Miércoles 4 de abril
Anoche orgullo, placer y asombro se mezclaron explosivamente en mi corazón en los momentos en los que Omara Portuondo, asistida en el piano por el inefable Chucho Valdés, puso en el aire las familiares
Anoche orgullo, placer y asombro se mezclaron explosivamente en mi corazón en los momentos en los que Omara Portuondo, asistida en el piano por el inefable Chucho Valdés, puso en el aire las familiares
y mexicanas resonancias de "Bésame Mucho", de una manera que seguramente no escucharé repetirse jamás. Poco antes el cuarteto de saxofones de Santiago me había puesto al corriente de lo que el talento, la garra y el sabor pueden hacer si se decantan en el mismo vaso, y el mismo Chucho Valdés, con su cuarteto, nos dio a todos una clase maestra de crossover, con niveles de imaginación y cinismo solamente igualados por Bolling en su momento.
Los conciertos de gala en Cuba, por lo menos los del festival, duran tanto tiempo como un discurso de Fidel. Por esa razón salimos del auditorio Roldán después de la media noche, y somnoliento aun por esa primera desvelada desayuno sin variación las mismas viandas del día anterior, mientras comento las delicias musicales de la víspera con J. y su esposa, quien lo acompaña por primera vez, ignorante quizá de que las giras artísticas son -en cuestión de viajes- lo que menos se parece a unas vacaciones.
Hoy el festival hizo una pausa -aunque para nosotros es el segundo día, los demás asistentes llevan cinco trabajando- y no hay clases ni concierto de gala; aunque por la tarde asistiremos al llamado Songbridge, actividad semejante a un mano a mano amistoso entre dos coros infantiles de países distintos, que comisionan y estrenan recíprocamente obras de compositores nacionales. En esta ocasión los dos coros que participan son la Schola Cantorum de México y el Coro Nacional de Cuba; combinación que me da razón de sobra para no perderme el concierto.
El plan para la mañana es conocer algunos de los lugares por los que la ciudad es famosa, y visitar con calma La Habana Vieja, pues aunque el día anterior caminamos por algunas calles, la realidad es que lo hicimos casi corriendo y sin oportunidad de disfrutar el paseo. Ahora bien, en este momento tengo que hablar de Nuri, nuestra guía de turistas. Nuri es una guía excepcional la cual, aunque sus servicios están incluidos en la renta del autobús sin que nosotros los hubiésemos solicitado, aprovecha cualquier oportunidad para hacer su trabajo. El orgullo por todo lo que nos muestra, y aun por las muchas cosas que no están a la vista, pero que son la esencia de lo que la patria representa para ella, está presente en cada una de sus palabras. Su apasionado patriotismo es sincero. Uno puede jurar que a esa mujer no la sacan ni muerta de Cuba, y que sería imposible provocar su emigración sin importar lo atractiva que pudiese ser la oferta en cuestión. Ya tendría tiempo después de cambiar mi opinión al respecto y comprobar, más allá de cualquier duda razonable, que aun aquellos cubanos que viven en el extranjero, y que no tienen la menor intención de regresar a Cuba, se la pasan diciendo que desean ardientemente que llegue el momento de tomar un avión a casa. Solamente los que llevan varios años en el voluntario exilio se permiten admitir su renuencia a terminarlo, y hasta en ocasiones reniegan de su país, como tratando de justificar esa ausencia que, en su descargo hay que admitirlo, los atormenta continuamente.
Los conciertos de gala en Cuba, por lo menos los del festival, duran tanto tiempo como un discurso de Fidel. Por esa razón salimos del auditorio Roldán después de la media noche, y somnoliento aun por esa primera desvelada desayuno sin variación las mismas viandas del día anterior, mientras comento las delicias musicales de la víspera con J. y su esposa, quien lo acompaña por primera vez, ignorante quizá de que las giras artísticas son -en cuestión de viajes- lo que menos se parece a unas vacaciones.
