lunes, agosto 28, 2006

Oaxaca (primera parte)


Poco a poco fueron llegando los invitados a la reunión. Se trataba de pasar la tarde en el jardín de mi casa en Tarímbaro, un lugar en el que se puede disfrutar del aire puro de la Montaña de Chocolate y la cercanía de los campos de labranza más allá del río Pasto. Doktor Faust, el primero en hacer su aparición, tomó de mis manos la taza de café que le ofrecí, lo mismo que uno o dos bocadillos, y se fue a sentar debajo de la palapa, de espaldas al resto de los asientos, con la vista fija en la ya no tan lejana ciudad de Morelia. Sabía que era mejor dejarlo solo, pues el silencio es la mejor parte de su conversación. Puntual como siempre llegó el prof. Thinmar y después, como si hubieran viajado juntos, el padre Julián y su inseparable amigo, el Perverso Georg; Giannetta, Miluzc Furbazc, la bella Leopoldina y finalmente Jacobo, a quien llaman "el audaz".
Me sentía muy contento de poder verlos a todos de nuevo, después del profundo impacto emocional que la visita de Sylvia Plath al Gabinete había provocado. De hecho, lo primero que dijo el perverso Georg al saludarme fue que había comenzado a escribir su propio diario, noticia que me dejó atónito por unos momentos y que luego comuniqué a la concurrencia lleno de alegría, provocando una general aclamación. En respuesta, el perverso rostro de Georg solamente se contrajo en una siniestra sonrisa, dejando para después el ajustar cuentas conmigo a causa de mi indiscreción.
Después de los saludos y la distribución de café y bebidas, los asistentes a la reunión se enfrascaron conmigo en una discusión en cuanto a si las entregas del Gabinete debían escribirse en inglés o en español. Fue una discusión bastante confusa como para reproducirla por entero, pues en lo único en lo que todos estaban de acuerdo era en que transcribir los dichos de Thinmar en inglés, los de Giannetta en italiano, los de Georg en alemán y los míos en español dificultaba la lectura, era algo sumamente confuso, innecesario, y en general bastante mamón. Entonces propuse que, si había que escribir todo en solo idioma, fuera éste el castellano, por ser mi lengua materna de la cual me siento orgulloso y a la que amo; pero Thinmar se opuso a mi deseo, diciendo que no correspondía a la pluralidad de naciones y culturas representada en las reuniones el que se dirigiera su contenido a los hispanohablantes exclusivamente, cuando se tenía a la mano un idioma universal -para fines prácticos- que cualquier persona educada en cualquier parte del mundo podía entender. Fue más allá: "los Estados Unidos -dijo Thinmar- son el equivalente a la cultura romana de la antigüedad. Diría que somos sin más ni más los romanos del presente; si bien los territorios controlados por nuestros gobernadores y ocupados por nuestros centuriones se hallan diseminados por todo el globo, y no se limitan a Europa y Asia. De cualquier modo, no es la presencia militar lo que importa a nuestra discusión, sino la penetración cultural. Durante toda la antigüedad, y hasta hace un par de siglos, todo aquél que no hablase latín era considerado un bárbaro, y si se deseaba que un documento fuese leído por alguien ajeno al propio reino o nación debía ser escrito en esa lengua. Lo mismo sucede ahora tratándose del inglés. Puede gustarte o no, pero así es, y..."
"El Petrarca y Dante escribían en latín algunas cosas -interrumpió Giannetta- pero sus obras maestras las escribieron en italiano".
"¡Rebeldes!" Contestó el republicano un tanto contrariado por la interrupción, y luego continuó: "Los tiempos se inclinan ahora, mucho mas que antes, hacia la cultura global; y la tecnología permite que nuestro blog sea leído -el día mismo de su publicación- en Estambúl (tenemos un lector en Turquía, por si no lo saben) y en Morelia, o en cualquier otra parte del mundo".
El argumento de Thinmar era de peso, y sin embargo no me dejaba convencido en absoluto. Furbazc se levantó a por hielo, y dijo: "preguntémosle a los lectores. Son muy pocos todavía, y quizá sea una forma de motivarlos para que escriban lo que piensan, más allá de los amables saludos con los que nos animan a seguir adelante".
Palabras más o menos, aquella era la opinión más aceptada, y el tema hubiese podido seguirse discutiendo si no se hubiese escuchado la voz ronca y cansada de Doktor Faust, quien dijo: "Oaxaca". Y después de un breve silencio: "no estaría mal que hablaran de lo que está pasando en Oaxaca".
