domingo, mayo 06, 2007

Diario de La Habana (tercera de cuatro partes)





Viernes 6 de abril

Hay algo que me llama la atención desde que llegué a la isla y es que, por dondequiera que voy, es como si trajese un letrero en la frente que dijera que soy mexicano. Aun cuando voy caminando lejos del grupo, y mantengo la boca cerrada, los limosneros (esperaba que la revolución hubiera acabado con ellos) y los vendedores apellidan: "¡México, una limosnita!" O, "¡México, lleva esto y aquello!" Es algo divertido, sobre todo si se toma en cuenta la sugerencia de un amigo mío de entrar gratis a los museos haciéndome pasar por un cubano; aunque no lo será tanto cuando hable de Ángelo, el estafador.
Hay desorden en el festival. Hoy es el concierto de clausura de los cursos, pero nadie sabe a qué hora es el ensayo en la sala para mi grupo. Supuestamente no hay clases, y por la misma razón no sabemos a quien acudir para informarnos, pero la maestra Orraca soluciona el problema diciendo por el altavoz del palacio que nos espera a todos en el salón. El caos persiste en el resto de los talleres, y con todo logramos hacer nuestro ensayo apenas veinte minutos después de la hora planeada.
Nos fuimos al hotel a comer a toda prisa, y realmente es un milagro que hayamos regresado a las dos de la tarde, la hora a la que comenzaba el festival, tomando en cuenta la lentitud de los niños a la hora de la comida. Ayudó en parte que el menú siguió siendo el mismo durante toda la gira, y entre cerdo y pescado (a veces alguien alcanzaba carne de res) no había razón para pasar mucho rato escogiendo.
El concierto de los talleres batió todos los records, y es sin duda -lo dice alguien que vivió los eternos festivales corales del INBA, en el viejo Auditorio Nacional- el más largo al que haya asistido. Aun cuando se hizo sin ninguna pausa o intermedio. Comenzó a las dos de la tarde, y terminó pasadas las siete y media de la noche. ¡Y después de eso querían que fuese al concierto de gala!
Miren; yo sé que los muchachos de Vocal Sampling son lo máximo. He escuchado sus discos, sé de lo que son capaces y escucharlos en vivo debe de ser -como de hecho lo fue, de acuerdo a lo que se comentó en los días siguientes- una experiencia única. No obstante, el oído humano tiene sus límites, y nadie puede culparme si después de cinco horas de escuchar coros decidí quedarme a descansar en el hotel en lugar de irme con todos los demás al auditorio Karl Marx para el concierto de gala. Simplemente no podía más, y la debilidad de mi atención me llevó a apagar mi cerebro viendo por televisión un muy buen partido de la final cubana de beisbol. La Habana vs. Santiago. A ver si después de leer sobre lo que hice en lugar de ir a ver a ese electrizante grupo, recibo por fin un comentario, así sea negativo, acerca de mi no tan literario Diario de La Habana.