Hoy el festival hizo una pausa -aunque para nosotros es el segundo día, los demás asistentes llevan cinco trabajando- y no hay clases ni concierto de gala; aunque por la tarde asistiremos al llamado Songbridge, actividad semejante a un mano a mano amistoso entre dos coros infantiles de países distintos, que comisionan y estrenan recíprocamente obras de compositores nacionales. En esta ocasión los dos coros que participan son la Schola Cantorum de México y el Coro Nacional de Cuba; combinación que me da razón de sobra para no perderme el concierto.
El plan para la mañana es conocer algunos de los lugares por los que la ciudad es famosa, y visitar con calma La Habana Vieja, pues aunque el día anterior caminamos por algunas calles, la realidad es que lo hicimos casi corriendo y sin oportunidad de disfrutar el paseo. Ahora bien, en este momento tengo que hablar de Nuri, nuestra guía de turistas. Nuri es una guía excepcional la cual, aunque sus servicios están incluidos en la renta del autobús sin que nosotros los hubiésemos solicitado, aprovecha cualquier oportunidad para hacer su trabajo. El orgullo por todo lo que nos muestra, y aun por las muchas cosas que no están a la vista, pero que son la esencia de lo que la patria representa para ella, está presente en cada una de sus palabras. Su apasionado patriotismo es sincero. Uno puede jurar que a esa mujer no la sacan ni muerta de Cuba, y que sería imposible provocar su emigración sin importar lo atractiva que pudiese ser la oferta en cuestión. Ya tendría tiempo después de cambiar mi opinión al respecto y comprobar, más allá de cualquier duda razonable, que aun aquellos cubanos que viven en el extranjero, y que no tienen la menor intención de regresar a Cuba, se la pasan diciendo que desean ardientemente que llegue el momento de tomar un avión a casa. Solamente los que llevan varios años en el voluntario exilio se permiten admitir su renuencia a terminarlo, y hasta en ocasiones reniegan de su país, como tratando de justificar esa ausencia que, en su descargo hay que admitirlo, los atormenta continuamente.
De todos lugares que nos llevaron a ver -el memorial del Granma (me acerqué lo más que pude para saciar mi curiosidad en lo tocante al tamaño de la famosa nave), la Catedral, el Capitolio, la iglesia de San Francisco y otros muchos que se encuentran en la llamada Habana Vieja- fue el primero que visitamos uno de los que más me impresionó; no por su belleza, sino por el lugar que ocupa en mi imaginación, y me refiero por supuesto a la Plaza de la Revolución.
No fueron necesarios los comentarios de Nuri para saber que en ese lugar, frente al descomunal obelisco que honra a José Martí, se concentra buena parte de la historia moderna de la nación más valiente y orgullosa de América; una historia que muchos cubanos consideran la única que vale la pena contar, si se exceptúa la de la guerra que los independizó de España. Respirando profundamente, caminé lentamente por la plancha en la que varios millones de exaltados ciudadanos acostumbraban escuchar las palabras de Fidel, a veces hasta por varias horas sin necesidad de descanso, y en la que el mismísimo Ché debió de haber caminado más de una vez. Su imagen por cierto -una estampa que como gallardo fondo ha dado la vuelta al mundo cada vez que Castro ha dado uno de sus famoso discursos- adorna como es sabido el Ministerio del Interior, y frente a la época tan celebrada que tal edificio representa me hago algunas fotos, esperando formar parte de las postrimerías de la misma, por lo menos. Al partir de ahí rumbo al capitolio (que admiro sin olvidar que fue ahí en donde Lázaro Cárdenas y Fidel pasaron revista a las tropas el día en el que el comandante desplazó a Dorticós para hacerse cargo del gobierno para siempre) prometo regresar, quizá con la esperanza de que Fidel pueda hablar de nuevo y yo pueda escucharlo.
