domingo, julio 22, 2007

Cosas para recordar (primera parte)



I El documento

PRÄSIDIALKANZLEI DES FÜHRERS UND REICHKANZLERS

Sicherheitdienst Operativer Befehl 00489...
...es ist mein Befehl... Herr Julius Steinmayer zu verhaften und zum Führerhauptquartier zu schicken. Die gesamte Verhaftungsaktion ist innerhalb von drei Tagen abzuschließen...
...unter keine umstande muß der Verhaftet getötet werden...!

Martin Bormann


II Schultz

El Brigadeführer Kristian Schultz dobló el documento para ponerlo en el bolsillo de su chaqueta, y al hacerlo se dio cuenta de que sus botas nuevas estaban atascadas de lodo. Para él, un militar a la antigua tradición, la suciedad en el uniforme aun en tiempos de guerra era muestra de estupidez y descuido.
"Mierda", dijo.
Y es que había lodo por todas partes. El piso estaba hecho lodo; había lodo en los edificios y en la muralla que separaba al ghetto del resto de la ciudad. Había lodo en la ropa de las personas, en sus sombreros, en sus carros de mano, y los cadáveres de dos niños que habían muerto de frío, acurrucados en una esquina, estaban cubiertos de lodo también. Amenazaba lluvia, por añadidura, y tenía solamente tres días para encontrar a un judío llamado Steinmayer, arrestarlo -a pesar de que, en teoría, se encontraba ya preso en el ghetto- y llevarlo vivo hasta Wolfschanze, en la Prusia oriental.
El cuartel general de Adolf Hitler.
No era, por cierto, la primera vez que recibía de manos de Bormann mismo un encargo incomprensible. Ya en una ocasión, el secretario particular del Führer le había ordenado -por medio de un documento oficial como el que llevaba en su bolsillo- buscar a un perro de raza indefinida que se había colado a los escarpados terrenos boscosos del Berghof, la casa de descanso de Hitler. El pecado del animal había sido acercarse a Blondi, la pastor alemán del jefe, para olisquearla sin ocultar sus románticas intenciones, y la misión de Schultz era la de encontrar al perro, torturarlo, y finalmente fusilarlo sin ningún tipo de ceremonia; por mucho que para Schultz la orden constituía una ceremonia en sí misma.

Después de todo, esas no son las cosas que uno espera hacer como ayudante de campo del hombre más poderoso de Europa.
Al Brigadeführer, hay que decirlo, no le importó mucho lo sucedido con el perro, salvo por el hecho de haberse hallado en una situación de la que no escribiría nada en sus cartas a casa. Ahora, sin embargo, le preocupaba que sus órdenes tenían que ver con una persona, y que el nombre de esa persona había sido mencionado por él en primer lugar; de manera casual y sin malas intenciones, con inesperadas; verdaderamente inesperadas consecuencias.

