lunes, julio 02, 2007

Elogio de la democracia

Un cuarto.
Un cuarto de paredes amarillas, o que alguna vez lo fueron, porque ahora se ven sucias, chorreadas, descarapeladas.
Una silla.
En la silla un hombre sentado, o un ser que alguna vez lo fue, porque ahora se ve sucio, chorreado de inmundicias, doblado sobre sí mismo como una flor muerta.
Sobre el hombre hay un foco que ilumina muy poco y mal. De repente se apaga y se enciende de nuevo, pero a nadie parece importarle. Se distingue el humo de un cigarro que sube al techo, lentamente. Se distinguen también, apenas insinuados en la penumbra, los rostros de dos hombres. Uno es el gobernador: rudo, simiesco, picado de viruelas.
El otro es el perverso Georg.

El gobernador hace una seña, y Georg se levanta, toma una cubeta de agua sacada de las letrinas, y arroja con violencia su contenido contra el sujeto debajo del foco, sacudiéndolo fuera de su inconciencia. Unos balbuceos incomprensibles son la única señal de que el pobre diablo ha regresado del pacífico lugar en el que se había refugiado.
"Mira hasta donde te han traído tus necedades", dice el gobernador. "Eres necio, y eres pendejo, también. Ahorita podrías estar con tu familia, en tu casa, disfrutando de algo de dinero, que a nadie le sobra el dinero, ya eso lo sabes, y en cambio estás aquí". El gobernador hizo una pausa, y siguió hablando luego en voz más baja, como si estuviera compartiendo una confidencia. "A propósito, tu familia también está aquí. Tu esposa, la guapa morenita esa, tu hija y tu muchacho. Acaban de llegar. Tu esposa y tu hija todavía no conocen a Georg, pero a tu hijo tuvimos que darle una ablandadita porque estaba inquietando a su mamá, resistiéndose a bajar del coche, a venir a estos cuartitos. Como si de algo le valiera".
En ese momento, el de la silla pareció despertar del todo. Alzó la cabeza lentamente, escudriñó la penumbra en busca del gobernador y, cuando lo hubo localizado, lanzó con precisión un gargajo espeso y sanguinoliento, el cual hizo blanco justo enmedio de la corbata del político.
"Maricón, hijo de la chingada". Remató.
Temblando de rabia, el gobernador hizo entonces al perverso Georg otra señal convenida, y el gigantesco sicario se levantó con desgano. Se acercó al de la silla, y le inyectó una droga para alertarlo y aumentar su sensibilidad. Luego, con la misma tranquilidad de un escultor, tomó de una mesa cercana unas pinzas terminadas en punta; las ensartó en la espalda del prisionero, y oprimió con ellas un lugar determinado de la espina dorsal.
El hombre de la silla se arqueó hacia atrás, y soltó un aullido inhumano. El perverso Georg repitió la operación un par de veces, con los mismos escalofriantes resultados.