Cuando llegamos al Songbridge me encontraba cansado, asoleado y muy acalorado, y probablemente por eso las obras comisionadas, tanto la del compositor cubano como la del mexicano, me parecieron extremadamente mediocres. Quizá lo eran. Por otra parte, me dio mucho gusto ver al maestro Mendoza, por mucho que me apenara enterarme de que el lugar en el que Schola Cantorum de México se hospedó, un edificio del gobierno, se había inundado la noche anterior con aguas negras estropeando muchas de sus pertenencias. Aun a pesar de ese terrible contratiempo, los niños cantaron con profesionalismo, opacando de paso al coro de Cáritas, que quién sabe como se coló a la presentación. Otra buena razón para sentirme orgulloso ese día.
No fueron necesarios los comentarios de Nuri para saber que en ese lugar, frente al descomunal obelisco que honra a José Martí, se concentra buena parte de la historia moderna de la nación más valiente y orgullosa de América; una historia que muchos cubanos consideran la única que vale la pena contar, si se exceptúa la de la guerra que los independizó de España. Respirando profundamente, caminé lentamente por la plancha en la que varios millones de exaltados ciudadanos acostumbraban escuchar las palabras de Fidel, a veces hasta por varias horas sin necesidad de descanso, y en la que el mismísimo Ché debió de haber caminado más de una vez. Su imagen por cierto -una estampa que como gallardo fondo ha dado la vuelta al mundo cada vez que Castro ha dado uno de sus famoso discursos- adorna como es sabido el Ministerio del Interior, y frente a la época tan celebrada que tal edificio representa me hago algunas fotos, esperando formar parte de las postrimerías de la misma, por lo menos. Al partir de ahí rumbo al capitolio (que admiro sin olvidar que fue ahí en donde Lázaro Cárdenas y Fidel pasaron revista a las tropas el día en el que el comandante desplazó a Dorticós para hacerse cargo del gobierno para siempre) prometo regresar, quizá con la esperanza de que Fidel pueda hablar de nuevo y yo pueda escucharlo.
Cuando llegamos al Songbridge me encontraba cansado, asoleado y muy acalorado, y probablemente por eso las obras comisionadas, tanto la del compositor cubano como la del mexicano, me parecieron extremadamente mediocres. Quizá lo eran. Por otra parte, me dio mucho gusto ver al maestro Mendoza, por mucho que me apenara enterarme de que el lugar en el que Schola Cantorum de México se hospedó, un edificio del gobierno, se había inundado la noche anterior con aguas negras estropeando muchas de sus pertenencias. Aun a pesar de ese terrible contratiempo, los niños cantaron con profesionalismo, opacando de paso al coro de Cáritas, que quién sabe como se coló a la presentación. Otra buena razón para sentirme orgulloso ese día.
Jueves 5 de abril
Ayer intenté llamar a Litzia sin conseguirlo. Fue frustrante, porque a causa del costo absurdamente elevado de cada minuto de conversación lo tuve que pensar mucho antes de decidirme. Era casi tanto -para quien crea que estoy exagerando- como decidir entre comprar regalos para llevar a casa o hacer la llamada. Y así, tomando en cuenta que era el cumpleaños de mi esposa y por primera vez en casi diez años no iba a estar con ella para festejarlo, decidí ir a la recepción y pedir la llamada, la cual nunca pudo efectuarse debido a que -como después me enteré- el teléfono en casa de mi suegra no servía.
No obstante, el no poder llamar a casa no era la única razón por la que había amanecido triste. Desde la tarde anterior, y durante buena parte de la noche, no había podido dejar de pensar en mi hija María, en sus hermanos, y en la terrible injusticia y falta de responsabilidad que estaba cometiendo con ellos.