Doktor Faust sabe que yo soy Oaxaqueño, y en no pocas ocasiones me ha pedido que lo acompañe en algunas de las muchas noches en las que el insomnio lo mantiene despierto, para hablarle de mi tierra; de sus costumbres milenarias, de sus ciudades maravillosas y su comida deliciosa. Le he contado de mi familia, de mi casa frente al viejo cementerio del Marquesado, de mis viajes a pie por sus caminos resecos, por sus pueblos olvidados, y de la nostalgia desgarradora por regresar algún día. No obstante, todo sentimiento cede su lugar al coraje y a la ira ante la barbarie, el abuso y la muerte, que ahora campea por sus calles groseramente, y no en la forma dulce y habitual de mis antepasados muertos, que me reciben con amor a cada una de mis llegadas. La muerte viaja ahora en camionetas pick-up, en la presencia salvaje de los asesinos pagados por quien carece del valor para dar la cara, para sostener con su nombre la privada tiranía de los privilegiados.
Giannetta dijo entonces: “la culpa de todo la tienen los maestros. Es lo mismo que está pasando en la pobre Ciudad de México, que se encuentra como cuando las huestes de Atila entraron en Roma. Semejante desastre no lo había yo visto jamás en esa avenida tan bonita que hizo su majestad el Emperador. No me extraña que sea el objeto del odio de toda esa pobre borregada de muertos de hambre. Lo que debería de hacer esa gente es ponerse a trabajar. Sobre todo los maestros, que por su culpa el país está tan atrasado. ¡Mírelos! Nunca trabajan. Se la pasan en puentes, asambleas y paros. Y ahora sí que enloquecieron tomando estaciones de radio en Oaxaca, ¡e impidiendo que se realizara la Guelaguetza! ¡Qué imagen es la que se da a los turistas del extranjero con semejantes abusos!”
Todos sonreímos, conteniendo a duras penas las ganas de reír abiertamente. Esa era una de las razones por las que Doktor Faust la invitaba a las reuniones, es decir, para escuchar lo que una lectora asidua del equivalente italiano del “Hola!” tiene que decir sobre el tema político.
“El problema no es tan sencillo”, dijo Jacobo el audaz, sin mostrar menosprecio alguno por la opinión de Giannetta. “El conflicto magisterial es solamente uno de los muchos síntomas preocupantes de lo poco que realmente le importa al estado y a los poderes reales que gobiernan el país la educación de los ciudadanos. Como bien lo dice el profesor, entre más educado está un pueblo en explotación, más cara resulta la mano de obra. No solamente en términos económicos, sino también políticos. Honestamente, los sueldos que ganan los maestros parecen hechos a propósito para provocar conflictos que lesionen el proceso educativo. El porcentaje del PIB dedicado a la educación es deliberadamente y ridículamente bajo en relación a las necesidades del país y a lo que en otros países dedican los gobiernos al mismo rubro. ¿Harían un mejor trabajo los maestros si estuvieran bien pagados? Es un tema de debate. De lo que estoy seguro es que en Oaxaca, el hartazgo popular -y no solamente el de los maestros- en contra del dizque gobernador Ruiz es completamente justificado; y eso quedó claro desde los primeros días de su dizque gobierno, cuando comenzó por destruir el otrora hermoso zócalo de la ciudad, en lo que llamó un “plan de remozamiento urbano”; hecho a la carrera, sin permiso del INAH y en contra de la opinión pública. Ese fue el primero de una cadena de incontables atropellos de todo tipo que siguen hasta este momento, y seguirán mientras ese hombre siga en el poder. ¿Qué debe haber hecho Ulises Ruiz para merecer el odio de su pueblo en un estado acostumbrado a la miseria y a los gobernadores corruptos a más no poder? Esa pregunta debería bastar para poner las cosas en perspectiva”.
(Continuará)

domingo, agosto 20, 2006

Mangue

¿Cómo podría escribir sobre la hermosa bendición que Mangue representa en mi vida sin perder de vista su tremenda fuerza y la violencia de su alma?
Mangue es un filosofo, porque vive feliz y sabe lo que otras personas deben hacer para ser felices; sin embargo Mangue ha tenido que matar seres humanos y por lo tanto tuvo que huir durante un tiempo de la justicia como consecuencia de sus actos. Esa es una parte de la vida de Mangue difícil de comprender.