A Georg el asunto ese no le gustaba para nada.
Lo hacía sentirse molesto consigo mismo y, sobre todo, con el gobernador.
No era que torturar le provocara remordimientos, ni mucho menos. Georg tenía un talento, y las cosas se hacían cuando tenían que hacerse.
No. Era otra cosa. Se trataba simplemente de un retorcido orgullo profesional. El reconocer que sus alambicados métodos para la extracción de la verdad estaban siendo desperdiciados en un simple desquite. El gobernador no hacía preguntas. Solamente hablaba, le hacía una señal para aplicar un golpe masivo de dolor y luego seguía hablando. Cuando era necesario, esperaba pacientemente a que Georg reanimara al prisionero, y comenzaba de nueva cuenta. Así, durante varias horas.
Además, las razones del viejo bastardo eran francamente irritantes, porque el único pecado del hombre había sido mostrar algunas fotos del gobernador en la prensa, y luego en la televisión. No eran malas fotos, en realidad. El muchacho las tomó con una cámara escondida en su saco, disfrazado de mesero; una buena cámara, cuyas fotos tenían la claridad suficiente para que no quedara duda de la identidad de quienes aparecían en ellas. De eso, y de otras cosas, se había enterado Georg durante la forzada conversación, que mejor sería llamar monólogo, entre el gobernador y el fotógrafo.
"Lo que más me divierte de todo el asunto -dijo el primero- es que, de algún modo, pensaste que entregando esas fotos al mugroso periódico ese ibas a hacerme daño. Peor aun -dijo después de un momento de reflexión- pensaste que ibas a hacer justicia. La justicia no existe en la democracia, pendejo; por lo menos no en una democracia como la nuestra. ¡La Democracia!" Declamó el gobernador limpiándose la corbata con un gesto de asco. "En el periódico ese mencionan esa palabra muchas veces. La mencionan a cada rato en todos los periódicos, en realidad; pero creo que nada de lo que dicen es cierto, y ellos lo saben. Aunque no todos. Tú, por ejemplo. Tú crees. Eres un demócrata, ¿verdad?"
Como respuesta, el torturado escupió de nuevo; ahora sobre el piso.
"Lo supuse. Mira; ustedes los demócratas son como fanáticos de alguna religión. Creen poseer la verdad absoluta, y hasta se empeñan en que el resto del mundo crea en esa misma verdad y se gobiernen con ella. ¿Quién les dijo que la democracia, es mejor que la monarquía, por ejemplo, o que las dictaduras?"
El gobernador guardó silencio. Sentía brillar en su mente una idea luminosa, pero no acertaba a estructurarla, a ponerla en palabras. Al cabo de un minuto caminó hacia el condenado, y acercándole su rostro deforme lo más que pudo, le dijo:
"Mira, pendejo; la democracia es la mayor fábrica de tiranos que el mundo ha conocido. Ninguna institución política la supera en eso. ¿O has oído acaso que un país se llame 'Tiranía de Tal', o 'Dictadura de Aquél"? No, por supuesto. Todas son democracias, repúblicas, gobiernos democráticos; como quiera que se les llame. La de Leónidas Trujillo en Santo Domingo; la de Arbenz en Guatemala; la de Pinochet en Chile; la de Videla en Argentina, aun esa; todas ellas -y podría seguir nombrándolas durante semanas, si me las aprendiera todas- flamantes repúblicas. Y entonces tú me contestarías que, como forma de gobierno, la democracia es perfecta, que somos los políticos los que la pervertimos al darle la forma de una república corrupta y que, entonces, tal cosa ya no es democracia. Tienes razón en eso. Pero para mí la distinción carece de importancia. Me sirvo del sistema lo mismo que todos los demás que se encuentran en mi posición".
Dicho eso, el gobernador lanzó a Georg una mirada, y en el acto una enorme manaza se estrelló en la cabeza del fotógrafo el cual, de forma increíble, no perdió la conciencia, sino que pareció hallarse más despierto mientras escupía los dos dientes que el golpe le había arrancado. El perverso Georg sonrió satisfecho. Otro que no fuese él hubiese dejado KO al preso tratando de provocar el mismo daño, ignorando el lugar, la forma y la fuerza adecuados para aplicar el golpe.
"Si México fuera una dictadura, yo no podría estarme divirtiendo contigo como lo hago ahora, ¿sabes? Claro, a menos que el dictador me lo permitiera, o me lo ordenara. Aquí, durante seis años, soy el dictador de mi propio estado. De manera razonablemente solapada puedo hacer mi voluntad, que es al mismo tiempo la de los que me ayudaron a llegar hasta aquí. Somos, por así decirlo, una sociedad. Ellos me ayudan, yo los ayudo, y todos salimos ganando. Si alguien no quiere entrarle al aro, está bien, pero no se garantiza su seguridad en estos tiempos de tanta inestabilidad. ¿Sabes lo que va a pasar con el periódico que publicó tus estúpidas fotos? A nadie le gusta que enloden de esa manera a la autoridad. No es bueno para la salud del estado, ni para la fe que el pueblo tiene en las instituciones. Por eso los empresarios, en una muestra de solidaridad con el ejecutivo local, van a retirar la publicidad con la que ese pasquín se alimenta. Lo mismo voy a hacer yo con los anuncios pagados por el estado. Puedo hacerlo a mi gusto, a pesar de tratarse de dinero público. En unos meses, el periódico va a agotar sus reservas, y al no tener ingresos comenzará a suspender los pagos a sus empleados. Hará mucho escándalo, nos acusará de todo, pero lo tendré finalmente de rodillas, o desaparecerá. No es algo nuevo, claro. Es justamente lo que el Presidente acaba de hacer con la estación de radio esa que, según él, estaba castigada. Imagínate: Chávez, en Venezuela, no le renovó la concesión a una televisora, y ahí tienes a medio mundo encima de él, protestando. El presidente, en cambio, pone fuera de combate a un grupo radiofónico y nadie le dice nada. Claro; Chávez es malvado. Es un