lunes, marzo 26, 2007

Querer y poder

Maricón, hijo de la chingada. Pobretón de mierda. ¡Grita, cabrón! ¡Grita!


Manuelito. No era el becado común y corriente de la típica escuela católica, ese que se muere por llamar la atención, que estudia como loco para pasar los exámenes y se ofrece para los trabajos latosos, con el único fin de que no le quiten la beca, con todas las consecuencias que eso trae cuando estás -en cierto modo- en el lugar que no te corresponde, o sea, estudiando en una escuela de gente rica, cuando se es pobre como pobre puede ser el hijo de un velador.
No. Con Manuelito era la pura verdad. No era pose. No le costaba trabajo en absoluto hacer lo que para muchos de sus compañeros eran sacrificios imposibles, como comer bien y rápido, jugar muy poco, hacer la tarea durante o justo después de las clases y llevar ropa de calle para cambiarse de inmediato y no ensuciar el uniforme.
Sus esfuerzos no eran del todo desinteresados, sin embargo. Era la única manera de que sus maestros le permitieran tomar talleres sin pagar.
Los talleres. Caros casi como la colegiatura de la primaria que tampoco pagaba. Eso sin contar con que no tomaba solamente uno, sino dos talleres: coro, a medio día; y piano, justo después. Para acabar de redondear su estampa de fantasía, era igualmente bueno en ambos. El mejor.

Podrás gritar, pero nadie te va a escuchar; podrás hablar, pero nadie te va a creer. Es más: aunque te crean, nadie va a hacer nada. Tú no sabes, putito; he hecho cosas mucho peores y nunca me han hecho nada, o se lo han hecho a otros; los que son pobres, como tú.

Un par de días antes del festival, el maestro de piano habló con él una vez más, como lo había estado haciendo las últimas dos semanas.
"No te voy a obligar a nada. Piénsalo"
Y es que nadie aguanta a diez niños tocando el piano uno detrás de otro: las mismas cinco notitas, solamente que distinto orden, pero todos tocando las mismas; es más: ni siquiera sus papás y mamás. De todos los alumnos de piano, sólo tres de ellos tocaban algo que el oído humano pudiese diferenciar del ruido, y a la hora de una presentación eran esos tres los que iban a quedar dentro del programa para bien de todos. Uno de ellos, por supuesto, era Manuelito. Pero si él tocaba, Sebastián se quedaba fuera. Ni hablar de agregar otro participante; todos los demás talleres necesitaban espacios para demostrar a los padres que su dinero tenía un destino y un propósito. Para otro profesor, alguien que enseñara otra materia que no fuese piano, la solución sería sencilla a más no poder, pues de los cuatro en disputa, el único niño cuyo dinero no le hacía falta al colegio era Manuelito; pero era el caso que, muy a pesar del lugar en el que se encontraban, los maestros del departamento de arte conservaban aun la dignidad y la decencia cuando se trataba de dilemas como ese.
Por eso no quedaba de otra: había que persuadir al niño.


Pero es que no entiendes, cabrón, si no es así. ¿Cuántas putas veces? ¿Cuántas putas veces te dije que mejor lo dejaras así? ¿Querías que te dijera que ya me voy? ¿Que a ti te faltan dos años y yo ya paso a secundaria? Mi papá está en la mesa directiva, pero ya quisiera yo que todos los maestros se supieran mi nombre como pasa contigo, puto. Ni hablar. Los prefectos me conocen, pero ellos no deciden quién toca y quien no toca en el festival, ¿verdad? Con eso y el maestro de piano que vive como en otro mundo bastó; me chingaste la vida; me diste en la madre; y en eso la cagaste, cabrón pepenador. Te metiste conmigo. Mal.
Ahora te chingas tú. Y luego hablamos, que ya me voy.