Conocí a Mangue siendo yo un niño. Supongo que esa era la única forma de que pudiéramos conocernos, porque de otro modo hubiera tenido mucho miedo y no hubiera confiado en él. Fue durante un día de vacaciones en la playa que me topé con ese hombre extraño, feo y picado de viruela; que sin embargo miraba con infinita dulzura desde sus ojos amarillos y cansados. Mulato, casi negro; con el pelo escaso ensortijado y la apariencia de un viejo y flaco animal prehistórico, Mangue se sentaba durante horas a contemplar el mar inmenso y solitario en una playa –mi playa- que hoy no existe ya.

Cuando era niño todas las cosas que veía me parecían antiguas y todos los hombres ancianos de cientos de años. En el puerto cada esquina contaba una historia y la playa olía como los barcos veleros y sus piratas muertos. Junto al pequeño muelle abandonado un buzo leía, eternamente tumbado sobre una roca calcinada por el sol.

Mangue me contó una vez que el tesoro de Barbarroja se encontraba enterrado en la misma cuadra en la que estaba mi casa, y que no era difícil que, si me ponía a cavar junto a la fuente del traspatio, diera con los cofres llenos con el oro y las joyas de la reina. Por supuesto que no intenté jamás tal cosa, pues hubiera implicado hacer un lado las jaulas de los gallos, y eso iba más allá de lo que yo podía conseguir, tesoro o no.

Veo a Mangue en su silla, bajo su palapa, tomando cerveza; con su filipina mugrosa que usaba siempre abierta, dejando entrever su torso arruinado, que hablaba de tiempos mucho mejores arrojando las redes y dando batalla en las cantinas ganando siempre. Hablaba con la entonación y la pausa que seguramente distinguieron a los cantores de hazañas de la antigüedad, y aun cuando a veces estaba tan bebido como para no poder levantarse de su silla, jamás perdió la capacidad de hablar sensatamente y yendo al grano.

Así me contó del barco lleno de contrabando que hundieron en medio de la bahía, de las misas por los marinos muertos, que nunca eran de cuerpo presente y de las cosas extrañas y maravillosas que aparecían en las redes al amanecer. Me habló mucho de una de ellas, que lo habría de marcar por el resto de su vida. Se trataba de un relicario en forma de corazón hallado por casualidad en el estómago de un mero enorme que pescó una noche de relámpagos silenciosos y calor sofocante. Era pequeño, de oro; y a la luz del faro descubrió que conservaba intacto el retrato de una joven morena de cabellos largo y sedoso; increíblemente bella, con una sonrisa suave y peligrosa desmentida un tanto por la serenidad de los ojos almendrados.

Mangue durmió esa noche en la barcaza. El cielo se había despejado en la madrugada y Mangue despertó para ver las últimas estrellas girar sobre su dicha. Pensaba que saber que una mujer como la del relicario existía o había existido era razón para sentirse extremadamente feliz o extremadamente miserable, sin poder decidir sobre cual emoción sentir primero.

Nunca había visto en persona a Isabel (ese era el nombre que Mangue le dio a la mujer de la foto) pero sabía muchas cosas de ella y recuerdo que me las dijo durante una de nuestras largas conversaciones bajo la palapa, en donde esperábamos que el sol se pusiera más allá de mi playa desierta. Él tomaba cerveza y yo lo escuchaba sentado en una silla de madera, complaciéndome en hacer surcos en la arena con mis pies desnudos. Aparte de que su nombre era Isabel, Mangue sabía que la joven del relicario era soltera; había tenido un novio, pero ya no lo tenía; y esto lo sabía porque había sucedido una de dos cosas: o el novio, herido de un despecho o presa de una pasión infiel, había arrojado el relicario por la borda de algún barco, dando a entender que sus sentimientos estaban en otra parte, o bien había naufragado y el mero había robado a su cadáver la joya.