Durante la actuación del Coro (infantil) Nacional de Cuba, el día anterior, llamó mi atención una de las niñas, como de siete años, que cantaba de soprano en la fila de adelante (aparece al centro de la foto). Aun sin poder escuchar su voz enmedio del sonido del coro, su actitud y entusiasmo me impresionaron grandemente, pues esa pequeña cantorcita cantaba cada obra con felicidad completa, con todas sus fuerzas, como si en ello le fuera la vida. La influencia de la música en su vida debía de muy poderosa, y en todo caso positiva. No estoy seguro de que esa niña pudiese concentrar en otra actividad la misma cantidad de energía, obteniendo a cambio la gran cantidad de dicha que su mirada proyectaba a mucha mayor distancia que su propio canto.
En ese momento de descubrimiento, que más bien fue el recuerdo de una felicidad pasada que a veces olvido, me di cuenta de que era un padre irresponsable y malvado solamente por el hecho, aparentemente insignificante, de no haber dado aun a mis hijos el regalo de la música. Teniendo la oportunidad, no me he atrevido a darles lecciones, o a llevarlos a la escuela de música, o pedir su ingreso a los Niños Cantores como debería de haberlo hecho hace muchos meses. Probablemente es solamente miedo. Miedo a que se enamoren de un arte que recompensa de manera desigual a quienes le dedican la vida. Pero, si ese es el caso, ¿no estoy actuando acaso como mi propio padre lo hizo conmigo? No tengo derecho. ¿Quién sabe lo que la música puede hacer en la vida de mis hijos?
Amanecí, pues, decidido a reparar ese error y ponerlos en contacto con la música en cuanto regresara a México, y así se lo hice saber a J. durante el desayuno. Era un día especial, porque los organizadores nos programaron para actuar con los Cantores Líricos en el palacio de gobierno, antiguo asiento del senado cubano. Se trató de un concierto muy agradable en lugar muy bello que se acondicionó como museo para exhibir reliquias sagradas de los educadores muertos durante el esfuerzo de alfabetización.
Esperaba poder redimirme y tocar "Son de la Loma" como Dios manda; pues me había estado preparando y hasta le pedí esa misma mañana a mi maestra de música cubana que me ayudara con algún consejo. La maestra Orraca de inmediato reconoció el problema: "no la bailas -me dijo- necesitas bailar la pieza mientras la tocas, liberar tu ritmo natural mediante el movimiento. Mientras estudias, deja de tocar, levántate y baila".
Por cierto, después de que las clases de la mañana terminaron conocí a una de las leyendas de la música coral cubana, el maestro Electo Silva, de quien sabía por los arreglos que hacemos con la Coral de las Rosas en Morelia, me fue presentado por Jorge Córdoba, y con éste y Alfredo Mendoza me di la oportunidad de charlar un rato sobre -otro mensaje semejante al de la víspera- el tema de la influencia del canto coral en la conducta y la vida de los niños. Córdoba, de hecho, dio sobre la materia una conferencia como parte de sus actividades en el festival y, apenado, me dejé regañar por él después de confesarle mi vieja renuencia a enseñarles música a mis hijos.
Regresando al concierto de la tarde, estábamos de nuevo en La Habana Vieja, en este edificio tan viejo a contra esquina de la que fuera la casa de Humbolt en Cuba, y acordamos con la guapa directora de los Líricos que sus niños actuarían primero, y luego nosotros. No obstante, la maestra nos dijo que -por alguna razón- el pianista de los Líricos no había podido asistir al concierto, o no había llegado, y me pidieron que tocara con ellos ''Alfonsina y el mar''; algo que hice con gusto. Al final del concierto repetimos la obra con ambos coros juntos, y fue un momento de suave deleite; no solamente por lo hermoso de esa canción, sino por estar de nuevo cerca del mar, pudiendo gozar de su olor húmedo y salado en el aire, con la música como compañera .'' Son de la loma'' se canceló.
