Espero que cuando recibas esta carta no asome a tu pensamiento la idea estúpida de que la escribí porque te extraño. Hoy en día ya nadie escribe cartas como ésta; y a veces pienso que tampoco es muy común que se extrañe a personas como tú. Antes sí, porque las mujeres éramos más crédulas y fantasiosas. Creíamos que los canallas eran hombres buenos que habían sufrido demasiado, que lo único que piden a gritos un poco de comprensión y de cariño, y que por lo tanto es posible convertir a un canalla en un buen hombre, y a un buen hombre que se le puede conmover para que no se vaya. De todos modos ¿quién quiere verlos quedarse a la fuerza? Yo no creo esas idioteces. Un canalla es siempre un canalla, aunque tenga los ojos como los tuyos, o camine como tú lo haces. Solamente ahora me doy cuenta, muy tarde, de que eso no me importa.
¿Recuerdas esa nochebuena que plantaste la navidad pasada? Vivió. A pesar de que juraba que no eras capaz ni de trasplantar una nochebuena la tuya esta floreciendo de nuevo. Lo bueno (para ti) es que ahora no pasarás malos momentos conmigo y con mi familia en la cena de navidad.
Hace un año te molesto que mis primos hicieran comentarios a tus espaldas, sobre todo acerca de tu corbata. Supongo que no soportaban que un joven guapo y que no sólo era popular con los compañeros de clase, sino hasta con los maestros, usara corbata para la cena de navidad con su novia. ¡Tu novia! Yo.
Ahora no tendrán de quien burlarse, pero te repito que eso no me importa: he regado la nochebuena y la he podado solamente por la pena de que una flor tan bonita se muriera, no por otra cosa.
Ahora que lo pienso, nunca me diste una razón, o un pretexto para irte. Ninguna explicación. Simplemente desapareciste y ya. Quiero que sepas algo: aquella vez que nos peleamos, (sí, nos peleamos; por más que digas que yo era la que te había gritado en la cena, y que no te hablaba, ni te escuchaba) me fui a mi recámara para dejar que te fueras a tu casa a la hora que quisieras y buscaras tú solo la puerta. Es algo que hacía muy seguido. Siempre que lo merecías, pues. Subía y esperaba. Tú te ibas y al otro día me pedías perdón; yo te perdonaba y todos felices. Pero la última vez no te fuiste, sino que subiste a mi recámara pensando en que yo estaba dormida, y por supuesto que no lo estaba. Sólo a ti se te ocurre que hubiera podido dormirme. Te digo que estaba esperando a que te fueras para luego bajar y hacer otra cosa. O sea, hablar por teléfono, leer una revista o hacer cualquier otra cosa que me sacara de la cabeza las ganas de ir a buscarte y pedirte una disculpa. No porque en realidad tuviera que disculparme. Eso sería tanto como aceptar que tu tenías la razón; sino porque me sentía triste; y tú sabes qué hacer cuando me siento triste. Sabes qué decirme, aún después de que me voy a la recámara sin despedirme de ti.
El caso es que estaba acostada, con la luz apagada; así que me hice la dormida a ver qué pasaba. Pensé que ibas a despertarme para pedirme perdón. Ya no recuerdo la razón por la que te grité, pero debió ser grave, y esperaba que estuvieras arrepentido. No me pediste perdón, como yo esperaba; solamente te acercaste y me diste un beso en la mejilla. Muy largo. Juraba que estabas llorando. No pensé en otra cosa, sino en que me hubiera gustado en que ese mismo beso me lo dieras en la boca; así acostados como estábamos. Tan largo y tan dulce lo sentí sobre mi piel; aunque eso a lo mejor lo pensé hasta pasados los días; porque después de besarme te fuiste y no te he vuelto a ver.
Es curioso: ni siquiera se donde van a mandar esta carta. Podría buscar a tu mamá, porque seguramente ella sabe donde vives ahora. Ella podría leerla antes de dártela y eso no me gustaría. Quién sabe si querrá darme la dirección o entregarte la carta. Así es ella. Pienso que si a caso consiguiera hacértela llegar, la romperías sin leerla al saber de quien viene, así eres tú.
Nada de eso me interesa. Ojalá y no tuviera que escribir todo esto, pero no pude evitarlo. Se suponía que la carta era para no tener que oír tu voz por teléfono; hay unas cosas tuyas aquí y quiero que vengas por ellas. Ya no las quiero ver, y esconderlas no sirve. No son muchas, pero de todos modos quiero que vengas, para que hagas las cosas bien, aunque te cueste trabajo. ¡Ni siquiera sé porque me abandonaste! ¡Ni siquiera me llamaste, ni me dijiste nada! Pero olvídalo, has de cuenta que esto último no lo escribí, o que lo taché. No lo tacho obviamente porque la carta se vería fea, pero has de cuenta que lo hice. La carta con palabras bonitas, pues, esa ya no te la escribiré nunca, y de eso tú tienes la culpa. Tu fuerza, tu voluntad de hombre y tu tierna capacidad para sufrir.
Debo terminar. No pienses que te extraño. Ven por tus cosas, pero no lo hagas después de la noche de navidad, por favor… ni antes de ella.
10 de abril, 2003
1 comentario:
El de la carta estuvo buenísimo, ojalá pongas otros así, corto y divertido
saludos,
arturo
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