Isabel era (sobra decirlo) católica y muy devota. No obstante, Mangue sabía que esa devoción era la forma que usaba para disimular ansiedades comunes en las jóvenes, pero que a ella le parecían peligrosas, indómitas e inconfesables. Le gustaban también los atardeceres y las flores, las noches de feria y los paseos por la playa. Mangue no estaba muy seguro de que Isabel sentiría por él el mismo violento amor que le profesaba. Esas cosas son difíciles de saber. No obstante, creía poder conquistarla para casarse con ella.

Mangue se había enamorado.

“¿Y si murió?” El retrato parecía un poco viejo, y la posibilidad de que ella se hubiera hundido en el mismo barco que su novio existía. Sin embargo, la duda en cuanto a eso le ofendió sobremanera y ni siquiera se ofreció a considerarla, sentía su vida y su melancolía palpitar en este mundo, y en ningún otro.

“La voy a encontrar”. Me dijo un día en el que me llevó a caminar por el barrio antiguo del puerto. “La voy a encontrar y por ella voy a dejar de beber. Me voy a reformar y me voy a poner a trabajar”.

La última vez que vi a Mangue no nos dijimos nada fuera de lo común, ni tampoco hicimos nada especial porque afortunadamente ninguno de los dos sabía que no nos íbamos a volver a ver. Mis padres y mi tía me habían dicho que no lo frecuentara tanto, que lo mejor era que buscara amistades de mi edad y todo eso. Lo hice a fin de cuentas, pero no porque yo así lo quisiera, sino porque un día hubo una trifulca en la playa de los pescadores. Nadie supo bien a bien cual fue el motivo de la riña, pero sobre la arena quedaron los cuerpos de dos pescadores muertos a machetazos y Mangue no volvió a sentarse bajo su palapa nunca más.

Crecí, me fortalecí; regresé a la capital, me casé y pronto tuve un pequeño hijo. Durante esos años regresé un par de veces, solamente para ver morir mi playa y muchas otras cosas y personas. Yo mismo había cambiado, y el niño incansable que pasaba días enteros nadando en el mar se había ido, dejando en su lugar a un adulto un tanto cansado, que a sus treinta se limitaba a contemplarlo solamente. Después de que nació mi hijo fui una vez más con la idea de encontrar para él una playa nueva que le hiciera feliz, y al mismo tiempo revisar los estragos que el tiempo hacía en mi gente.

Uno de esos días estábamos mi prima y yo sentados en la sala de la casa. De repente, ella se levantó y fue a traer de su recámara un sobre de correo aéreo. “Te llegó hace como un año”, me dijo “y no supe qué hacer con él; como no sabía si ibas a regresar pronto lo guardé hasta ahora. No tiene estampillas ni dirección así que debieron haberlo traído en persona”.

Tomé el sobre; tenía escrito mi nombre con letra pequeña y elegante. Desde un principio supe que lo había mandado Mangue, pero como él no sabía escribir alguien más debió haber puesto mi nombre. Adentro encontré una fotografía en colores brillantes en la que estaba retratada una pareja de hermosos ancianos. Uno de ellos era Mangue; ciertamente más viejo que cuando lo conocí, pero con un semblante resplandeciente que le daba a toda su persona fuerza, felicidad y vigor. La condición desahogada de la pareja era evidente en varios detalles de la fotografía, como la buena ropa que ambos llevaban, el vecindario agradable en el que había sido tomada y cosas así. Tardé en reconocer a la mujer. Aún a esa edad era hermosa y elegante. No miraba hacía la cámara, sino que contemplaba a Mangue tomándolo de la mano, con un destello de amor y orgullo en sus bellos ojos almendrados.