En el maratónico concierto de gala, que duró de las ocho hasta bien pasadas las doce de la noche, pudimos escuchar al coro de Matanzas, uno de los mejores del festival, lo mismo que el famoso Orfeón Santiago, el coro del maestro Electo Silva, que sin embargo no estuvo a la altura de lo que se esperaba, supongo que a causa de su reciente reestructuración después de que una gira por Europa los dejara sin la mitad de sus integrantes. Sin embargo, el buen humor que el concierto me dejó se tornó preocupación cuando me llegó un mensaje de Litzia -los mensajes de texto de su teléfono me llegaban bien a Cuba, pero los míos no eran transmitidos por Cubacel, la compañía local- en el que me decía que los niños estaban enfermos.
Fue entonces que comencé a sentir la ansiedad que habría de atormentarme por el resto del viaje por la imposibilidad de comunicarme con mi familia. El dinero que hubiera podido usar para llamar ya no estaba, porque el paseo de la mañana por el centro había terminado con una visita a una especie de tianguis operado, como todo, por el gobierno, y ahí compré los pocos obsequios para los que el dinero me alcanzó. También compré una cartera muy sencilla para reemplazar la que me robaron en Ciudad de México, y que desde luego estrené poniendo el billete de a tres pesos M.N. -uno de los famosos y solicitados "billetes del Che"- que me regaló un amigo cubano que había trabajado en Morelia recientemente.
Aunque dejé a Litzia con su familia, lo que más me preocupaba era no haber podido darle dinero suficiente en caso de tener que comprar medicinas. Debí de haber supuesto que el aire de México les iba a hacer daño después de unos días. ¿Qué les pasaba?
Ayer intenté llamar a Litzia sin conseguirlo. Fue frustrante, porque a causa del costo absurdamente elevado de cada minuto de conversación lo tuve que pensar mucho antes de decidirme. Era casi tanto -para quien crea que estoy exagerando- como decidir entre comprar regalos para llevar a casa o hacer la llamada. Y así, tomando en cuenta que era el cumpleaños de mi esposa y por primera vez en casi diez años no iba a estar con ella para festejarlo, decidí ir a la recepción y pedir la llamada, la cual nunca pudo efectuarse debido a que -como después me enteré- el teléfono en casa de mi suegra no servía.
No obstante, el no poder llamar a casa no era la única razón por la que había amanecido triste. Desde la tarde anterior, y durante buena parte de la noche, no había podido dejar de pensar en mi hija María, en sus hermanos, y en la terrible injusticia y falta de responsabilidad que estaba cometiendo con ellos.
Durante la actuación del Coro (infantil) Nacional de Cuba, el día anterior, llamó mi atención una de las niñas, como de siete años, que cantaba de soprano en la fila de adelante (aparece al centro de la foto). Aun sin poder escuchar su voz enmedio del sonido del coro, su actitud y entusiasmo me impresionaron grandemente, pues esa pequeña cantorcita cantaba cada obra con felicidad completa, con todas sus fuerzas, como si en ello le fuera la vida. La influencia de la música en su vida debía de muy poderosa, y en todo caso positiva. No estoy seguro de que esa niña pudiese concentrar en otra actividad la misma cantidad de energía, obteniendo a cambio la gran cantidad de dicha que su mirada proyectaba a mucha mayor distancia que su propio canto.
En ese momento de descubrimiento, que más bien fue el recuerdo de una felicidad pasada que a veces olvido, me di cuenta de que era un padre irresponsable y malvado solamente por el hecho, aparentemente insignificante, de no haber dado aun a mis hijos el regalo de la música. Teniendo la oportunidad, no me he atrevido a darles lecciones, o a llevarlos a la escuela de música, o pedir su ingreso a los Niños Cantores como debería de haberlo hecho hace muchos meses. Probablemente es solamente miedo. Miedo a que se enamoren de un arte que recompensa de manera desigual a quienes le dedican la vida. Pero, si ese es el caso, ¿no estoy actuando acaso como mi propio padre lo hizo conmigo? No tengo derecho. ¿Quién sabe lo que la música puede hacer en la vida de mis hijos?
