compa" -le susurró al oído, la espalda contra los indiciados que sabían lo que decía como si lo estuvieran escuchando-, "yo digo que los dejemos en paz. Con no aceptar su dinero la honra queda más que servida".
Pero el Poli hizo como que no lo había escuchado, y desarmó a los agentes, con facilidad en virtud su estado, enmedio de palabrotas y amenazas de muerte que los otros le arrojaban como furiosas pedradas.

Hijo, no digas esas cosas en la calle, a cualquiera. Es más, no las digas, punto. La gente no piensa: "ese hombre es muy honrado. Tiene integridad". Más bien piensan: "oye a ese menso. Nació ayer".

No pecaba de ingenuidad, empero; y de inmediato buscó el cobijo que da la publicidad.
Meses atrás, durante el robo a un banco, había capturado la atención de un reportero que trabajaba para un diario nacional, quien encontró al Poli custodiando un regadero de paquetes, cada uno con cien billetes de a mil pesos, que habían salido despedidos de un costalete que los asaltantes dejaron caer en su escape. Lo observó de lejos, y se sorprendió de que a pesar de que nadie lo estaba observando -pues la atención estaba en la puerta del banco, en donde otro ladrón había caído muerto- nunca hizo el menor intento de agacharse a tocar nada, y en cambió se le puso enfrente a un mando de la bancaria que ya se arrodillaba sobre el dinero con el pretexto de "reunir evidencia", no sin antes cerciorarse que nadie más que el Poli lo veía. El reportero lo salvó del arresto apareciendo en ese instante con su fotógrafo, y desde entonces se saludaron un par de veces en otras tantas trifulcas, asegurándose mutuamente la buena disposición de cooperar.

¿Ahora vas a ser policía? Si fueras otra persona diría que no es mala idea. Eres listo, o solías serlo, y en esa profesión la gente de cerebro llega lejos, enmedio de tanta patarrajada que reclutan para matarla de hambre. Pero no es el caso, hijo, no es el caso. La policía no es lugar para alguien con ideas como las tuyas, y más te hubiera valido no echar a perder tu carrera de contador repitiendo las cosas que uno como padre tiene que decir. Cuando uno es joven dan ganas de realizar en otros, en tus hijos, lo que uno mismo no pudo ser; pero eso cambia con el tiempo, y entonces uno piensa en qué puede ser lo mejor para ustedes, sin tanto discurso y rasgadura de ropajes. Escúchame, hijo... hazme caso; y no digas que estás en esto precisamente por hacerme caso, porque esa disculpa tuya me hace encabronar. No te engañes, que la cosa es muy seria, y hasta yo puedo acabar pagando tus cuentas; o tal vez otros.

La entrevista en la que el poli narraba el incidente con los agentes alcanzó a salir en la edición del medio día, en páginas interiores, pero se hizo noticia de primera plana cuando un importante comandante de la Procuraduría de Justicia salió a hablar con los medios, indignado y exigiendo la libertad de "sus" hombres, aun después de que éstos habían sido fotografiados bien crudos, con la droga y con el dinero que el Poli rechazó, y cuyo origen no podían explicar. De inmediato se le encargó al reportero otra entrevista. El poli y su compañero estaban escondidos, y sin duda él era el único que podría contactarlos.

El poli se deslizó suavemente hasta quedar acostado en el piso, de costado como el periodista, sin quitar la mano de la herida que no dejaba de sangrar, pero que ya no dolía tanto. Con la cabeza reposando sobre la alfombra buscó ingenuamente las huellas de sus pies de niño, para encontrar solamente los destrozos del tiempo en un espacio que ya no le pertenecía. Comenzó a faltarle el aire, y deseó no haber tenido que disparar todas las balas de su revólver. Si le quedase por lo menos una, de seguro le daría buen uso ahora. Estaba seguro de haberse llevado por delante a por lo menos un par de sus asesinos. No podía ya recordar que la sorpresa, la rabia y el dolor de sus heridas habían provocado que la mayoría de sus disparos dieran en el piso, o en las paredes, y que por lo tanto su derrota era total. Porque a los agentes que detuvo los soltaron apenas tres días después de que su comandante los defendiera por televisión. Se llevaron la droga, les devolvieron el dinero y poco faltó que les pidieran disculpas.
El poli supo que lo andaban buscando, y por eso no quiso aceptar en un principio la entrevista que el periodista le solicitaba. El mismo Poli le advertía que, de publicar una entrevista, sus perseguidores no iban a detenerse hasta no sacarle, por buenas o malas, la forma de localizarlo. Solamente aceptó porque sabía que de todos modos iba a morir, y la conciencia le decía que esa era la única forma de que alguien más supiera sus razones. Que supiera que no todo era en vano, aunque él comenzara a creer lo contrario.

Ahora sufro como nunca, hijo mío. Mientras dejo caer puñitos de tierra sobre tu tumba fresca recuerdo los días en los que eras apenas un niño y tenías el corazón limpio. Cuando me amabas tanto que jurabas que siempre me ibas a obedecer, que siempre harías lo que yo te mandara, aunque fuera darme tu sangre para que yo siguiera viviendo. Fuiste a morir en la casa en la que durante tanto tiempo fuimos felices, en la que a nadie se le hubiera ocurrido buscarte. Ahora es tarde, hasta para mí, hasta para que yo me arrepienta.
Si tan sólo me hubieses hecho caso cuando era verdaderamente importante que lo hicieras.

El mundo a su alrededor se convirtió en un desolado desierto helado. Sabía que tenía los ojos abiertos, pero no podía ver nada. Para él ya se había hecho de noche para siempre. Su último pensamiento fue una pregunta triste: ¿Lo sabrán?












Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.