domingo, abril 22, 2007

Diario de La Habana (primera de cuatro partes)


Lunes 2 de abril, 2007.

Creo que pocas veces me han pasado tantas cosas extrañas, y me he enfrentado con tantos contratiempos antes de emprender un viaje. No solamente me refiero a lo difícil que resultó conseguir un pasaporte, pues lo conseguí a tiempo después de inútiles madrugadas en la calle y filas interminables, merced al favor y las influencias del mtro. Jesús Carreño. Sino también a los depósitos incompletos de mi salario, al viaje de Litzia y los niños a México, al robo de mi cartera con todo mi dinero y mis tarjetas (en el metro) y al cambio de horario, que casi me echa por tierra el ensayo de ayer con la señora Serúr, única oportunidad de recapitalizarme de nuevo. Amén de cantidad de pequeños contratiempos que mencionar aquí resultaría aburrido y repetitivo.
Ya estoy en el avión, junto a la ventanilla, observando mientras escribo el paisaje nublado y tormentoso que pasa por debajo. Por poco nos quedamos en tierra, debido a que -fraude usual de semana santa- el vuelo estaba sobrevendido. Veremos qué pasa en Cancún, en donde vamos a hacer escala en unos minutos antes de seguir a La Habana.
Lo que ahora siento, aparte de la nostalgia por mi hogar y mi familia, es una tremenda curiosidad que no sentí, por ejemplo, cuando viajaba a Europa. Aquella vez había estudiado tanto y había visto tantas fotografías y películas, que tenía una idea bien clara de lo que iba a encontrar.
En este caso no es así. Estoy ante mi primera y última oportunidad en mucho tiempo de visitar un estado totalitario, o lo más parecido a eso dentro del repertorio de gobiernos del pasado que aun sobreviven; y cuando digo "del pasado" me refiero a los que ya existían al tiempo de la caída del muro de Berlín. Ese momento de la historia cambió muchas cosas alrededor del mundo, menos la forma en la que Cuba funciona, o los funcionarios que la gobiernan. Me parece que hasta la forma en la que la gente piensa es la misma que hace 50 años.
Pero no puedo estar seguro. En lo que concierne a los mexicanos (y quizá al resto del mundo) es muy difícil permanecer políticamente indiferente con respecto a Cuba y a su gobierno. Mientras unos lo apoyan sin reservas, otros lo odian a muerte, y tanto unos como otros se han encargado de distorsionar la realidad hasta hacer de la isla un país hermético y misterioso, difícil de descifrar hasta para quienes tienen la oportunidad de visitarlo. ¿Cómo es Cuba realmente? Me pregunto una y otra vez, con curiosidad que se intensifica por momentos. ¿Es cierto que no hay de comer si no eres un turista; que se puede comprar el amor de una mujer con un par de medias; que los coches tienen la edad de la revolución y que no hay un cubano que no sepa leer? ¿Podré, desde mi posición, despejar esos y los cientos de mitos que traban mi pensamiento al escuchar el nombre de ese país tan cercano y a la vez tan lejano de mi patria?
No dejo de pensar en el Presidente Madero, en su martirio, y en el ministro de Cuba, Manuel Márquez Sterling, la última persona que lo vio vivo aparte de sus asesinos. Mis lecturas sobre Fidel y el Che, que me hicieron admirar sin reservas la revolución cubana, me acompañan también. Por otra parte, el hecho de que los exiliados cubanos lleguen a México en general, y a Morelia en particular, con ínfulas de conquistadores, me predispone en su contra. ¿Es eso suficiente para hacer un juicio justo de lo que voy a ver? Pero ahora pienso: ¿Es que es necesario enjuiciarlos? ¿No tiene acaso mi pueblo, y mi funesto gobierno de derechas, razones de sobra para recibir un trato semejante de un extranjero?
Hemos comenzado el descenso a Cancún.

La Habana, martes 3 de abril de 2007.