Rogón, aparte. Manuelito supo convencer al director del coro, quien era, curiosamente, al que menos le gustaba la idea de que el niño tocara el piano primero, y luego se saliera corriendo para cambiarse, y así poder cantar de solista con el coro, que entraba unos minutos después.
"No te puedes concentrar, le decía, vas a entrar apurado, nervioso. ¿Qué tal si no te va bien tocando el piano? Es muy importante que te concentres desde antes en lo que vas a hacer. Deberías dejar que otro muchacho toque el piano. Tú de todos modos ya tienes tu solo, y es uno muy bonito."
Pero no. Manuelito se puso necio (se puede ser muy necio con lisonjas y palabras zalameras, si se quiere) y suplicó de todas las maneras que conocía para que lo dejaran cantar su solo después de tocar el piano. "Una cosa es querer, y otra poder," le dijo el maestro, pero de nada sirvió; ya nada más para quitarse de encima esa plaga fue que accedió a dejarlo cantar. Mal para ambos.

Porque los que fueron al baño antes del segmento de piano lo encontraron cerrado. Extraño, porque hacía unos minutos estaba abierto. Como había otros dos, sin embargo, nadie dijo nada. Nadie se quejó, ni avisó, ni siquiera cuando llegó el turno de Manuelito para entrar a tocar solo el piano y no apareció por ninguna parte. Como Sebastián sí estaba, y estaba vestido, y una mirada de complicidad corría entre él y el maestro, Sebastián entró oportunamente a suplir al pianista faltante, no sin antes mencionar lo triste que era sufrir a niños tan irresponsables. Después de echar a perder el festival (el coro tuvo que cancelar el solo, y cantar una obra sin ensayarla, lo que por supuesto resultó en un desastre) a esa gente deberían quitarle sus becas. No tiene sentido sacrificarse por gente que no sabe agradecer nada.


Te chingaste, naco. A ver si con esto aprendes.


A Manuelito lo encontraron hasta el otro día. Muchas horas después de que sus padres se habían vuelto locos de desesperación por haber encontrado su ropa de concierto y su uniforme de coro hechos girones en uno de los camerinos. Aunque parezca mentira, a nadie se le ocurrió buscar en el baño cerrado. Debieron pensar que no se había usado ese día, supongo. Manuelito estaba amarrado, amordazado, y los golpes que tenía en la espalda se le marcaron más con el frío del piso, pues con excepción de los calzones, estaba desnudo.

No le crean a ese maricón. Ya parece que voy a andarme preocupando de lo que hace el cabrón. ¿Quieren saber la verdad? A ese puto le dio miedo salir a tocar, se metió al baño a lloriquear; se encerró para que nadie lo viera. Hizo un berrinche tan fuerte, que le gano del uno, y se cagó en los calzones. Así que, ni modo que saliera, ¿no? A nadie le gusta que lo vean así. Por eso inventar la mamada del secuestro, tan pendeja. Se necesita ser muy idiota para romper tu ropa y ya con eso decir que te secuestraron, que te pegaron, que no te podías salir. Yo vi los calzones meados y cagados. Salieron en las fotos que le llevaron al director, al padre Ramírez. Yo las vi, me cae de madre. El padre las vio también, pero tan mentira es que aquí ando sin que me hagan nada. Y ahí nos vemos, que me tengo que ir.

A.S.

