Bueno. Yo soy el que escrivo lo de hoy. No es que pase nada malo con el lisenciado porque unque a el no le gusta que le digan lisenciado yo soy bienasido manque lo que digan otras personas que no me quieren. Son pocos, los que no me quieren y que resollan toavia pero es que asies la vida asta que se acaba.
Y esquel lisenciado esta de malas porque la cosesa quiusa para escrebir y que parese una maquina describir quese dobla puesesa ya se fuea la mierda y no sirbe.
Yo soy Jorge Cuerbo, quel lisenciado nombra Perberso Gueorg a quemi lisenciado tan mamón y no save por que ya no sirbe, y le digo agasea un lado que muy difisil no a deser que los jugetes son comolos ojetes malnasidos, que nomas a madrasos entienden y mireque ya sirvio peroa medias no escriben todas las letras peroa si son los ojetes tanbien, que despues deuna madrisa tanpoco sirben vien o de planono sirben denada.
Como el tacsista deoy en Balle de Vrabo, quese puso de pallaso con el lisenciado y que lo bajodel taqcsi y asta mamita me dijo pero ya no pudo manejarel tacsi despues. Y pueblo sesos tan bonitos queasta gusto dan, que una guera se sube en Siudad Idalgo y le digoal lisenciado aguadomi lic quesa guera esta bien muerta yel que dice pueque porque nopagó pasaje. Le digo no, lisenciado yose destas cosas, mire que alo mejor nos quiere decir algo y nosotros aquide vavosos. Pobres muertos digo yo todos palidos y caminando despasito muchos dellos como dise don Juan el de Comala ni cuenta sean dado de que yano viben. Peroesta si porque nos sonrio cuando se suvio y estava vien chula peroel alludante del chofer ni cuenda se dio cuandose suvio yeso que sela paso molestandoa otra povre gorda dea tras. Toda bestida de negro, como cuando laen terraron que mujeres tan ricas nose deverian morir.
Y esquel lisenciado esta de malas porque la cosesa quiusa para escrebir y que parese una maquina describir quese dobla puesesa ya se fuea la mierda y no sirbe.
Yo soy Jorge Cuerbo, quel lisenciado nombra Perberso Gueorg a quemi lisenciado tan mamón y no save por que ya no sirbe, y le digo agasea un lado que muy difisil no a deser que los jugetes son comolos ojetes malnasidos, que nomas a madrasos entienden y mireque ya sirvio peroa medias no escriben todas las letras peroa si son los ojetes tanbien, que despues deuna madrisa tanpoco sirben vien o de planono sirben denada.
Como el tacsista deoy en Balle de Vrabo, quese puso de pallaso con el lisenciado y que lo bajodel taqcsi y asta mamita me dijo pero ya no pudo manejarel tacsi despues. Y pueblo sesos tan bonitos queasta gusto dan, que una guera se sube en Siudad Idalgo y le digoal lisenciado aguadomi lic quesa guera esta bien muerta yel que dice pueque porque nopagó pasaje. Le digo no, lisenciado yose destas cosas, mire que alo mejor nos quiere decir algo y nosotros aquide vavosos. Pobres muertos digo yo todos palidos y caminando despasito muchos dellos como dise don Juan el de Comala ni cuenta sean dado de que yano viben. Peroesta si porque nos sonrio cuando se suvio y estava vien chula peroel alludante del chofer ni cuenda se dio cuandose suvio yeso que sela paso molestandoa otra povre gorda dea tras. Toda bestida de negro, como cuando laen terraron que mujeres tan ricas nose deverian morir.
Hasta aquí las ideas del Perverso Georg tal y como él mismo las escribió ayer durante el viaje de regreso de Valle de Bravo. La herramienta a la que se refiere es, por supuesto, el teclado infrarrojo de la palm, que ha estado fallando en los últimos días, y que ayer simplemente dejó de funcionar. Es un aparato imprescindible si es una persona que carece de lugar de trabajo como tal, y que anda de un lado a otro por las necesidades del oficio; alguien como yo, cuyo tiempo para escribir se reduce a unos cuantos minutos repartidos a lo largo del día en patios, jardines, salones de clase y bibliotecas, en el mejor de los casos.