"Si es bueno para los alemanes, entonces es bueno para mí," pensé frente a mi plato de albóndigas terriblemente industrializadas; una de las cosas que, según las advertencias que recibí en México, no debo comer aquí. No obstante, los teutones se sirven sin precaución ninguna de las mismas fuentes que nosotros, y considero que son un excelente grupo de control en tanto ellos desayunen primero. Aparte, el desayuno buffet es sabroso; no tan variado como en casa, ciertamente, pero mucho más de lo que esperaba.
El hotel es confortable, también. Rodeado de un paisaje urbano en el que el tiempo se ha detenido desde los años cincuenta, confirma la noticia de que esta ciudad es una cápsula de conservación que me obsequia la oportunidad de imaginarme parte de otra generación con suma facilidad. Tanta, que me distraigo continuamente en las fantasías nostálgicas de mi corazón, transformando inclusive la realidad que me espera en México hasta hacerla irreconocible. Probablemente sea eso lo que para mí significa estar de vacaciones.
Más o menos como a las diez nos fuimos al palacio de las Convenciones, un complejo anexo al hotel Palco; lugar moderno en comparación a sus alrededores, con grandes ventanales y aire acondicionado, que ilustra en tamaño y equipamiento el gran gusto de los cubanos por las grandes asambleas. En el Palacio de las Convenciones se van a impartir los cursos del festival América Cantat, una reunión de coros que se efectúa cada dos o tres años en lugares diferentes del mundo, y a la que asisten grupos de formatos diversos, tanto amateurs como profesionales, predominando estos últimos. En lo personal, pensé que un viaje a Cuba ameritaba estudiar una especialidad local, y me inscribí al curso "Música Cubana I; obras de Conrado Monier", a cargo de Alina Orraca, la directora de uno de los coros asistentes considerados importantes, la Schola Cantorum Coralina.
Los cursos terminaban a la una, y fue más o menos a esa hora que J. y yo comenzamos a padecer por lo mal organizado que estaba todo.
Resulta que, a pesar de que nosotros avisamos que íbamos a llegar tarde al festival (había comenzado el viernes pasado, y era martes), con manifiesto dolo o torpeza nos programaron nuestros dos conciertos en sábado y domingo. Por lo tanto éramos vistos por todos como bichos extremadamente irresponsables, comenzando por la maestra C. R., que dirige los Niños Cantores de Morelia a pesar de tener un coro en Cuba. "¿Qué pasó?" Me dijo cuando con genuina alegría (siempre es agradable devolverle la visita a un amigo extranjero) la saludé en uno de los pasillos; "no llegaron a la presentación que tenían con nosotros anteayer".
Compré una postal y, como hice en España, escribí un mensaje cariñoso para Litzia poniendo la dirección de la casa, aun a sabiendas de que lo recibiría mucho tiempo después de haber yo regresado; lo hice mientras esperaba para cambiar un poco de dinero por los pesos cubanos ficticios, que allá llaman convertibles, y que le sirven al gobierno para controlar la especulación con monedas como el dólar, y la deposité luego en el mismo centro de convenciones, con la esperanza de mostrarle a mi mujer lo mucho que la extrañaba.
Durante la comida en el hotel ya sabíamos que nos habían hecho el favor de acomodarnos en el concierto que otros coros, entre ellos el de Jalapa, iban a dar en el convento de Santa Clara, un bello edificio en la Habana vieja. El problema era que en ese hermoso lugar no había piano, y solamente un teclado que el coro de Venezuela llevó de casualidad nos salvó precariamente el pellejo pues, a diferencia de la mayoría de los coros del festival cuyos programas eran de música a capella, nuestro repertorio estaba compuesto de obras originales con piano; y aunque -algo que me deprimió mucho en ese momento- fracasamos rotundamente al presentar ''Son de la Loma'', un número cubano que preparamos con la idea de complacer al público local, el resto de las pocas obras que nos dejaron hacer no salió tan mal.
Después del concierto nos hicimos unas fotografías en la Plaza Vieja. En realidad, toda la ciudad se encuentra avejentada, y por la misma razón extrañamente hermosa. Ya desde antes de llegar a Santa Clara pude observar los edificios de la llamada "Habana moderna", los cuales acrecentaron mi curiosidad por ver la "vieja". En la plaza la mayoría de los edificios habían sido cuidadosamente restaurados, y de uno de ellos colgaba una banderola que decía "Fidel, 80 años más", en referencia al reciente cumpleaños del comandante enfermo. Decidí entonces fumarme el tabaco que había comprado en la mañana, forjado por un amable señor en una de las tiendas para turistas que están en el hotel. Un tabaco de la victoria, para celebrar mi primer (extraño) recital en Cuba; y hacerme una foto frente a la banderola que testificaba la permanencia, si bien endeble, de la histórica presencia de ese hombre único en todos aspectos, al grado de no parecer descabellado el deseo de verlo cumplir otros 80 años, cuando se le ha visto hacer otras muchas cosas consideradas en su momento imposibles también.
Un tabaco cubano, fumado mientras camino por las calles de La Habana. Por fin, algo digno de contarse, pensé, mientras me preparaba para mi primer concierto de gala, el cual resultó ser una maravilla más de las muchas que me esperaban.

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Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.