26 de marzo de 2007


lunes, marzo 19, 2007

La ofrenda de Angélica

(Óleo de Margarita Félix)
I

El coro de la parroquia es el lugar en el que Angélica nace, vive y muere, todo en una tarde. Fuera del coro es como si no existiera, como si fuera uno de esos fantasmas que según dicen andan por ahí, penando, asustando a los demás con sus cadenas; almas que ya no están en este mundo, pero que tampoco puede decirse que estén vivas. No se trata solamente del hecho de ser una niña (como se es un recluso que no sabe por cual delito lo han condenado) que dos horas, tres días de cada semana, se halla milagrosamente libre de ser ella misma; ni tampoco las alabanzas de su maestro (a quien ama con el secreto de lo que se sabe imposible) o la admiración de sus compañeras mayores, lo que hace que sean esos breves momentos en los que ella se permite existir. Es solamente la música, el grupo, el ritual de lo extraordinario; lo que -a su vez- no puede existir en ninguna otra parte.
En su vida fantasmal, Angélica se levanta de su catre mucho tiempo antes de que salga el sol. A veces, el murmullo de la lluvia no la deja dormir, pues aunque le agrada escucharlo sabe que dentro de poco tendrá que poner los pies descalzos sobre la tierra húmeda y fría para juntar la leña y prender el fuego del desayuno de sus hermanos. Ellos desayunan primero antes de irse a la escuela, porque como Angélica es mucho más útil en la casa que en la escuela solamente estudió hasta segundo año. Le han dicho, sin que ella acabe de creérselo, que los libros son una pérdida de tiempo cuando lo que se tiene es hambre, y con la madre enferma y el padre afuera todo el día en las obras, alguien tiene que ver por ella, por las dos gallinas, el perro y los hermanos. Angélica rara vez dice una palabra. No tiene necesidad. En su casa no le preguntan nada, y nada quieren sabe de ella; le piden cosas nada más; y ella asiente con la mirada triste, vacía, de alma en pena.

II

En la plaza del pequeño pueblo se encuentra el único hotel con agua corriente de la región, y en una de las tres mesas de su restaurante, debajo de unos portales, almuerza un hombre menudo de unos 45 años. Usa anteojos para leer un libro recién llegado por correo de la ciudad, y lentamente levanta la vista para encontrarse a otro hombre robusto y vestido de sacerdote frente a él. El sacerdote se sienta sin ser invitado. Tiene cara de pocos amigos, y de hecho tiene muy pocos; el mesero, que parecía adormilado unos minutos antes, se apresura a ponerle una cerveza en la mesa.
"Los niños cantan en las misas", dice el de los lentes, "y lo que se cobra se lo damos completo a usted, señor cura. Usted usa ese dinero en lo que le place, y nunca preguntamos nada. Los niños y las niñas del pueblo han aprendido mucho, se sienten bien; hasta parecen más contentos. No entiendo la razón de su enojo."
El cura del pueblo apura hasta la última gota de su cerveza antes de contestar.
"No estoy enojado, mi querido maestro; es más, ni siquiera estoy molesto. Puede decirse que hasta estoy divertido. Me divierte ver a alguien queriendo hacer crecer flores en el desierto. Honestamente, yo no sé qué es lo que se le perdió en este lugar tan apartado, pobre y olvidado, pero ultimadamente ese es su problema. Lo único que sé es que el Presidente Municipal es el que paga por que esté usted aquí, y por eso es el mismo Presidente Municipal el que los debe acomodar para sus dizque ensayos. En el coro de la parroquia ya no los quiero ver, ¿me entiende?"
"Pero señor cura, lo que pasa es que necesitamos el órgano que está ahí, en el coro, para ensayar."
"Eso no es cierto, maestro. ¿Qué pasa cuando se van a la huerta del convento a cantar mientras comen, juegan y holgazanean? Ahí ni las guitarras se llevan, cuantimenos el órgano. Ahí está mi punto."
"pero no toda la música se puede cantar así, padre -contestó el maestro sin alterarse en lo absoluto; más que la necedad del cura, a la que se iba acostumbrando poco a poco, le entristeció que se hubieran enfriado los chilaquiles cuando apenas los había probado. Entre más aprenden los niños -dijo- el instrumento se va haciendo más necesario."
El cura se queda un momento en silencio, rascándose distraídamente la barbilla. Está muy enojado desde el día en el que perdió el juicio del terreno.
Se trataba de una herencia que, a la muerte del regidor Gonzalo Paredes, se hizo en favor de la persona del señor cura en pago, según eso, de favores recibidos en vida del funcionario. Lo misterioso del caso fue que el regidor no tenía otros herederos en el mundo, y aunque don Gonzalo tenía muchos otros bienes que legar, solamente testó ese terreno, cercano a las huertas de la casa parroquial, sin que para ello mediara una particular amistad entre los dos hombres. Lo más sospechoso de todo, sin embargo, era que el supuesto testamento estaba fechado como de 5 años atrás, y solamente apareció con todo y copia en la notaría después de que el moribundo recibiera la extremaunción de manos de su mismo heredero.
Por supuesto que el municipio mandó todo a juicio. No estaba el horno para bollos en esos años, y tanto el Presidente como el cura se debían ya varios saludos como para resistir la tentación de cambiar algunos golpes reales. Era historia sabida hasta por los fuereños, y por eso el maestro de coro no se extraña de que el sacerdote le conteste:
"Pues dígale al presidente que les compre una pianola. Ya estuvo bueno de aprovecharse de mí y de mi iglesia. Además, eso de que nos paga cantando en las misas no significa nada. Es muy poco dinero; y los que pagan las misas las pagan lo mismo si hay coro que si no hay. Y ni modo de que vayan a casarse a otra parte. Ándele; vaya a ver si a su amigo le interesa tanto el coro como para tenerlo en el Palacio Municipal haciendo su ruido; y me voy, que hay gente esperando para confesarse."