Sábado 7 de abril

Anoche todos llegaron muy tarde, porque como es ya usual aquí el concierto de gala terminó a deshoras, con los muchachos de Vocal Sampling cantando sin parar hasta en el vestíbulo del auditorio, ante la manifiesta impaciencia de los empleados, quienes lo único que deseaban era irse a descansar. Aunque los niños que duermen en mi habitación dicen que tocaron a la puerta, el caso es que no los escuché, a lo mejor porque después de ver la tele me puse a escribir y hasta terminé un libro en el que llevaba un año trabajando, lo cual me alegró mucho; o quizá porque tocaron muy quedo, no sé. Lo que pasó es que de repente escuché muchas voces afuera y, cuando abrí, estaba ahí el personal de vigilancia, las maestras que acompañan el coro y varios niños curiosos. Tal vez pensaban que me había ido de parranda o algo así, y todo ese alboroto era nada más para abrir la puerta.
Afortunadamente para todos, el gran concierto de clausura es hasta las once de la mañana, y podemos quedarnos otro rato más durmiendo. De todos modos yo no tenía ya demasiadas ganas de escuchar a los coros de ese día, y al llegar al teatro Amadeo Roldán no entré a la clausura, sino que preferí irme a caminar un rato por el malecón, distante solamente un par de cuadras de ahí, seguro de que, sin importar cuanto me tardara, al regresar iba a alcanzar una buena dosis de coros.
La visita al malecón fue deliciosa mientras duró. Había viento del norte, y las olas rompían tan fuerte que los chorros de agua saltaban a la calle estruendosamente formando charcos enormes por los que luego pasaban los automóviles que circulaban por la avenida, la mayoría de ellos verdaderas reliquias del periodo anterior a la revolución. Me hubiera gustado quedarme ahí otro rato, y caminar quizá un poco hacia una plaza cercana que se alcanzaba a ver desde ahí, pero mientras me preparaba para tomar una fotografía (tomé varias, pero buscaba un mejor ángulo a mitad de la calle) se me acercó un cubano de manera aparentemente casual; "¡Eres de México -me dijo emocionado- si no eres de México que me parta un rayo!" Se trataba de Ángelo (pronunciarlo "Anyelo"), el estafador.
Me dijo que una hermana suya vivía en Cancún, que deseaba ayudarme por ser mexicano, porque deseaba emigrar también él; que era maestro de Salsa (se trataba de un hombre joven y atlético) y que deseaba llevarme al festival de salsa en la plaza no sé qué. Hablaba hasta por las orejas. Para ahorrarme su largo discurso, durante el cual me repetía que no iba armado y no era peligroso, diré que su plan era ayudarme a comprar pesos convertibles -que los cubanos llaman "chavitos"- mucho más baratos, con lo que a él le darían una comisión en forma de comida, pues el canje se llevaría a cabo en un llamado Mercado Popular, y según eso era completamente legal.
Por supuesto que no, pensé yo. El gobierno jamás autorizaría algo así, pues los "chavitos" eran precisamente el negocio del Banco de Cuba; por lo que de seguro se trataba de moneda falsa o peor, del señuelo para una emboscada. Además, cuando Ángelo me hizo ir por una calle que según eso llevaba al Mercado Popular, lo sorprendí haciéndole señas a otra persona que no alcancé a ver, y a partir de ese momento no hice otra cosa que buscar librarme de él de forma pacífica, sin confrontación, pero lo más rápido posible. No fue fácil en absoluto. Lo logré cuando persuadí a Ángelo de que no llevaba dinero (Llevaba quinientos pesos que me urgía cambiar por "chavitos", pero de los reales) y de que de ningún modo me daba tiempo de ir al hotel para sacar de la caja de seguridad. Al final, me dijo que tomara su teléfono para que, si necesitaba conseguir mujeres "guapas y no profesionales" o cualquier otro servicio, lo llamara. "Que no te hagan tonto", dijo. Saqué papel y pluma para tomar su teléfono, pero él señaló mi teléfono, el cual había sacado momentos antes para contestar una llamada de mi amigo Heini Wanzke, y me dijo que lo anotara ahí. Miré a mi alrededor, y no vi nadie que me ayudara en caso de un robo de celular. "En el papel está bien", dije.
Cuando por fin me libre de Ángelo, me di cuenta de que estaba perdido y no sabía cómo regresar al teatro. Encontré mi camino, a fin de cuentas, y gracias al incidente tuve la oportunidad de visitar un mercado en donde los cubanos van al mandado, algo difícil de hallar para un turista, y una farmacia. Así, pude constatar la terrible situación del ciudadano cubano común en lo que toca a la comida; pude ver que no hay nada que comprar en los puestos, que hay silencio en donde debería haber gritería de vendedores, que todo está carísimo aun en moneda nacional, que todo está oscuro y que no se puede elegir nada. Solamente lo que hay: el refresco de una sola marca y dos sabores (uno a la vez) y la cerveza de la única marca que hay: Bucanero.
En la sala, regresé justo a tiempo para escuchar el coro Noruego, el mejor del festival; pero la música no significaba lo mismo para mí. Solamente podía pensar en el revelador paseo que acababa de hacer, y en la ansiedad que la idea de no poder elegir me provocaba.
Hubo una "fiesta" después de la clausura, la cual duró solamente un par de horas. Me la pasé afuera del salón, platicando con Nuri de lo que me había pasado. Al principio no quiso decir nada, salvo su plática de guía de turistas, pero le dije que yo lo que deseaba era entender, y no juzgar. "Todos amamos a nuestro país, pero lo cierto es que..." comenzó diciendo Nuri, y entonces comenzó la parte interesante de nuestra conversación, la que me ayudó a comprender las razones del patriotismo, de la necesidad y del valor.
Para quien lo quisiera entender así, estaba visitando una plaza sitiada. En un sitio, los defensores carecen de todo. Se puede entregar la plaza, pero entonces se compromete el honor. Los jefes se esmeran en forzar la resistencia, porque los pocos suministros que metemos los turistas y los cubanos en el exilio acaban en su mesa a fin de cuentas. La disciplina es clave, ya que las indiscreciones a este respecto y las deserciones desmoralizan poderosamente a los que combaten, y los castigos son en consecuencia ejemplares. En el fondo, todos quieren resistir más; en el fondo también, todos desean rendirse. Algo es seguro: el enemigo -como llaman a los Estados Unidos- no tiene buenas intenciones. No quiere libertarlos, sino (como en el caso de Irak) sustituir una tiranía local con otra operada por la Casa Blanca. Hay que concederle eso a la propaganda oficial.
Pasé meditando, en completo silencio, el resto de la tarde y la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dude,

Maravillosos comentarios!!!

quien dijera que vieron que eras Mexikanish!

voy a leer las otras dos partes.

saludos,

Irgendwo auf der Welt
fängt mein Weg zum Himmel an;
irgendwo, irgendwie, irgendwann.