No obstante, he tenido oportunidad de hablar, así sea brevemente, de los poderes de persuasión del Perverso Georg, no solamente con los vivos, sino hasta con los que ya no viven y ahora, para mi absoluta incredulidad, con las cosas inanimadas. Bastaron unos cuantos minutos a solas con Georg para el que teclado recuperara su antigua elocuencia; para que, a la manera de los prisioneros fuertemente interrogados, comenzara de un momento a otro a derramar palabras como cerveza espumosa se derrama de una botella recién agitada. Sin gemido, sin llanto, solamente una pronta obediencia a los enormes dedos del sicario en los momentos en los que, justo frente a mis ojos, escribió el texto que inicia la presente entrega, y que decidí dejar tal y como estaba, con todo y sus coloridas faltas de ortografía.
La jovencita que menciona Georg es, efectivamente, una pelirroja de tez blanquísima y marcadas ojeras que abordó el autobús de segunda clase en el que viajábamos, a nuestro paso por ciudad Hidalgo. En realidad, aunque el autobús era de segunda parecía de tercera, y aquello acentuaba el contraste entre la bella muchacha, su elegante vestido negro, y el entorno en el que suavemente y en silencio se movía.
Todo comenzó en el hermoso poblado de Valle de Bravo, al que fuimos como invitados a una boda. En ella noté otra cosa extraña y es que, a pesar de haber asistido a más bodas en mi vida -en mi carácter de músico, por supuesto- que semillas hay en un costal, nunca antes había visto una a la que asistieran tantas mujeres y tan hermosas todas. Adonde quiera que se mirara, aparecían ojos, cuerpos, bocas plenas de gracia y tentación. Se lo hice ver a Georg, pero él no hizo por mirar mujeres a pesar de que ellas no le quitaban la vista de encima. Solamente dijo: a quemi lisenciado, a deandar vien urjido.
En lugar de regresar a Morelia por la vía de Toluca, ocupada como está la Terminal por los ambulantes desalojados por el gobierno (¿los desalojará de nuevo?) tomamos el camino de las montañas, por el solitario monumento a Miguel Alemán cercano a Villa de Allende, luego Zitácuaro y Ciudad Hidalgo. Tomamos taxis colectivos, que recorren la montaña como si de calles se tratara, y un ruinoso autobús que nos regaló uno de los más hermosos paseos que recuerdo, pasando por parajes que la autopista hizo remotos y los ranchos olvidados que todavía rodean a los pueblos fantasmas enmedio de los bosques.
Desde que salimos de Zitácuaro, el ayudante del chofer se puso a cortejar a una exuberante pasajera, muy maquillada, que usaba ese vestido corriente que a duras penas ocultaba, resaltando más bien, sus múltiples lonjas. Algo vio ese ayudante que yo -urgido como según Georg estaba- no pude ni quise ver. Ambos se fueron al fondo del camión, y no volvimos a ocuparnos de ellos hasta Hidalgo, y es que me sorprendió que nadie le hiciera caso a la bellísima y sobriamente ataviada pelirroja. Ni siquiera el zafio casanova.
La mujer se sentó en la misma fila que nosotros, del otro lado del autobús. Después de sentarse no se movió. No dijo palabra; no leyó, ni tejió, ni hizo absolutamente nada por que las tres horas de camino pasaran más rápido. Solamente contemplaba el paisaje que pasaba por la ventanilla con un gesto serio, sin sonreír más, ni una sola vez; pero tampoco triste. Sin decir nada, me pregunté si mi poderoso guardaespaldas tendría razón.
Se bajó a la entrada de Morelia, junto con otros pasajeros que pidieron la parada en el crucero de Charo, alejándose como si sus pies no tocaran el suelo. De repente se volvió, nos vio, y se inclinó casi imperceptiblemente a manera de despedida. Recordé entonces las palabras que Doktor Faust me dijo al compartir conmigo su poder para convocar a las almas descarnadas: "podrás verlos, escucharlos; a veces sin quererlo. Te verán y escucharán si tú lo quieres, también; pero nada más debes tomar sus historias y alejarte. No vayas con ellos a ninguna parte." En este caso, no obstante, solamente pensar en esa vida lejana provocó en mi alma una ventisca helada, y volví mis ojos al libro que estaba tratando de leer sin conseguirlo desde las remotas veredas de las montañas.
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