III

Angélica comienza su impresionante transformación justo después de que le da de comer a sus hermanos y termina de recoger los excrementos de las cercanías. Nadie se lo pidió, porque en ese pueblo como en el resto del país los perros cagan sin que a nadie le preocupe lo que van dejando detrás, pero Angélica tiene tres semanas de salir los días de coro con una cubeta para poner en ella, tomándolos cuidadosamente con una bolsa de plástico, todos los mojones de perro que encuentra por ahí, en el camino que lleva al pueblo y en las malezas del monte. Es una cubeta grande, y ya casi está llena.
Todavía con el rostro inexpresivo de su no ser cotidiano, Angélica pone en orden las mantas de su madre y le acerca una jarra de plástico llena de agua; sale luego a paso rápido y toma el camino del pueblo. En ese momento comienza a sonreír.
En el pueblo, la niña que no es ya más un alma solitaria pasa por el cuarto del maestro de coro, quien invariablemente sale desde una hora antes a preparar el ensayo de ese día, y toma un baño refrescante en una de las pocas regaderas de la localidad. Angélica se pregunta cuantos viajes al aljibe le costaría llevar a casa el agua que usa solamente en ese baño, y el placer agridulce de la posibilidad la despierta mucho más que el delicioso líquido helado que corre por su cuerpo, y el jabón con el que se talla hasta la más insignificante costra de mugre de su piel. Al salir de la regadera, Angélica toma de la mesa, limpia y recién planchada, su ropa de cantar: una blusa blanca de algodón, falda dominical y un chal rojo de lana; regalos todos de su mentor, lo mismo que la diadema roja con la que se sujeta el pelo limpio y bien alisado. En menos de una hora la niña inexistente, sucia por hacer el trabajo de dos adultos, cansada y solitaria; se había transformado en la hija de un hombre principal, hermosa y fresca, de mirada resplandeciente ante el inminente gozo; mucho mejor aun sería decir que se había convertido en cantor.
Al salir del hotel para correr al coro de la parroquia, sin embargo, Angélica pasa por el comedor y se da cuenta de que su maestro no se ha ido todavía. Está sentado en la misma mesa en la que había comido. Triste, pensativo como una piedra."Seguramente el señor cura volvió a hablar con él," pensó la hermosa niña antes de ir a tomarlo de la mano para llevarlo al ensayo.