dictador”. El gobernador soltó una carcajada. ‘‘¡Ganó sus elecciones por 20 puntos más que el presidente, pero el dictador es él! ¿No es hermosa la democracia?'' el político carraspeó. La plática le resultaba casi tan agotadora para su voz como un discurso. “Por lo que a mí toca -continuó- seguramente me van a atacar desde las bancas opositoras del congreso; me van a organizar marchas que podré ver por televisión. Hasta tendré que permitir que los periódicos hablen del asunto para que la gente los siga comprando, siempre que no se pasen de la raya. Seguramente van a exigir (es un decir) mi destitución y el asunto va a llegar a la suprema corte... para no pasar de ahí. Y es que, debes saber que en este país todavía manda el presidente (también es un decir); y al presidente no le conviene que yo me caiga, cuando su propia silla se tambalea. En fin. La historia es esa. Por eso, por conseguir ese ajusticiamiento de vodevil, es que vas a morir”.
El gobernador llamó aparte al perverso Georg, y le susurró un par de cosas al oído. El sicario pareció no entender muy bien lo que se le pedía, y el gobernador le repitió la orden, manoteando un poco, como impaciente. Georg salió al fin, con penosa lentitud, dejando solos al político y a su víctima. El gobernador reanudó su discurso.
"Debo irme, pendejo. ¿Sabes qué es lo que tengo que hacer? Tengo que hablar en un comercial de televisión con el cual voy a convencer al pueblo de que soy un hombre honesto, y que todo ese asunto de las fotos manoseando niños y cogiéndomelos luego no es otra cosa que una estrategia de la oposición para quitarme de enmedio, y evitar así que lleve a cabo la gran obra que tengo planeada para el estado. La historia no carece de verdad, debes aceptarlo. Depende de a qué obra te refieras, y a si acaso las fotos son verdaderas; y resulta que no lo son. A partir de que la tele lo diga, no lo son. Porque esa es otra cosa que adoro de la democracia. O sea, que el pueblo cree que votando elige a los que gobiernan el país. Es una creencia respetable, pero que no corresponde a la realidad. Lo que pasa en verdad, es que la gente que realmente importa en este país elige al que debe gobernar, y luego la televisión le dice al pueblo por quién debe de votar, y el pueblo obedece. ¡Por favor! No menees la cabeza de ese modo. ¡La televisión es la verdadera educadora de la gente! Bueno, como te decía, es hora de irme, pero no quiero hacerlo sin dejarte algo para que me recuerdes, aunque sea en los pocos minutos que te quedan de vida". El gobernador iba a irse, pero se dio la vuelta, y sonriendo con sorna dijo: "No te preocupes por la manera en la que va a contarse todo esto. Tu honor y tu buen nombre no van a sufrir menoscabo. Nadie va a saber que estuviste sentado ahí, sucio como un perro callejero, babeando sangre y hasta la caramba de inmundicia; y mucho menos se va a saber que moriste viendo las cabezas de tu esposa, y las de tus hijos colgando frente a ti. Nadie lo va a saber, salvo quienes tengan que saberlo, y te apuesto lo que quieras a que no van a contar nada, porque van a estar tan asustados como para decir una sola palabra. Al resto de la gente le vamos a decir que iban en un coche, y que un tráiler los embistió en sentido contrario. Con ayuda de la tele, los mexicanos se tragan cualquier pendejada."
El hombre hizo un esfuerzo sobrehumano para ponerse de pie, y el gobernador, asustado de que esa piltrafa humana fuese capaz de lastimarlo, iba a llamar al perverso Georg. No fue necesario, sin embargo, porque Georg apareció en ese momento en la puerta.
Ya no se movía con lentitud, y en sus ojos estaba escrita la palabra muerte.
El perverso Georg había pasado esos últimos minutos tratando de entender las órdenes del gobernador, primero, y luego pensando en la suerte que tenía para meterse en las situaciones más jodidas del mundo. Seguramente, ese marrano se había equivocado de hombre. Una cosa era ser bueno para romper huesos, y otra terminar tu vida como un absoluto hijo de la chingada. Algo muy simple, pero complicado de entender para el gobernador.
Mal para él.
Entonces fue a donde estaba la esposa del fotógrafo, y el resto de su familia. Con un movimiento más veloz que el del relámpago tomó del brazo al judicial que los cuidaba, y como si fuese de papel lo estrelló contra la pared, agrietándola. El judicial se desplomó emitiendo un gemido sordo.
"Vengan". Les dijo; y los escoltó hasta la calle, destruyendo en vida los cuerpos de otros tres policías por el camino. Acababa de verlos partir en un taxi, cuando entro de nuevo a la sala de tortura. El gobernador no se esperaba el impresionante manazo de Georg, que lo levantó un par de centímetros en el aire, y lo dejó inconsciente el tiempo suficiente para que llegaran los reporteros, y la ambulancia. En los pasillos reinaba el caos, con agentes y oficinistas corriendo de un lado a otro sin ocuparse en lo más mínimo del sicario. Sin el gobernador dando órdenes, pensó Georg, nadie en esos separos sabía qué hacer.
“Eso es lo maravilloso de las dictaduras”, se dijo con voz baja y pedregosa.
Esa situación no iba a durar para siempre. No obstante, antes de que pudiera escapar, uno de los reporteros llegados al lugar le preguntó qué era lo que había pasado. Entonces, el perverso Georg trató de recordar lo poco que había aprendido de la democracia en el único año que fue a la escuela.
"Pasó -dijo- que el pueblo tomó el poder. Por lo menos un rato".
Y se marchó. A sufrir, sin duda, otros muchos meses de clandestinidad.

AS

Tarímbaro; 2 de junio de 2007.

1 comentario:

Ensamble52 dijo...

Ante la impotencia, soñar... o escribir, que es como soñar en la cabeza propia con eco en otras...

Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.