Amanecí, pues, decidido a reparar ese error y ponerlos en contacto con la música en cuanto regresara a México, y así se lo hice saber a J. durante el desayuno. Era un día especial, porque los organizadores nos programaron para actuar con los Cantores Líricos en el palacio de gobierno, antiguo asiento del senado cubano. Se trató de un concierto muy agradable en lugar muy bello que se acondicionó como museo para exhibir reliquias sagradas de los educadores muertos durante el esfuerzo de alfabetización.
Esperaba poder redimirme y tocar "Son de la Loma" como Dios manda; pues me había estado preparando y hasta le pedí esa misma mañana a mi maestra de música cubana que me ayudara con algún consejo. La maestra Orraca de inmediato reconoció el problema: "no la bailas -me dijo- necesitas bailar la pieza mientras la tocas, liberar tu ritmo natural mediante el movimiento. Mientras estudias, deja de tocar, levántate y baila".
Por cierto, después de que las clases de la mañana terminaron conocí a una de las leyendas de la música coral cubana, el maestro Electo Silva, de quien sabía por los arreglos que hacemos con la Coral de las Rosas en Morelia, me fue presentado por Jorge Córdoba, y con éste y Alfredo Mendoza me di la oportunidad de charlar un rato sobre -otro mensaje semejante al de la víspera- el tema de la influencia del canto coral en la conducta y la vida de los niños. Córdoba, de hecho, dio sobre la materia una conferencia como parte de sus actividades en el festival y, apenado, me dejé regañar por él después de confesarle mi vieja renuencia a enseñarles música a mis hijos.
Regresando al concierto de la tarde, estábamos de nuevo en La Habana Vieja, en este edificio tan viejo a contra esquina de la que fuera la casa de Humbolt en Cuba, y acordamos con la guapa directora de los Líricos que sus niños actuarían primero, y luego nosotros. No obstante, la maestra nos dijo que -por alguna razón- el pianista de los Líricos no había podido asistir al concierto, o no había llegado, y me pidieron que tocara con ellos ''Alfonsina y el mar''; algo que hice con gusto. Al final del concierto repetimos la obra con ambos coros juntos, y fue un momento de suave deleite; no solamente por lo hermoso de esa canción, sino por estar de nuevo cerca del mar, pudiendo gozar de su olor húmedo y salado en el aire, con la música como compañera .'' Son de la loma'' se canceló.
En el maratónico concierto de gala, que duró de las ocho hasta bien pasadas las doce de la noche, pudimos escuchar al coro de Matanzas, uno de los mejores del festival, lo mismo que el famoso Orfeón Santiago, el coro del maestro Electo Silva, que sin embargo no estuvo a la altura de lo que se esperaba, supongo que a causa de su reciente reestructuración después de que una gira por Europa los dejara sin la mitad de sus integrantes. Sin embargo, el buen humor que el concierto me dejó se tornó preocupación cuando me llegó un mensaje de Litzia -los mensajes de texto de su teléfono me llegaban bien a Cuba, pero los míos no eran transmitidos por Cubacel, la compañía local- en el que me decía que los niños estaban enfermos.
Fue entonces que comencé a sentir la ansiedad que habría de atormentarme por el resto del viaje por la imposibilidad de comunicarme con mi familia. El dinero que hubiera podido usar para llamar ya no estaba, porque el paseo de la mañana por el centro había terminado con una visita a una especie de tianguis operado, como todo, por el gobierno, y ahí compré los pocos obsequios para los que el dinero me alcanzó. También compré una cartera muy sencilla para reemplazar la que me robaron en Ciudad de México, y que desde luego estrené poniendo el billete de a tres pesos M.N. -uno de los famosos y solicitados "billetes del Che"- que me regaló un amigo cubano que había trabajado en Morelia recientemente.
Aunque dejé a Litzia con su familia, lo que más me preocupaba era no haber podido darle dinero suficiente en caso de tener que comprar medicinas. Debí de haber supuesto que el aire de México les iba a hacer daño después de unos días. ¿Qué les pasaba?