IV

La transformación física de Angélica palidece junto a su comportamiento durante el ensayo: sentada en la orilla de la silla, erguida y atenta, con la partitura justo entre sus ojos y las manos del director, capaz de leer música antes de haber aprendido el abc y, para completar la estampa, un lápiz con punta en el regazo, es el espejo de la mejor disciplina coral del mundo. También tiene una bonita voz, y canta con intenso y misterioso sentimiento un par de solos que la hacen muy feliz. Por esos breves momentos es capaz de escuchar su propia voz acariciando los rincones de la gran bóveda barroca, y entonces existe de nuevo, regresa al mundo de los que viven y pueden ser lo que más aman.
Por eso, un escalofrío la sacude cuando, al final del trabajo, el maestro les da la noticia esperada, sospechada durante las últimas semanas con angustia: el coro no iba a poder seguir ensayando en ese lugar, ni en el huerto tampoco, y mientras no consiguieran un acuerdo con el municipio, los ensayos iban a suspenderse.

V

Contrario a su propio ritual, Angélica no regresó al hotel a quitarse la ropa de cantar, sino que se fue a su casa directamente, a paso rápido y ansioso. Ni su padre ni sus hermanos estaban en casa, aunque de cualquier modo jamás hubiesen podido reconocer a su Angélica en esa preciosa y repeinada niña de la ciudad que se metió hasta el patio trasero, tomó una cubeta de caca de perro y sin siquiera coger un poco de aliento regresó al pueblo con la misma premura con la que había venido.
Frente a la casa del párroco, Angélica se detuvo. Levantó la cubeta llena de caca e iba a arrojar su contenido por una de las ventanas cuando un pensamiento la contuvo. "No con la ropa de cantar," pensó.
En lugar de arrojarla, Angélica puso la pesada cubeta frente a la puerta de la casa, un poco como había visto que los acólitos hacían con las ofrendas frente al altar, durante la misa, mientras el monitor decía cosas como: "este trigo representa el espíritu transformador del hombre que ahora te ofrecemos..."
"Esta cubeta de mierda -murmuró Angélica en el momento de soltar el asa secamente- representa mi vida a partir de hoy, que ahora te ofrezco, Señor."

VI

Angélica se fue, y se aseguró cuidadosamente de que no hubiera siquiera una mancha en su ropa de cantar, antes de depositarla por última vez sobre la mesa y regresar a su casa, para allá dejar de existir de nuevo.

A.S.
19 de marzo de 2007

domingo, marzo 11, 2007

Sugerencias para la preparación del repertorio

Documento escrito como material complementario para el curso "Interpretación de Lied", el cual se declarará clausurado el próximo martes a las 20:00 horas, después de una Liederabend ofrecido por los participantes, en la Sala Niños Cantores del Conservatorio de las Rosas de Morelia. Se publica para beneficio de todo artista interesado en mejorar su desempeño.
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Las siguientes sugerencias tienen un carácter general y pueden ser usadas en la preparación de todo género de repertorio, tanto vocal como instrumental. Están basadas estrictamente en la experiencia, y su efectividad se mide en relación directa con el empeño puesto en su aplicación. Aunque algunos preceptos están más enfocados a lo instrumental, y otros a lo vocal, no debe por ello suponerse que tanto una especialidad como la otra no pueden beneficiarse del conocimiento de todos ellos.

1.- Debemos acercarnos con humildad, orden y disciplina a las obras nuevas, sin importar su grado de dificultad. Sí nuestra actitud ante la música carece de uno o varios de esos principios, es probable que nuestra interpretación sea deficiente, nos tome mucho tiempo prepararla, o no podamos hacerlo en absoluto. La humildad nos permite apreciar las dificultades inherentes al estudio de las obras (aun las de facilidad aparente), obligándonos a ser cuidadosos en su preparación, y nos permite al mismo tiempo apreciar el potencial de piezas valiosas que de otro modo no despertarían nuestro interés. El orden, por otra parte, es indispensable para dominar las dificultades de una partitura y memorizarla a la perfección, sin pasar por alto ninguna indicación dejada por el compositor y sin invertir más tiempo del necesario. Con ello se abre el camino a la expresión de la personalidad del artista, lo que constituye la interpretación. Finalmente, la disciplina nos llevará a completar lo planeado en el tiempo y de la forma prevista, sin que los estados de ánimo, las distracciones o cualquier otra debilidad nos lo impidan.