Salí al balcón. Estaba algo nublado y la suave brisa del atardecer mecía las palmeras a lo lejos mientras yo lloraba de alegría y nostalgia por Mangue. Abajo, recargada en el tronco de un mango vi la pala que se usaba en las faenas del jardín y tuve una revelación. Cuando bajaba las escaleras mi prima me preguntó hacia dónde iba.

“Voy al traspatio” dije, tomando la pala en mis manos, “a desenterrar el tesoro de Barbarroja”.
(Juan Antonio Santoyo, 1998)






domingo, agosto 13, 2006

The Real Powers

It is of the utmost importance that we first understand the nature of the present political confrontation, this sad split-up of the country between a conservative (that means, cardboard Catholics to whom money is the most important value, and they middle class gullible followers) right, and a more people-oriented, but not quite so, left wing (as they call themselves), before Mexicans go on insulting and abusing each other, thinking that the candidate they voted for was, or is going to make a real difference. Perhaps we should start -precisely- by saying that there is almost no relation between the goals that each party claims will be pursuing, given the case they assume "power", and what they will be really capable of doing in such a case. The truth be said, that's not their fault.
Global economy's rules cannot be defied or challenged, not at least without the risk of cuban-like poverty and isolation. Those rules states that third world countries are supposed to remain third world countries, but their economy has to work properly, so the cash flow -in the form of commercial deficit and loan interest- can proceed uninterrupted, safe from crashes and out-of-control inflation scenarios. To make sure that the economy of those (in this subtle way exploited) third world countries does not deviate from its proper course is the mission of the REAL powers operating on each one of them; namely, the bank owners, the heavy stockholders and the international investors; whose in turn are handsomely paid -by the very people they farm, through the so called congress and government- with insolent revenue privileges and cheap handwork. Not to mention the opportunity they have, from time to time, to promote general corruption in order to increase their own wealth, as with the sledge hammer frauds called FOBAPROA and IPAB.
So, for any politician would be all but impossible to change those sinister dynamics and, at the same time, keep the illustrated slavery (managers, office workers) and the slaves themselves well fed. Besides, they are in love with the belief that they are doing something valuable and important with the "work" they do for the remote Empire, and taking that away from them without resistance is almost as difficult as to deviate unharmed from the rules of global economics.
That's the reason why there was no change at all in year 2000, and that's the reason why Calderón "won" the election in 2006, so things can go smoothly forward in the BIG interest of México.
The sad part of the story is that, had AMLO won, the "change" would have no better chances that with Calderón. But perhaps with him is lost the opportunity to create a small gap in the system, trough which begin the formation of a new force, an opposite thrust to the hitherto unchallenged work-and-be-fed third world scheme; a truly national movement focused on a real education system, capable of raising politically intelligent citizens, and not robots useful only to do business in offices, or work in factories; that know how to read but don't care to do so. Sadly, we will never know.

(Prof. Thinmar)

And I feel like puking my guts off when the professor talks about that shit!
(Perverse Georg)

domingo, agosto 06, 2006

Atesorar la memoria (segunda parte)