III La historia

Fue durante una tarde apacible en Berghof; después de la comida, cuando junto con el Führer y otras personas de su círculo personal, entre las que se encontraba Eva Braun, tomaba Schultz el té junto a la chimenea. Era la costumbre en esos momentos la de evitar hablar de política o de la guerra, que por aquellos días comenzaba a ir mal para el Reich, y el tema era, por lo general, la vida de Hitler, sus recuerdos de juventud, sus ideas acerca de la pintura y la arquitectura. Schultz, al igual que los demás, prefería escuchar a hablar, y por ello la voz de Hitler, hipnotizante y monótona, solía resonar durante horas en la sala sin interrupción alguna; hasta el momento en el que Eva, sorprendida o indignada por alguna opinión de su amante, lo detenía y decía, realmente, cualquier cosa.
Aquella tarde en particular, la conversación, por llamarla así, trataba sobre música; otro de los temas en los que Hitler se consideraba un experto. No hablaba, por cierto, de Wagner, o de algún otro gran compositor alemán, sino de las tonadillas -valses cantados, melodías y canciones- que estaban de moda en los restaurantes y cervecerías de München en los años veintes, cuando Hitler comenzaba su ascenso en la política. Decía, entre otras cosas, que era una lástima que tantos buenos compositores hubieran desperdiciado su talento en escribir melodías para textos francamente obscenos, con el único fin de ganar dinero. Lo que era aun más denigrante, a veces la misma melodía era usada -literalmente usada, con todas las humillantes implicaciones del término- para entonar diferentes textos, dependiendo del público al cual se buscaba halagar o complacer. Eso no estaba bien en absoluto. Ya los grandes genios habían demostrado que palabras y música debían de formar una unidad perfecta; y no era excusa para su vilipendio el hecho de tratarse de música considerada ligera, porque toda creación alemana, sin importar su origen, debía compartir el mismo principio. Hitler mencionó, a manera de ejemplo, un tango que -a pesar de no bailar ni haber bailado nunca- amaba desde sus años de juventud. Lo amaba por su deliciosa y sencilla melodía, por su rítmo afable aunque vigoroso, y por su letra, cuya perfecta ingenuidad lo conmovía, recordándole que tal vez, después de todo, tenía hermosos recuerdos para atesorar.
El tango en cuestión se llamaba "Zwei heimliche Tränen" -"Dos lágrimas secretas"-, y Hitler mandó que un asistente pusiese el disco en un fonógrafo que se mantenía a la mano, pero que se usaba muy de vez en cuando, para que los invitados pudieran escucharlo. Schultz pensó que, en efecto, la pieza era muy bella, y se sorprendió de ver al Führer cantarla bajito, paladeando el texto que hablaba de un amor perdido. No obstante, en cuanto el disco hubo terminado, Hitler se lanzó en una tremenda perorata. Su voz era aguda, tonante, llena de indignación. Declaraba su odio a todos los malditos mercaderes capitalistas del arte, que convertían en basura las cosas hermosas sobre las que ponían sus manos. Fuera de sí, narró la ocasión en la que, contra su costumbre, estaba escuchando en la radio la música de moda, y repentinamente comenzaron a tocar "Zwei heimliche Tränen", o por lo menos eso pensó, porque se trataba de la misma hermosa melodía, la misma sencilla instrumentación. Cuando entró la voz, empero, el horror se apoderó de él, porque la letra que cantaba estaba llena de porquerías, de obscenidades inauditas. ¡Su amado tango se había convertido en una basura decadente llamada "Du schwarzes Zigeunerin" ("Tú, negra gitana")!
Todos los presentes guardaron silencio, mientras Hitler se sentaba de nuevo en su poltrona, junto al fuego, permitiendo que su agitada respiración se calmara poco a poco, recordando quizá el atroz castigo que los hombres de Himmler destinaron al perpetrador de aquella indecencia.
"Mein Führer", dijo entonces Eva Braun, "es curioso que nos refieras justo ahora esa historia; porque hace varias noches que tengo el mismo sueño, el cual quisiera contarte, pues probablemente signifique algo".
El hombre fuerte del Reich levantó su mano en señal de aprobación, y su amante comenzó a narrar el sueño de la manera siguiente:
"Me encontraba caminando por un bosque desconocido, lentamente, como si estuviera perdida. Era mucho más joven, pues en el sueño tenía aproximadamente veinte años, y deseaba salir de ese bosque para llegar rápido a la casa. Tenía hambre, y deseaba descansar.
A pesar de eso, pasaba el tiempo y no encontraba el camino de regreso, a pesar de ver aquí y allá algunas cosas conocidas, como el coche abandonado de mi padre y una fotografía, colgada de un árbol, en la que aparezco junto a mi madre. El sol estaba cada vez más bajo; había niebla, y comencé a sentir mucho miedo.
Justo en ese instante, escuché la música. Se oía lejana, pero aun así era fácil de seguir, de manera que caminé sin perder su rastro, hasta que finalmente salí del bosque, y vi frente a mí un hermoso valle cubierto de pastizales, en el que podían verse algunas casas cuyas chimeneas encendidas dejaban salir humo blanco y abundante. Frente a la puerta de una de ellas estaba sentado el Führer. Se veía tranquilo, satisfecho, como si no buscara otra cosa en la vida que estar sentado frente a esa casa, con un fuego ardiendo dentro, en el atardecer de ese hermoso valle.
Al verlo, de inmediato corrí a su encuentro para decirle que había estado perdida y finalmente había hallado el camino de regreso, pero él me hizo seña de que me detuviera, y luego puso un dedo sobre sus labios, para indicarme que guardara silencio. La canción que me ayudó a salir del bosque se escuchaba entonces mucho más fuerte, y podía distinguir la melodía y la letra perfectamente, aunque de un pequeño fragmento solamente, el cual se repetía una y otra vez, mientras el Führer me decía, siempre que la canción comenzaba de nuevo: 'es ist mein Schicksal, und Deutschlands auch!' Es mi destino, y también el de Alemania".
Cuando hubo terminado de narrar el sueño, uno de los asistentes a la velada le preguntó a Eva si acaso recordaba en ese momento la letra de la canción, y ella contestó que sí. En realidad, dijo, se trataba de un viejo Schottisch que su madre cantaba al cocinar, habiéndolo escuchado en un restaurante, o salón, durante los años terribles de la inflación y el desempleo. Recordaba que habían tratado de comprar el disco, pero en todas las tiendas les habían dicho que esa canción no estaba grabada, y que solamente su autor la interpretaba en compañía de su banda.
"Esa es la razón por la que no sabemos sino un pedazo de la canción, el pedazo que mi madre recordaba, y nada más".
"¿Cómo se llama su autor?" Preguntó Frau Christian, una de las secretarias del Jefe.
"No lo sé", contestó Eva. "Solamente recuerdo que su banda se llamaba 'Mondlicht Serenade'".
Frau Christian le rogó entonces a Eva que cantara aunque fuese el fragmento que conocía de la canción y ésta, no sin sonrojarse, canturreó:

"En noches bellas me arrulla el canto,
Y a la mañana, llega el amor;
En el ocaso siento un quebranto,
Que me atormenta en el corazón".

Ach so!" Dijo Kristian Schultz, quien ya dormitaba, enderezándose en su asiento. "Yo he escuchado esa canción. La tonada me es familiar. De hecho, me parece que conozco al autor... aunque me temo que no puedo mencionar las circunstancias en las que nos conocimos".
Eva se volvió entonces hacia el Führer, para preguntarle lo que pensaba acerca del sueño, y se sorprendió, lo mismo que todos los demás, al ver que estaba sentado en el borde mismo de su poltrona, con el cuerpo en tensión y pintada en el rostro una expresión de cruel incertidumbre.

(Continuara)

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Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.