2.- Un horario fijo de estudio es indispensable. Si bien podemos aprovechar cualquier momento para avanzar en la preparación de nuestro material, es muy importante apartar por lo menos tres horas diarias para este propósito, las cuales deberán ser respetadas a toda costa. Es recomendable asignar para el estudio las horas antes del medio día, cuando la mente está fresca y es más fácil concentrarse.

3.- La preparación del repertorio puede dividirse en dos etapas principales: la memorización y el dominio. A partir de esta última, el intérprete podrá despojarse de las preocupaciones técnicas y de memoria para concentrarse en el trabajo interpretativo. En la primera etapa el ejecutante deberá cantar o tocar los pasajes tan lentamente como sea necesario para su memorización, resolviendo problemas tales como la dicción, la afinación correcta, la digitación (en el caso de los pianistas), y el fraseo. En la segunda se deberá -por memoria- aumentar poco a poco la velocidad hasta el tiempo sugerido por el compositor, agregando los matices y demás sutilezas indicadas en el texto, el cual podrá consultarse cuando sea necesario para evitar descuido en los detalles observados desde la memorización. En suma, ambas etapas tienen por objetivo la memorización fiel de la partitura en todos sus detalles.

4.- Antes de memorizar una partitura es muy útil fijarse metas, tomando en cuenta la complejidad de aquella. Sugiero fraccionar la obra en unidades que puedan memorizarse en un día de trabajo, y esas a su vez en frases tan cortas que puedan memorizarse en cuestión de cinco a diez minutos, concentrándose totalmente en cada una y sin pasar a la siguiente hasta que no haya ninguna duda en la anterior. Hay que recordar que, en esta etapa, la velocidad no es lo importante, sino la permanencia clara y precisa de las notas y el texto correcto en nuestra mente. Al completar la memorización de cierto número de frases (las necesarias para constituir unidades musicales más grandes) conviene tocar todo lo aprendido lentamente pero sin detenerse, con la intención de hilar los fragmentos entre sí, y motivarnos a seguir adelante. Aunque la cantidad de material asignado para cada día puede ajustarse, la disciplina exige que respetemos el ritmo de trabajo determinado desde el principio, ajustando solamente cuando nos adelantemos a nuestras propias metas. Con esta mecánica se pueden memorizar obras de gran tamaño en muy poco tiempo, con un alto nivel de exactitud con respecto a la partitura y sin un esfuerzo extraordinario. Concentrarse en la memorización de una obra por demasiado tiempo es desmotivante e innecesario.

5.- En el caso de la música vocal, sugiero memorizar primero el texto por separado, luego la música solfeada, y finalmente unir ambos por memoria, cuidando en todo momento la correcta pronunciación y afinación. Este orden se aplica a cada uno de los fragmentos en los que hemos dividido la obra para su manejo. Si bien todo lo expuesto puede sonar complicado, una vez dominado el proceso éste rendirá los resultados prometidos.

6.- Una vez que se es capaz de cantar o tocar toda la obra de principio a fin, lentamente y sin detenerse, se puede comenzar, con la ayuda de un metrónomo, el ajuste gradual a los tiempos indicados en la partitura, poniendo especial atención en los matices, la articulación y el correcto fraseo. Solamente después de ello, la obra estará lista para ser llevada a clase.