Era cierto. La presencia de la poetisa me había hecho olvidar que estaba a cargo de una parte importante de la velada, y las gargantas secas de los presentes me reclamaban el cumplimiento de mi obligación. En realidad había sido yo el que pidió el honor de seleccionar la bebida, pues como ya lo he dicho la ocasión me pareció magna y digna de ser celebrada. Por esa razón, antes de llegar al gabinete pasé por la calle de Reloj Tuerto para comprar un vino adecuado, y afortunadamente encontré lo que buscaba. La calle de Reloj Tuerto no se encuentra en ninguno de los mapas de este mundo. Para encontrarla hay que pasar a la esfera en la que viven los muertos, y para eso hay que estar muerto, por lo menos en parte, como yo. En esa calle se puede comprar casi cualquier cosa que haya existido, siempre y cuando se tenga el motivo para hacerlo. Ya después explicaré con calma la mecánica precisa de ese asunto particular, y me baste decir ahora que conseguí cuatro botellas de a tres cuartos de litro cada una de vino tinto Undurraga, Pinot, cosecha 93. Es un vino que ya no se consigue en la tierra. Es delicioso y embriagador, y me trae buenos, muy buenos recuerdos. A fin de cuentas esa fue la moneda que me permitió comprarlo, y lleno de satisfacción lo serví a la concurrencia, la cual aprobó mi elección. En las mesitas ya estaba el pan, el queso y algunas delicias peninsulares traídas por Furbazc a su paso por España. Sylvia no bebió, aunque sí probó los bocadillos en tanto escuchaba las palabras del espía, que retomaba su discurso.
"Nuestro amigo Antonio, a juzgar por lo que nos ha contado en ocasiones anteriores, está enamorado de usted, y no tanto de su poesía, aunque es claro que la aprecia en lo que vale y le conmueve. Se abisma en cambio en la lectura de sus diarios, de sus cartas, como si la verdadera poesía estuviese en cada uno de los días que usted pasó en la tierra, y en la forma en la que los ha narrado. Ciertamente, su obra no se entiende a cabalidad si no se conoce su vida o, mejor dicho, cada poema cobra un nuevo sentido al conocer la experiencia que lo inspiró. Con usted, Sylvia, no hay poesía que no brote del suceso, del sufrimiento de cada día magnificado, como en un microscopio, por la sensibilidad y poder creativo de la artista, toda su obra se encuentra apostillada por página tras página de diarios bellamente escritos, meticulosamente narrados por la pura necesidad de ser precisa en la emoción; porque la emoción es color, es olor, es la suavidad o aspereza de las cosas que se tocan, de las palabras que se escuchan o se leen. Y dos personas no pueden sentir nunca la misma cosa de la misma forma. Es eso de lo que la verdadera creación se trata. La imaginación se aplica a lo que se vive, y de la mano del genio aparece la obra de arte única, inimitable".
"Pero, si realmente es como dices, ¿Cómo es entonces que los poemas de Sylvia tocan en mi corazón fibras tan sensibles, si es que no conozco su vida como la conoce maese Juan Antonio, o como parece conocerla usted, mi querido Miluzc?" Observó el profesor Thinmar genuinamente intrigado.
"Eso sucede porque a todos nos rodea el mismo mundo, y entre nosotros compartimos muchas experiencias comunes, y el poeta nos ayuda a ver cosas existentes en dichas experiencias que la mayoría de nosotros no puede ver. Sin la ayuda de la poesía la mitad del mundo permanecería irremisiblemente oculta a nuestros ojos. Es por eso que los poetas son tan necesarios, porque sin ellos no podríamos ver esa otras mitad de la creación que reposa en espera de ser interpretada".
"Sigo sin entender -insistió Thinmar no sin cierto fingimiento, pues le encantaba escuchar a Furbazc una vez que lograba hacerlo hablar- ¿cual es esa mitad del mundo a la se refiere? ¿O es que acaso necesita la ayuda de la poesía para explicar eso también?
"Por supuesto, porque las cosas ocultas también necesitan de un lenguaje oculto. Pero ese lenguaje secreto, que está más allá del lenguaje común, es el dominio exclusivo del poeta. ¿Y saben cuál es la verdadera maravilla de esa forma de comunicar lo oculto, lo realmente importante? Pues que para ello se usan las mismas palabras de todos los días: flor, cama, cielo y tierra, por ejemplo; solamente que -dichas por el poeta- esas palabras no se refieren a una flor, a una cama, al cielo o a la tierra; sino a otra cosa. Eso es lo que quiero decir cuando hablo de que la mitad del cosmos, la mitad esencial, la más sutil, y aquella en donde se encuentra el camino por el que podremos algún día regresar al lugar del que venimos; que por supuesto no es éste, necesita ser revelada por la poesía. Es por eso que no podemos prescindir de Sylvia Plath, ni de nadie que haya podido asomarse, siquiera por un momento, a ese mundo que nos fue robado el día de la caída, en el cual uno no envejece, porque el tiempo no significa nada”.