*****

No obstante la disciplina y el cuidado puestos en la preparación de una obra, no se trata sino de la base sobre la cual descansa la interpretación. Es por medio de la cultura, a saber, el estudio de la literatura y las lenguas de otros pueblos, que el intérprete logrará construir su propia personalidad artística. ¿Qué será de un músico que solamente sabe de música? Su vida será triste, árida y mediocre, sin importar sus logros, que sin duda se deberán a todo menos a su arte. Alumnos: busquen el conocimiento con pasión y en todas las cosas. Por ningún motivo deben permanecer ajenos a las incontables riquezas de las letras y las demás ramas del saber si lo que buscan es hacer una carrera como artistas. Cultiven a diario su interés por la pintura, la escultura, la danza y las artes escénicas; solamente así podrán cumplir con el requisito básico para todo artista de -en palabras de Busoni- alimentar su vida a través del alma.

domingo, marzo 04, 2007

El tiempo se acaba y la mujer hermosa permanece


Hoy -5 de marzo- cumplo 37 años. Cuando estaba en la primaria, hacía mis cuentas y me sorprendía descubrir que en el año 2000 iba a cumplir la enorme cantidad de 30 años. El año 2000 me parecía entonces muy lejano, y sin embargo llegó y quedó atrás en un suspiro. Ahora me descubro viendo a los ancianos de cabezas blancas, cansados y enfermos algunos de ellos, y me digo, como lo hacía de niño con la marca simbólica de los treinta, que tal cosa se encuentra muy lejana todavía. Ahora pienso que no debo estar muy seguro. Ya no se trata de un año más, sino de un año menos.
La llegada de otro cinco de marzo estuvo precedida por una de esas giras de fin de semana en las que uno pasa viajando quince horas para tocar nada más tres en total, y pueden pasarse tres días sin dormir en una cama, o sin dormir en absoluto. Esas giras ponen mi mente a dar vueltas, apabullan mi imaginación con realidades que parecen venidas de la fantasía enferma de un desequilibrado. Y ello sucede porque los ritmos ocultos del viajero permiten que el imperio de la noche se extienda a la vigilia, junto con su poder para distorsionar, oscurecer y transfigurar con magia onírica hasta los hechos más ordinarios.
Comenzó el viernes a medio día con un viaje a Zamora, a la clausura de la feria de la fresa; si bien mis esperanzas se frustraron de golpe cuando me di cuenta de que no había fresas por ninguna parte. Quizá era demasiado tarde, o se las habían llevado ya todas. No importaba. De todos modos no hubiese tenido tiempo ni siquiera de comprar fresas, porque todo fue llegar al hotel a hospedarse, ir a ensayo, regresar al hotel a cambiarse, ir a actuar; correr a la terminal, enterarme de que no podía regresar a Morelia para tomar el autobús de primera para Aguascalientes; cambiar mi boleto por uno de tercera que salía de Zamora; correr al hotel y dormir tres horas; regresar a la terminal y encontrarme con que el perverso Georg me esperaba en el andén gélido, oscuro y completamente solitario. Estaba tranquilo, con una media sonrisa que revelaba sus dientes de oro y las cicatrices de sus labios, con sus músculos marcándose debajo de una incongruente guayabera blanca que de ningún modo temperaba su amenazante y peligrosa presencia. De no conocerlo, me dije, en estos momentos saldría corriendo, renunciando a la última oportunidad de llegar a tiempo a mi compromiso. Supuse que Doktor Faust lo había mandado para acompañarme y protegerme, y de verdad se lo agradezco.
Y es que, para empezar, el camión era un Flecha Amarilla, y conociendo su fama le dije al conductor -en tono sonriente- que se fuera despacito; pero me contestó, sumamente ofendido, que él no le preguntaba a los pasajeros a qué velocidad quería que manejara, y que iba a ir a la velocidad que al él le gustara más. Hubiera seguido así, de no haber subido Georg en ese instante preguntando si todo estaba bien. Se produjo un silencio conciliatorio, y entonces partimos.
Dormí poco, pues al amanecer me desperté de nuevo. Estábamos en Atotonilco, comenzando el cruce de esa región de valles áridos y silenciosos, de pueblos sin edad ni tiempo llamada los Altos de Jalisco. Mi perverso guardaespaldas estaba acostado en un asiento y dormía un sueño inquieto y agitado; desde Zamora un matrimonio de edad avanzada cargó en el camión miles de guitarritas de juguete multicolores, y como no cupieron en el maletero, muchos paquetes estaban por todas partes dentro de la cabina de los pasajeros, acentuando el carácter irreal de la escena. Georg se despertó cuando íbamos llegando a San Miguel el Alto, en donde se subieron varias jovencítas muy hermosas, vestidas con su mejor ropa; recién bañadas, sonrientes y felices. Miré a Georg, y con la mirada le pregunté si acaso aquellas criaturitas estaban vivas o eran habitantes del reino de los que ya no viven, convocadas por el gran poder que mi acompañante tiene para conjurar el inframundo; pero él dijo que estaban bien vivas, y sorprendidos ambos las seguimos con la vista hasta que se sentaron.
La hermosura de la mujer estuvo presente también en Aguascalientes, adonde llegamos pasadas las once de la mañana. Todos mis amigos llevaban hermosas acompañantes luciendo enormes escotes en el pecho y la espalda, y todos llevaban guayabera como el perverso Georg. Me sentí molesto por la ridícula situación de ser el único en la fiesta que llevaba traje y corbata, y aun más por el hecho de que la ropa, a causa de la bicicleta, me quedaba nadando y parecía -de hecho, lo era- cortada para una persona mucho más grande.
Toqué con entusiasmo, como siempre, y terminada mi actuación quise regresar a Morelia de inmediato. Imposible. Mis amigos insistieron en que debía quedarme al baile y tomar el autobús nocturno nuevamente, como si dormir sentado fuera la cosa más natural del mundo. Nos coartaron a pasar la tarde bebiendo, enmedio de figuras esbeltas, rotundas protuberancias y espaldas blancas y aterciopeladas que giraban constantemente a nuestro alrededor al ritmo de música salvaje y primitiva.
Desde un principio, Georg encontró a una preciosa mujer de vestido rojo y generoso escote, cuyo acompañante estaba demasiado distraído o asustado como para darse cuenta de que Georg bailaba cada vez más pegado a ella, desapareciendo juntos al anochecer en el inmenso jardín en penumbra. Yo, por otra parte, me hubiera quedado sentado de no ser por la mágica aparición de una damisela rubia encantadora, envuelta en ligeras volandas de flores, que me llevó a la pista y bailó para mí, como si se tratara de un íntimo deseo forjado en materia por un hado benéfico, mis canciones favoritas de los años de mi primera juventud. Yo no bailaba; solamente podía moverme al ritmo de la música, miraba sus ojos destellantes y plenos, arrebatado por la euforia, intoxicado por sus movimientos y su belleza.
No duró mucho sin embargo. La belleza se acaba, o mejor dicho, tu tiempo se acaba en tanto la belleza permanece en alguna otra parte, y minutos después me encontraba sentado de nuevo, saboreando alegremente el momento una y otra vez en mi memoria. Comenzó a hacer frío, y me levanté para buscar a Georg en la penumbra del enorme jardín. Su presencia siniestra era sensible en todas partes, pero la bella del vestido rojo (las gorditas siempre son agradecidas, diría un amigo mío) apareció desde el sur, trayendo con ella un delicioso aroma de flores. El perverso Georg la siguió lentamente unos minutos después, con la media sonrisa pintada en su faz. El regreso fue difícil. Mi cabeza estaba a punto de explotar, y en León e Irapuato el perverso Georg tuvo que darle una feroz golpiza a varios fantasmas de mi pasado que me asaltaron a traición, aprovechándose de mi debilidad: la debilidad de saber que en unas cuantas horas iba a estar un año más cerca de mi destino, y que el tiempo se acaba.
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.