Todos callamos por un momento. Tratábamos de digerir las palabras dichas por Miluzc Furbazc sin que nadie supiera de dónde las había sacado. Usualmente es un hombre callado, como a su oficio es lo adecuado, y sin embargo sabíamos que de vez en cuando podía decir cosas dignas de ser meditadas. En una esquina del gabinete el profesor Thinmar le susurraba a Sylvia la traducción de lo que el espía acababa de decir.
"Dear friend -repuso ella- with me, the present is forever and forever is always shifting, flowing, melting". Sylvia Plath caminó unos pasos hasta el centro de la habitación y continuó.
"This second is life. And when it is gone it is dead. But you can't start over with each new second. You have to judge by what is dead. It's like quicksand ... hopeless from the start. A story, a picture, can renew sensation a little, but not enough, not enough. Nothing is real except the present, and already, I feel the weight of centuries smothering me..."
Esas palabras. Esas palabras no eran nuevas para mí, estaba seguro de haberlas escuchado antes en otra parte, y miré a nuestra invitada para decirle con la mirada, con una sonrisa, que había entendido. "It's your journal, right?" Le pregunté en silencio, convencido de que se trataba de una página del diario que escribió cuando tenía unos 18 años, y que de hecho se trataba de uno de mis pasajes favoritos. Siempre me había preguntado cómo una joven de esa edad podía tener semejante profundidad en su juicio, y tanta poesía en sus palabras. Ahí estaba, frente a mí, dándome a entender que solamente era cuestión de decir la verdad, venciendo todo lo que a ello se opusiera. Sylvia siguió entonces con aquella parte de su registro que más me conmueve, que es una lección de vida y que nunca he podido olvidar desde que la leí por primera vez. Dijo:
"Some girl a hundred years ago once lived as I do. And she is dead. I am the present, but I know I, too, will pass. The high moment, the burning flash, come and are gone, continuous quicksand. And I don't want to die."
"Some things are hard to write about."
Digo. Thinmar sonríe, y dice a los circunstantes:
"Creo que una buena manera de terminar esta velada y rendir homenaje a nuestra invitada sería pensar seriamente en conseguir un cuaderno y ponernos a escribir. Quiero decir, los que aun tenemos tiempo y oportunidad de hacerlo, pues una vez que abandonemos la vida mortal no seremos recordados sino por aquellos escritos que dejemos detrás. De otro modo, nuestros hechos se desvanecerán en las generaciones. No debemos hacerlo solamente por nosotros, sino por aquellos que han de vivir después de nosotros y nos buscarán en las profundidades del tiempo. Ahí está maese Juan Antonio, quien llevará nuestras palabras a quienes quieran escucharlas por un medio parecido al diario, y en realidad el medio no importa tanto, sino que nunca olvidemos que cada día, cada momento de nuestras vidas es único e irrepetible, y que nuestras palabras permanezcan, para así poder al fin perder el miedo a morir".
Otro silencio, y la voz del perverso Georg que dice "¡Brindo por eso, y por los muertos!
Así termino la velada, no sin que antes le pidiera a Sylvia su autógrafo en el ejemplar que tengo de sus diarios y que llevaba preparado para la ocasión. Ella, graciosamente, aceptó; aunque lamento no poder publicar lo que me escribió, y prefiero guardarlo para mí.

miércoles, agosto 02, 2006

Navegante del Tiempo / diario de a bordo

Es difícil navegar por el tiempo, pero es más difícil hacerlo a solas. Escuchen y escriban. A veces no hay otra manera. Los peligros a que se enfrenta el navegante que despierta, digamos, en el Renacimiento no son para compartirlos con nadie: la confusión, el miedo y el peligro de no poder regresar son los más notorios, si bien las recompensas son maravillosas. Hoy estaba a la mitad de una función en el teatro "El Globo" (estaban actuando "Much ado about nothing") cuando tuve que regresar de inmediato al escuchar las sonoras quejas de los capitalinos, cortados por un repéntino muro de Berlín que hace que lleguen tarde a la oficina, y les regala un pretexto para pasar menos tiempo en sus aburridos trabajos. ¿Que se comenta en el gabinete sobre cosas como esas? Miluzc Furbazc hizo un comentario que me llamó la atención: "Dénme barricadas, para que el enemigo sienta la fuerza de mi determinación, pero al amigo permitidle el paso, dadle la oportunidad de alimentarme con comida y palabras, para fortalecer mi brazo y el suyo".
Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.